jueves, 20 de diciembre de 2012

Redescubriendo tránsitos de Salamanca.


 
Salamanca no es el amoroso multicolor Baranco de las Cinco Villas, que tanto regalaba a mi vista, pero me hace abrir los ojos todas las mañanas a sus piedras iluminadas, a sus volúmenes, a sus tránsitos. Estoy paladeando con el solo eco de mis pasos en el pavimento, -una fría, pero ideal, banda sonora-, el arte de sus fabulosas  iglesias-planeta que giran en torno a las dos catedrales univitelinas que tiene: hay una Nueva que se adosó a la Vieja 

Las iglesias planetarias a que me refiero son  San Esteban, la Clerecía,  la Purísima, pero hay muchos satélites, tantos que no puedo enumerarlos, iglesias parroquias,  capillas-iglesias de conventos, la iglesia con dos puertas encastrada en la Plaza Mayor, muchas, muchas y cada una con su encanto.

Al bajar del autobús me sorprendo al ver  gente entrando a las siete y veintisiete en la capilla de San Francisco. En 2012 me parece anacrónico que vayan a desayunar rutina, gimnasia espiritual, creencias, plegarias, supersticiones... (de rodillas había dos personas, de las cuatro que vi esta mañana, que he entrado) no puedo menos que respetar esa voluntad mañanera hurtada a las pegajosas sábanas. El desayuno alimenticio es una rutina necesaria – agradable para mí- y la verdad es que no he querido herir con ese aspecto tan rutinario de la palabra  (hay repeticiones como la comida diaria que entiendo placenteras).
 
Creo que este es Felipe V, el primer borbón que reinó España.
 
 

Por las tardes, con luz natural, me he detenido. Veo a Felipe V en su frontispicio. Deduzco entonces que es, además de modesta, neoclásica. Poco se podía añadir a la esplendorosa Salamanca renacentista y barroca. Supongo que en el XXVIII, la ciudad entró en decadencia. Espronceda en el XIX (hace muchísimo que lo leí) (aunque recientemente vi que le gustaba a Juan de Mairena) ya pintaba una Salamanca misteriosa, perdida en un pasado glorioso, pobre, hidalgón, oscuro, miserable.

Veo que la ciudad se despereza: los barrenderos y operarios de camiones con agua a presión pulen las calles. Los kiosqueros de los puestos callejeros cuentan los cada vez menos periódicos y revistas que venden, (antes cargaban fardos atados con cordeles y ocupaban el suelo delantero, que iban desocupándoles sus clientes a lo largo de la mañana). Hoy con una mínima repisa ponen cuatro o cinco ejemplares de cada cabecera, salvo de el periódico local La Gaceta, del que puede que haya veinte o veinticinco. Algún día desaparecerán los kioskos  como desaparecieron las cabinas telefónicas.

Es curioso: en mis años 80 las cabinas estaban casi siempre ocupadas y la gente hacíamos cola  a partir  las 8 de la tarde en que empezaba la tarifa reducida para llamar a casa. Hoy no veo cabinas, y nunca más colas a su alrededor, los pocos que las usan son inmigrantes (supongo que habrá alguna tarifa de oferta para llamar a sus lejanos países). Otro gran negocio de los años 80 y 90 fueron los estancos: se pagaban traspasos millonarios por ellos. Hoy, entre las prohibiciones y la fiscalidad, la crisis los acabará de jibarizar.

 

No voy a olvidarme de La Guerra. Quizá en primavera acuda alguna tarde a investigar al famoso “Archivo de Salamanca”; hay muchos flecos que tengo por ahí.

El obispo cedió este palacio episcopal para que Franco dirigiera la cruzada. (Algún día pondré aquí todas las fotos que debo)

Desde el salmantino aeródromo de Matacán despegaban los Heinkel y los Junkers a bombardear Madrid.

 

De aperitivo os contaré una emoción menos pública: en el edificio donde están mis juzgados hay dos plantas subterráneas: la planta –2 aún se llama en el directorio de metacrilato “calabozos”. A mis compañeros (sobre todo a mis compañeras) no les gusta bajar allí, que es donde tenemos el archivo. Eran los calabozos del cuartel de la Guardia Civil. Cuando los transito pienso en la gente que estuvo en el 36 cavilando, temiendo, desesperando que una noche o una madrugada les dieran el “paseo” hasta las tapias del cementerio. Mi emoción está con los no vieron nunca la luz del día.

