domingo, 21 de diciembre de 2025

Una gabacha supremacista.

 Amo la música del polaco Frederick Chopín: es el sumun de la delicadeza, un hombre exiliado y enfermizo que en algún momento de su vida fue amante de la francesa Aurora Dupin, más conocida por su seudónimo masculino, George Sand. Por supuesto que adquirí en su día este libro pensando en Chopín, buscando sus sutilezas sus aromas, sus anécdotas. Pero para esta mujer, que, por cierto, escribe en masculino, en este libro que yo con tanta ilusión compré el gran pianista era el pobre enfermo que la acompañó en su viaje a Mallorca, junto a los hijos solo de ella.

Es muy conocido este viaje a la cartuja de Valdemosa donde lo explotan como atención turística. El español Isaac Albéniz escribió su pieza "Mallorca" imitando el estilo de Chopín.

Nunca he estado en Mallorca y pocas ganas me quedarían de ir alguna vez si me dejara influir por esta obra, un auténtico libelo contra los mallorquines y contra los españoles (me siento algo concernido y por eso he empleado en el título ese despectivo nombre que dicen algunos españoles hacia los franceses, cuyo pueblo, arte, música, campos y ciudades amo tanto como conocéis, y para mí gabacho es una anacrónica manera de referirse, -nunca lo he usado hasta ahora-)


Claro que tengo que tener en cuenta que fue escrito hace casi dos siglos, parece que por ir de turistas prematuros les cobraron de más, nada les gustó, y George Sand debía de ser una ferviente defensora de la extensión revolucionaria que hizo Napoleón por Europa, tan llena -para España y los otros países que la padecimos- de destrucciones, expolios y abusos de todo tipo. (No sé si he escrito aquí cuánto lamento que el matrimonio Arnolfini o la Venus de Velázquez no estén en el Museo del Prado al lado del Jardín de las Delicias o Las Meninas donde hubieran seguido de no haber entrado taimadamente los franceses -con el pretexto de atacar por tierra a Portugal-  a "civilizarnos"). Aparte de iglesias, conventos  -y después en la Restauración también nos trajeron los Cien mil hijos de San Luis- y la ruina que llevó a la Desamortización de Mendizábal..., pero no quiero cargar contra la historia, que solo historia es y todos los presentes somos herederos de ella. 

Leamos a George Sand para sus lectores franceses:

Serán necesarios muchos años más para que el mallorquín se convierta en un ser activo y laborioso y si es necesario que, como nosotros, atraviese la dolorosa fase del ansia del provecho individual para llegar a comprender que todavía no es éste el fin de la Humanidad, bien podemos dejarle su guitarra y su rosario, con los que mata el tiempo. Pero, sin duda, mejores destinos que los nuestros están reservados a estos pueblos infantiles, a quien algún día iniciaremos en la verdadera civilización, sin reprocharles cuanto hicimos por ellos. No están lo suficientemente desarrollados para desafiar las tempestades revolucionarias que el sentimiento de nuestro mejoramiento ha levantado sobre nuestras cabezas, solos, condenados, burlados, y combatidos por el resto de la tierra hemos dado pasos inmensos, y el ruido de nuestras luchas gigantescas no ha despertado de su sueño tradicional a estas pequeñas poblaciones que dormitan al alcance de nuestros cañones en el sueño del Mediterráneo.

El libro es un auténtico vómito contra Mallorca, no es extraño que la mayor parte del turismo que ocupa las islas sea inglés y alemán, no oyéndose hablar de los franceses por esos lares.

La forma de ser de señoronas como ésta es algo que me repugna, yo soy un niño de pueblo hijo de padres trabajadores que criaban cerdos en el corral de su casa y que era esa la mayoría de la proteína que comí hasta mis trece años. (Se mete mucho contra los cerdos que había en Mallorca y que criaban y exportaban vivos por barco). Hay gente que odia a los cerdos y todos sus productos, pues yo los amo. Voy a comer un poco de jamón con pan para que se me espante el mal humor que me produce esta mujer. 

El libro habla también muy mal de la moda que empezaba a imponerse en la rica Europa de viajar. Ya sabéis que viajar para mí en estos años es lo más sublime y completo que la vida me ofrece, y sigo viajando meses después, aquí sentado, comentando las fotos y los recuerdos que no fotografié, con objetividad y con subjetividad pero nunca con odio, más bien al contrario: con general y rendida admiración hacia la obra del ser humano.

Critico, como mera descripción de lo que veo, aquello que no me gusta pero desde mi humano nivel, generalmente admiro, nunca me siento superior a los que viven en los sitios que visitamos. Nadie lo es.

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