viernes, 24 de febrero de 2017

EL OCASO DE LA PREVENCIÓN GENERAL.

El derecho es una creación de los hombres para encauzar los conflictos de la sociedad; por hablar mal y pronto: poner derecho lo torcido.
Hay varias clases de derecho: el más corriente es el derecho civil, que se aplica cuando una persona causa algún menoscabo en el patrimonio de otra, entonces la justicia le obliga a devolver, reparar o pagar la reparación de ese daño.
Existe otra clase de derecho que se dedica, además de a la rectificación, al castigo: es el derecho penal, que causa una privación de derechos, un sufrimiento, de los que no se beneficia nadie (al contrario, las cárceles nos cuestan mucho dinero). La razón es que  las conductas penadas son una agresión muy grave hacia la sociedad.
Estas sanciones tienen dos finalidades. La primera es la prevención especial, que “educa” al penado, es decir, le muestra el daño que se debe sufrir por haber cometido un delito; a la vez impide que vuelva a repetir esas conductas mientras esté encerrado, que sea peligroso para la sociedad.

No puede ser el único fin. Un criminal como José Bretón que “únicamente” mató e incineró a sus dos hijos pequeños para hacer daño a su exmujer, carece de peligrosidad social porque no tiene más hijos y es altamente dudoso que nadie quiera tener hijos con él. Lo mismo le pasa a Iñaki Urdangarín, que es imposible que vuelva a montar una falsa fundación para “pasar el cazo” a las administraciones públicas con el pretexto de ser el yerno del Rey. Nadie estará nunca dispuesto a pagar un dineral por sentarle a una mesa y que diga cuatro palabras.
Para eso existe el otro fin del derecho penal, que es la prevención general, gracias a ella todos “escarmentamos en cabeza ajena” y recibimos el mensaje de “el que la hace la paga”.

Lo que ha sucedido en el “caso Urdangarín” es gravísimo para el estado. Uno de los más altos representantes, la monarquía, que es una institución sostenida con fondos públicos y que no da nada más que imagen (por tanto debería ofrecer el más alto ejemplo), en nombre de la cual se hizo todo lo que se hizo, burla de momento la cárcel a que acaba de ser condenado en una cantidad no pequeña: seis años y tres meses.
No es solo el escándalo y el desprestigio, ni el mal ejemplo para todos los políticos y adláteres que manejan fondos públicos.
¿Quién, analizando toda la picaresca y defraudación que se ha aireado de este caso,  va a decirle esta tarde a su fontanero?
No, hágame una factura; y  con IVA.



martes, 21 de febrero de 2017

Youtube(1)

Soy un guitarrista aficionado. El año 81 aprendí a encajar los signos de una partitura en los trastes de una guitarra. Eso que hago no es leer música porque no sé darle el sentido aunque si el ritmo es muy marcado y  la obra no es difícil puedo tocar las notas de una partitura "y que suene a música".

Antes, en los años 80, yo quería tocar todo lo que me gustara. Aprovechaba las excursiones del instituto a Madrid, para comprar partituras. Tres o cuatro hojas podían costar 6€, me salía muy caro tan poco papel aunque como no existía otra manera lo pagaba a gusto a cambio del placer de conquistar aquellas melodías para mis dedos.   Tiempo después fotocopiaba las partituras de bibliotecas o de guitarristas aficionados que, a cambio, fotocopiaban las mías. A tres céntimos salía cada copia, infinitamente más barato. Tenía mucha música sin oír, sigo teniéndola porque fotocopiaba mucho.

Durante años escudriñaba el boletín de programación de Radio 2,( ahora radio clásica) y hacía lo posible por escuchar y si era posible grabarme en cinta de casete aquellas cuya partitura tenía, y de paso grababa todo lo demás que pudieran tocar de guitarra, por gusto, pero sobre todo por si un día llegaba a mis manos la partitura.
He invertido mucho tiempo en estos trajines. Conseguí hacerme un repertorio de lo más fácil o de lo que más se escuchaba entonces.
Simultáneamente en el mundo crecieron millones de guitarristas, miles de músicas para guitarra, y yo prosperé muy poco en este campo. He visto más de cien conciertos, y todo lo que apareciera por la tele, buscando saber, tener criterio ¿disfrutar?
Ahora todo es sencillo. Youtube es un paraíso para los guitarristas. Uno puede conseguir en la red gratuitas (y muchas más de pago), miles de partituras interesantísimas, pero, sobre todo, puede ver a cientos de guitarristas maravillosos que tocan con un ritmo y una limpieza impimpensable en otros momentos.