 

 

lunes, 17 de diciembre de 2012

EL MALAVADO CARABEL


Ya lo he dicho, cuando vuelvo del trabajo estoy muy cansado para leer. No quiero hacerme el mártir -no lo soy- pero necesito la belleza reconciliarme con la lengua española, con la hermosura, con la inteligencia. El lenguaje jurídico es pomposo y mezquino a la vez. Para mí, por lógica del trabajo alienante, además repetitivo y embrutecedor. No comentaré nada sobre las sentencias y autos que me toca transcribir.

He tratado algunos ratos de bañarme en literatura.

Aquí tenemos otra obra maestra o, al menos, a mí me lo parece viniendo de ocho horas de miseria lingüística. Hace semanas empecé a leer este libro con ganas y es muy ingenioso, muy gracioso, muy berlanguiano, (ya que iban a admitir en la Real Academia este adjetivo) aunque la obra es de 1931, cuando Berlanga y lo berlanguiano aparecieron a finales de los cuarenta o ya  entrados los cincuenta. Sin quitarle ningún mérito al más grande cineasta español, ni a su extraordinario guionista Rafael Azcona -a quien tanto debe-, es lo que tiene la celebridad: arrasa y subsume a todos los aledaños (Atraco a las tres es una de las mejores obras berlanguianas y su autor es José María Forqué) y aún a los antecedentes: Wenceslao Fernández Flórez está aquí para afirmármelo.

Pero hoy, 6 de diciembre, día de la constitución,  no vengo a reivindicar nada más que los días de fiesta. Usaba este libro para dormirme y había llegado a comentar a mi mujer: “está decayendo”,  “no es tan bueno como al principio”, “tengo ganas de acabarlo”. Hoy después de echarme una buena siesta, por azar había perdido la señal por  donde iba y comencé a leer un poco más atrás y me resultó un texto nuevo, aunque ya lo había leído pero  sin gasolina cerebral para asimilarlo. No me resisto a copiaros (después de copiar tanta bazofia jurídica será un placer copiar arte) un fragmento de texto digno del mejor Chejov, o del Baroja de la lucha por la vida que me ha reconciliado con la literatura, con la frescura y el descanso y conmigo mismo y con la ilusión de leer. Me reeleré el libro para disfrutarlo como esta tarde, como se merece.

 

Germana contestó al recadero:

-Dígale usted que iré.

Y volvió a entrar, con una alegría que brotaba de su propia decisión. Se había comprometido  a asistir a la cita sin pensarlo, en un repentino  impulso, y su desesperación se aplacó súbitamente. Se compuso en su pequeña habitación, con un moroso acicalamiento; estiró sobre las piernas magníficas, con cuidado pueril, las medias de seda, regalo de su galanteador; se miró en el espejo y quedó ante él largo rato, como hipnotizada por sus propios ojos, grandes y oscuros. Le pareció que aquella joven guapa y esbelta, reflejada en el cristal, era alguien diferente a ella misma y dijo de pronto en voz alta;  

<<con la virtud tan sólo no se vive, hija mía>>

Era la síntesis de sus reflexiones. ¿Dónde existía el galardón que en todas las historias morales se reserva a los buenos? Tenía razón Amaro Carabel: nada se conseguía pisando los duros caminos del sacrificio. Allí estaba ella, joven, hermosa, sin una mancha en su conducta, resuelta a ganar limpiamente el dinero. Los años pasaban. No tenía más que un traje raído, comía con escasez humildes bazofias, aquella semana no podía pagar el cuchitril... Entonces ¿Cuál era el lado bueno de la virtud? ¿Qué podía hacer?¿casarse con otro hambriento?¿Llenarse de hijos? ¿Arrojarse, después una noche desde la ventana de su guardilla, o ir, como Martina, a sumergirse en el Canalillo, eligiendo cautelosamente la hora en que los guardas no pudiesen impedir que contaminase el agua con sus harapos?... ¡Al diablo todas las preocupaciones! Dentro de cincuenta años nadie se acordaría de ella sobre el mundo y si después, en la otra vida le exigían cuentas, podría decir:

<< Tú lo sabes todo, Señor; sabes lo que es el hambre y el frío que entra en las buhardas de los pobres, y esa angustia que llena el alma cuando el agua de los charcos se ha filtrado por nuestros zapatos rotos y permanece todo el día helando los pies, y las ansias con que laceran nuestra juventud los escaparates, los autos que pasan, los anuncios de los espectáculos, que dardean luces de colores, como joyas con que se adornasen las fachadas. También -ésta es la verdad- fui un poquito mala para no ser  algún día tan mala como la pobre Martina que al fin te devolvió airadamente la vida que le diste, porque la pobre no podía más, Señor...>>

Aquel hombre que ahora la esperaba, parecía bueno. Vestía bien, acaso con un poco de ostentación; su charla, abundante y fogosa convencía; no era desagradable: el negro pelo en anchas ondas, los grandes ojos oscuros redimían su rostro de un exceso de vulgaridad....

 

PD. seguid leyéndolo vosotros en el libro por vuestra cuenta, que yo no tengo mucho tiempo.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Regreso desde el trabajo.


El regreso a la familia, a Béjar, a casa, es más alegre: primero, porque he vencido el trabajo; segundo, porque pienso en la comida, en la ternura, en el amor, en el descanso.

Además son las luminosas tres y media o las aún no anochecidas cinco de la tarde, (aunque un viernes el autobús estaba completo y tuve que esperar al de las seis).

Tengo dos opciones: la compañía provincial MOGA, que sale puntual pero va por carreteras secundarias dejando o entrando a buscar gente a los pueblos y que tarda hora y veinticinco de media, en la que hay que tragarse en autobús las mareantes rotondas (alguna vez he bendecido estar con el estómago vacío). Este viaje con el abono que tengo me sale a 4,95€.

La otra opción es el autobús ALSA (una multinacional que explota autobuses por toda España y ha llegado a establecerse hasta en China) , que en mi caso, viene de Escoriaza (Vizcaya) hasta Monterrubio de la Serena en Badajoz, y que no puede vender billetes hasta Béjar y hay que hacer la triquiñuela de comprarlo para el pueblo siguiente: Cantagallo. Este va todo el trayecto por la autovía y esa continuidad del firme y esa ausencia de curvas pronunciadas ha conseguido que un par de veces haya podido dar una cabezada, de la que desperté al entrar a Guijuelo. Suelo tomar esa opción,  aunque me cuesta 5,29€. El Alsa suele estar más lleno, el público es más variado, ofrecen WIFI y ponen una película que, al durar el viaje una hora y diez minutos, me es imposible acabar de ver. De cualquier manera aprovecho este artículo para agradecer que una tarde me pusieran Toy Story 3 que ya había visto en pantalla grande, y que me encantó revisitar, aunque fuera en pantalla pequeña y algo movida. (los que me seguís ya sabéis lo que estimo la animación contemporánea: pues afirmo que Toy Story es de las mejores, así que daros por recomendados si tenéis la oportunidad)




Otra -para mí- ventaja es que en el Alsa, si hay suerte, se puede tener conversación. La gente mayor suele prender la hebra con facilidad y siempre es muy ilustrativa la vida que cuentan. Un día encontré a Iñaki, un bilbaíno de mi edad, de profesión auditor de empresas para un gran banco. Este vasco  con el deje fanfarrón y confianzudo, me contó muchas cosas de economía y le sostuve bastante bien la conversación (siempre que he podido, he leído los cuadernillos de color salmón de El País) exprimiendo mis conocimientos y mi sentido común.

El hombretón era sincero y nada cauto en sus valoraciones. Estaba asombrado del fraude fiscal y de los malos modos de explotación laboral que hay en la zona, aunque a él dice no importarle, pero en su País Vasco, (Iñaki es nacionalista, votante del PNV, aunque no independentista, “si se ponen en ese plan que no cuenten conmigo, Virgencita que me quede como estoy”) la sociedad no tolera tanto fraude, y muchísimo menos el maltrato y la explotación despiadada que se hace de los trabajadores de Guijuelo que él había visto con ojos incrédulos, allí eso no se consentiría. Me gustó su conversación y le buscaré los lunes, que es cuando me ha dicho que suele venir.

