viernes, 12 de diciembre de 2025

Las pinturas

 












Son preciosas. No sabemos cómo eran cuando fueron concebidas miles de años atrás. Se descubrieron en 1940, puede que alumbrados por cerillas o velas, no sé si había pilas y linternas en esos momentos al alcance de la gente. Los que las pintaran hubieron de hacerlo con fuego que les alumbrara. Después se fueron deteriorando durante dos décadas y finalmente se restauraron a principios de los sesenta, ya cerrada la cueva al público. Ignoro las fotos que vemos en los libros o en internet se sacan de las restauraciones o de estas copias. En cualquier caso la visión es sorprendente, parecen "demasiado nuevas". Uno tiende a dudar pero no más de otras tantas otras cosas maravillosas que la cultura ofrece.

Actualmente leo a rachas un manual de filosofía donde me hablan de los escépticos, por ejemplo de Pirrón de Elis, a quien atribuyen que decía que la razón humana no puede penetrar hasta la esencia íntima de las cosas: lo único que podemos conocer es la manera en que las cosas aparecen ante nosotros. Por lo tanto, de nada podemos estar seguros, y el sabio debe abstenerse de juzgar.

Esta corriente de pensamiento se llama escepticismo antiguo, data de la época de Alejandro Magno (300 años antes de Cristo). Otro, llamado Timón de Fliunte o Sexto Empírico, dudaba hasta de nuestros sentidos

no podemos fiarnos ni de las percepciones sensibles ni de la razón.  Por consiguiente, hemos de suspender todo juicio, sin permitirnos emitir ninguna afirmación teórica, y solo así conseguiremos la verdadera tranquilidad del alma. 

Por otro lado tenemos a otro escéptico posterior que afirma que

no hay ninguna representación sensible junto a la cual no podamos poner una representación falsa e imposible de distinguir de la verdadera. Hay que tener en cuenta el influjo que ejercen sobre nosotros las representaciones oníricas y también a los estados de alucinación y de ilusión engañosa. Somos incapaces de probar cosa alguna, ya que toda prueba consta de aserciones y éstas deberán probarse a su vez, y así sucesivamente, hasta el infinito. 

Esto sucede con la pintura que vemos en la actualidad: las reproducciones salen como salen en los libros de arte dependiendo de la calidad de los mismos, o del momento en el que el fotógrafo recogió con permiso del museo la foto. Pero yo tengo libros antiguos en los que las representaciones resultan más y menos luminosas o coloridas. Habría que ver todos los cuadros en directo aunque los del Louvre están tras un cristal, y también influye la iluminación que se haga en cada museo. Además hay que tener en cuenta las restauraciones, que siempre son polémicas; recuerdo cuando restauraron "El caballero de la mano en el pecho" de El Greco, y también cuando restauraron la capilla Sixtina, que no solo sacaron colores más brillantes sino que eliminaron algunos "braguetones" que se añadieron en tiempos menos carnales que los de Miguel Ángel.

Me quedo con lo que vi, y con lo que nos dejaron fotografiar. Ignoro si mis sensaciones visuales serían superiores o cualitativamente más impresionantes si nos hubieran permitido ver las pinturas auténticas (restauradas) en su propia cueva.






Invadido por el escepticismo me pongo a pensar si realmente podemos considerar auténtico lo que escuchamos de Nino Bravo, o de Glenn Gould, o de lo que ofrecen algunos cantantes en sus espectáculos con luces y play back, con sonidos pregrabados, incluso voces pregrabadas, La gente que va a ver a Lady Gaga o Rosalía que no paran de moverse y bailar, escuchan cantar sin jadear, siempre afinados y con todos los sonidos de su orquesta perfectamente sincronizados. Pero es lo que van a ver.
Como he copiado antes lo mejor es admirar lo que se nos presenta, lo que os presento yo a vosotros también y buscar "la tranquilidad del alma", sin meterse en más dibujos, como me ha dado por hacer a mí esta tarde.


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