Y no dejan de brotar, aficionados y profesionales, famosos y desconocidos. Una de las mejores sorpresas es haber encontrado al hombre cuyo arte me hizo, en Salamanca, dar un giro copernicano en mi concepción musical; a mí que era un integrista de la música clásica. Se llama Santiago Gutierrez y toca así : https://www.youtube.com/watch?v=XGWfH32BHRM

Pronto yo mismo voy a grabar una música que no está en Youtube. De una partitura que fotocopié ha mucho tiempo y que solo he oído tocada por mí. Será un chotis, es fácil pero yo voy a estudiarla más para que me pueda salir con una cierta decencia. Entonces escribiré el Youtube (2).

jueves, 16 de febrero de 2017

PROFANACIÓN


Escribo este artículo escuchando la Pasión según San Mateo de Bach, y siento que no la aprehendo: algunos corales y arias secuestran mi atención -seguramente porque son piezas célebres- y me detengo a gozarlos, pero el resto, la obra en general, que tengo poco oída, me resbala la mayor parte del tiempo, que es mucho el necesario para hacerlo como Dios manda. No saco una impresión de conjunto, que de eso se trataba.

Pienso que a mí de niño me gustaba y comprendía la cuaresma: los Oficios; aquellas tardes de jueves escuchando como único cántico el “Tantun Ergo sacramento”; las pasé en la iglesia de mi pueblo, con frío, sabiendo que después habría una procesión de las largas, y al día siguiente otro largo Oficio en el que no se cantaba, ni se consagraban hostias, hasta que nuestra culminaba con la procesión del silencio del Viernes Santo. Entonces sí hubiera tenido sentido prestar atención a una obra como ésta, allí en la iglesia de mi infancia; habría sido su justa experiencia.  
Creo que nunca podré con esta obra: requiere una atención en el sacrificio ancestral que yo no estoy dispuesto a dar.
Nací en un momento inapropiado para disfrutar de obras como ésta, pero sé que me pierdo algo bueno de verdad.

También tengo en mi poder, porque lo compré barato, por admiración a su prosa, por su tío Pío, por la antropología..., un libro de Julio Caro Baroja sobre el carnaval.
Lo que fue esa celebración carnavalera -que yo tampoco he conocido bien- tenía su encanto y, sobre todo, su justificación- cuando casi todo el resto del año era demasiado parecido a la cuaresma.
Ahora no lo tiene salvo para las tiendas de juguetes, las librerías y, sobre todo, internet, que tienen otro negocio estúpido como el Halloween, que los sujetos activos no entienden pero que da dinero. Mi hija se ha comprado un traje para desfilar. A la pregunta sobre cuánto le ha costado, -inconfesable- responde con una evasiva: lo he pagado con mis ahorros.
Cuando los carnavales eran verdaderos en la España popular de donde vengo la gente pobre apañaba lo más rústico y viejo que tuviera para darle forma de algo con lo que quisiera confundirse, o simplemente se travestían con ropas del sexo contrario, entonces el dimorfismo sexual en el vestir estaba más vigente. En algunos pueblos ancestrales se elaboraban grotescos personajes con cencerros, pieles o pellejos y  hoy se conservan gracias al turismo, con la riqueza que traen los visitantes curiosos. Es la razón por  la que se mantienen y no otro sentido, ya perdido. 
Leo en Julio Caro Baroja que el carnaval fue una válvula de escape frente al control social; que servía para dar rienda suelta al comer, al beber y a ciertos escarceos sexuales, pero también para burlarse de la religión o de los poderosos. La gente carnavalera guardaba cuentas pendientes para poderlas ventilar, un poco de mentira y otro poco de verdad, bajo esta máscara, en ese tiempo, donde teóricamente estaba permitido. No es difícil imaginar que muchos habrán tenido que pagar el resto del año, y aún de la vida, un exceso que cometieron en carnaval pensando que todo valía, pero que se lo tomaron en cuenta.

El carnaval de este año se acerca y habrá desfiles coloridos que se quedarán en eso.


No sé si me estoy haciendo viejo o es que nací viejo, pero lo que se hace ahora en carnaval -y también en Semana Santa-,  me parece una estúpida profanación de su sentido. Y eso es triste y descorazonador; nada más.

miércoles, 8 de febrero de 2017

José Luis Pérez de Arteaga

Llevo más de treinta y cinco años escuchando Radio Clásica, aunque yo siempre la llamaré radio dos, que era su nombre cuando la descubrí.
No sé cuántos años llevaba este magnífico locutor deleitándome con sus enseñanzas, sus comentarios, sus entrevistas. Era un generador de sibaritismo auditivo, me hacía cómplice de las músicas con una breve presentación previa que interrumpía para hacer la introducción y abrir boca. Su voz era verdaderamente de frecuencia modulada, hacía pianísimos, a veces afinaba su altura para llamar la atención, tenía muchos matices y guiños pero, sobre todo, era un erudito. Su cabeza estaba llena de contenido que brotaba como si saliera directamente de su cabeza. No sé cuanto de lo que sé de la música clásica se lo debo a él, pero esta mañana en su/mi radio pletórica de homenajes emocionados, he comprendido que mucho:

siempre la muerte nos subraya lo que perdimos

He llorado escuchando los homenajes. Me alegro de haber estado solo en la oficina y que la lágrima, tan infrecuente en mí, (hombre de ojos desérticos) haya brotado libremente y yo no haya sucumbido al prurito machista de ahogarla. Me ha dado placer y me ha parecido justo el hecho de producirla, así me he sumado más de verdad al dolor. Me emociona lo colectivo, los gestos solidarios, la música popular, la bondad, y he descubierto que me gusta llorar por ello. Será mi parte femenina, que ahora ya no quiero reprimir.
A mis cincuenta y dos veo que la muerte se acerca cada vez más. Tengo la suerte de conservar a mis padres, aunque ya se me murió Paco de Lucía y ahora José Luís Pérez de Arteaga, no tan grande, pero igual de temprano.

La muerte de los que hacen cosas siempre me lleva a pedirme que, de una vez, me dedique en cuerpo y alma a hacer algo con pretensiones de obra que pueda quedar. Pero parece que me da miedo, me abruma. Me gusta más sumirme en el sentimiento, como ahora.

José Luis Pérez de Arteaga sabía mucho de música y dominaba varios idiomas, se movía con soltura en las mejores salas. Me hacía sentirme orgulloso de ese español, cuya inteligencia los grandes directores o solistas internacionales trataban con deferencia;
porque lo valía.

lunes, 6 de febrero de 2017

You're the one

Llueve y estoy solo en casa. En Candelario, donde trabajo, es fiesta local esta mañana y la melancolía inunda este lugar donde estoy encerrado.
Tengo todavía dos reproductores de VHS. Como en su día grabé tantos programas y acumulé tantas cintas de vídeo, compré uno de repuesto (y barato, yo siempre compro barato) cuando estaban en el ocaso. Es una decisión inteligente, porque lo uso sin miedo; con todo lo que había invertido en cintas no podía quedarme expuesto a perderlo por no gastarme 50 euros.
Ya todo es barato o gratuito. Todo se puede "bajar" de Internet o verlo en plataformas, pero yo sigo comprando vídeos a mi amigo Comendador: tres por un euro. (Los tendrá que poner más baratos, porque no hacen más que llevarle videos y se los compra poca gente más que yo). Ocupan mucho y se vuelven inservibles cuando se termina de estropear el aparato. La gente se deshace de ellos.
Por completar un múltiplo de tres, cogí el vídeo de esta película con título de una canción de Cole Porter, de un director obsoleto, húmedo y melancólico como el día de hoy: José Luis Garci.
Es un gran cineasta, el primero español que recibió un Oscar, pero hace años es "veneno para la taquilla" y en una reciente entrevista leí que nunca haría más cine; que, de hacer algo: teatro.
Confluyen en él varias rémoras. En su día fue comunista y estuvo de moda. Fue muy favorecido por los socialistas. Tuvo un gran programa-tertulia en la televisión "qué grande es el Cine". En el que llevaba a una camarilla de tertulianos demasiado previsibles, que no supieron jubilar a tiempo. Pero en su camino se hizo de derechas (fue uno de los invitados a la fastuosa boda de la hija de Aznar en el Escorial) se atrincheró en radios de extrema derecha y se dedicó a filmar películas lentas, preciosistas, con guiones poéticos, declamados de manera muy consonante por grandes actores (esos no le han abandonado).
Pero el público sí; él no va a los Goya, que es el escaparate del cine español y esto le hace también antipático. Trató de redondear su carrera con adaptaciones de Galdós, Pérez de Ayala, Marta Lejárraga, todo con un tufillo viejo, artístico y, para el público, aburrido.
Es lo mismo que pensé ayer yo al comienzo de esta película, previsible, preciosista, lenta. Aunque ideológicamente antifranquista, pues uno de los protagonistas muere en la cárcel como preso político, el marido de otra está en el Maquis, y el cura, el alcalde y el Guardia Civil, no salen bien parados. Sin embargo, el público que salía  a ver el cine en 2001 era o joven o mayoritariamente de izquierdas, por lo que creo que el autor habrá cosechado pérdidas en sus últimas obras.
Sin embargo son buenas películas. Tienen hermosos guiones adultos si uno quiere acompañarlos en la melancolía y con la lluvia, aunque son previsibles, buenistas y envueltas en un halo estético de época, que seguramente sería muy apreciado en países que se quieren y se llevan mejor con su pasado que el nuestro.

Hasta el músico que pone la música (deliciosa) original a la película Pablo Cervantes, parece contaminado del desdén que injustamente está recibiendo este artista.
Sigue lloviendo y, aunque lo he pasado bien: la película me ha impresionado hasta casi acercarme a la lágrima, siento que se me está yendo un día en que debería haber hecho algo más que emocionarme con una obra de Garci.