Otro día terminé un poco contrariado con estos pensamientos que os voy a contar. Subió un chico con rasgos andinos y, como había sitio, cada uno nos sentamos en diferente pareja de asientos. Pensé en ofrecerle conversación pero dudé, al poco tiempo se puso unos cascos en los oídos, y ya no tenía objeto mi abordaje. En otro tiempo, hace 25 años, cualquier español joven estudiante en Salamanca como era yo, se hubiera acercado para hablar de música, de política, o de, sencillamente, la vida en otras tierras. Yo sí lo hice en aquellos lejanos tiempos y hasta tuve un amigo ecuatoriano, no como los ecuatorianos de “ahora”, que son pobres obreros; este hombre era de clase alta: su padre era cirujano en Alemania. Lo cierto es que cualquier persona debería asediar a cualquier viajero, para aprender de la vida, del hombre como categoría universal, de la naturaleza, de las costumbres. Siempre se ha hecho esto. Pero hoy no: estamos encerrados en el universo de nuestro ombligo atrincherado, desconfiado (y desconfiable,  porque si yo me hubiera sentado por las bravas y ofrecido conversación sincera, compartir conocimientos; confrontar experiencias, saberes y costumbres; él, en este siglo XXI, pensaría este es un homosexual que pretende ligar, o pensará en timarme o robarme o sencillamente está loco: tengo que librarme de él).

Esto de la inmigración masiva y el nacionalismo excluyente que nos ha entrado al acabar el pasado milenio, limita para siempre lo que en el hombre debería ser natural: aprovechar cada momento muerto para aprender, para compartir conocimientos, para atar una amistad con la que defenderse en común ante los inciertos peligros que puede traer un viaje. 
Todos hemos perdido con estos cambios sociológicos. Como escribí en un título anterior: “la comodidad nos está jodiendo la vida”.

martes, 11 de diciembre de 2012

Camino del Juzgado

Apuntes autobuseros.

De seis y cuarto a siete y veinte de la mañana  viajo a la defensiva, (queriendo prolongar el sueño del que me arrancó la alarma del reloj),  con un gorro de lana estirado por toda la cara pretendiendo amortiguar luces y ruidos. Busco, en la noche del gorro, refugio en la nada o en la relajante fantasía,  a veces imagino detalles de una novela negra que acabo de discurrir. También pienso en salvar asuntos que me esperan en el trabajo. No sé (creo que no) si me he llegado a dormir alguna vez; sería  lo ideal.

Lo que me obsesiona un poco en esta duermevela es apoyar toda la espalda contra el respaldo del asiento. Tantas horas sentado en el trabajo, más las del autobús, se acumulan a mis antecedentes como guitarrista y hacen que se me estén acentuando unas molestias lumbares que ya se insinuaban.

Sé que en Madrid hay medio millón de personas que (iba a escribir “viven”) mueren trayectos como el mío todos los días. Uno necesita entrar dentro de la piel del otro para compadecerlos (como ahora hago yo).

 




La Salamanca monumental donde está mi trabajo me encanta. Salvo cuando ha llovido la paseo en la noche cambiando los itinerarios para ver los reflejos de las luces en sus piedras doradas. Como soy tan exhibicionista he querido reflejarlas y compartirlas con vosotros así que me he llevado la cámara y el trípode.

 

Creo que es uno de los secretos de la vida: hacer de la necesidad placer: sucede que no suelen abrirme la puerta de la oficina hasta las ocho menos cuarto.
 

 

En unos soportales del convento de los Dominicos, a la sombra del luminoso retablo de la iglesia de San Esteban, he descubierto que duermen, entre viejas mantas sucias y  renovados cartones, tres  vagabundos. Creo que a uno, más joven que yo y bastante corpulento, le he visto mendigar en la calle Prior. En otro lugar he visto un cuarto mendigo que duerme en un cajero automático de la Caja de Extremadura. (Escribo este nombre comercial por agradecimiento humanitario). 

Al comercio salmantino le ha pillado una crisis al cuadrado, a la propia crisis (universal) la multiplica el que hace un par de años se haya asentado el gigante del comercio español: El Corte Inglés. (creo que esto ya lo he escrito en el blog)

Este otoño ya ha helado. Un día que llegamos al dos bajo cero me acerqué a ver si los mendigos habían optado por pedir asilo en algún sitio menos glacial,  pero ahí estaban como siempre. Veinte minutos después, en mi  trabajo, una compañera al entrar de la calle dijo: ¡qué frío hace!:¿a ver si con los recortes no han encendido la calefacción?

Yo me sonreí pensando que entre nosotros, los afortunados trabajadores del Ministerio de Justicia, carece de sentido hablar del manido tiempo metereológico que –casi- no padecemos.

 

sábado, 8 de diciembre de 2012

Sorpresas que da el trabajo.

Ya lo sabéis y se nota en el blog: estoy trabajando, muchos días de seis de la mañana a seis de la tarde entre autobuses y trayectos a pie. El resto del tiempo lo dedico a la familia, al descanso y, alternativamente,  al insomnio y a las pesadillas. Casi no leo. Pienso mucho (sobre todo cuando voy en autobús) pero no tengo tiempo de escribirlo y se me olvida. Sí estoy escribiendo sobre las ruedas de molino con las que me hacen comulgar. Trabajo con la mayor tensión y dedicación y cada vez con menos presión,  pero no me parece prudente relatarlo ahora. Tengo que ser feliz porque floto y avanzo (me parece un poco engreído decir que nado) contracorriente.
Sin embargo, el trabajo depara sorpresas: puedo decir que de los cuatro amigos que he hecho en el siglo XXI: uno  me lo encontré en un trabajo que tuve en la Universidad de Extremadura, y otro, al ir a citarle como denunciado para en un juicio que jamás se celebró. No voy a decir que ya tenga un amigo en este trabajo, sólo quiero declararos que estoy gratamente sorprendido, porque no sospechaba que en este nuevo lugar hubiera un tipo con una habilidad y sensibilidad tan excepcional, y esto despierta mi admiración, que no es poco de momento.
Trabajo con este hombre http://www.jesusdorrego.com/ yo diría, y a él se lo he dicho, que es uno de esos fotógrafos que por su calidad técnica le podrían robar sus fotos en esos powerpoints acompañados de música y mensajes que suelen crear súbditos argentinos y que se reenvían por todo el mundo hispanoleyente. (Supongo que en otras lenguas utilizarán las mismas fotos)
Creo que lo que más me gusta de él son  las composiciones corporales hurtadas de la calle. Supongo. No se lo he preguntado porque trabaja en otra dependencia y acabo de descubirle, no creo que tenga modelos, estoy casi seguro que no es más que  un tipo raro que sale de caza con la cámara, un acechador de luces, y luego se lo curra, experimenta, lo destila  y como todos, orgulloso, con su corazoncito, nos lo muestra. Como es un punto com, le cuesta dinero, pero creo que también sacará algunos dinerillos de ello.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

El bisabuelo de los cuentos de ahora.


 
Primero diré que no sé muy bien cómo son los cuentos de ahora mismo porque sólo leo los míos. Pero voy a pensar que sean parecidos a la narrativa de Juan José Millás, que es hijo de Cortázar y nieto de Kafka.  Ahora he descubierto que el bisabuelo es Jan Neruda. (1)

Compré este libro por la curiosidad de conocer a quien robó el nombre  Neftalí Ricardo Reyes (en mi enciclopedia Larousse no viene más que este Pablo Neruda. Es una injusticia.)

Al leerlo me pareció modernísimo; me gustan Galdós y Clarín y Juan Valera y Pedro Antonio de Alarcón que son sus contemporáneos españoles, pero me resultan claramente decimonónicos, sin que esto tenga ninguna connotación negativa. Este tipo es más raro: tiene una visión oblicua, dodecafónica, estrambótica, es el más  claro padre de Kafka. (Que tendrá, como todo literato, cien padres).

Los checos deben de ser unos tipos muy peculiares, ahí en el centro de Europa, con el mayor porcentaje de ateos del mundo, con una capital que debe ser de ensueño, con sus Dvorak, Janacek, y esos acentos tan raros que colocan hasta en las consonantes, destacados amantes de jazz que, casi  proscrito al otro lado del telón de acero, que ellos practicaron siempre...

Hoy vengo a recomendaros estos Cuentos de Malá Strana no porque sean eslabones históricos, es que son muy buenos. Aunque en cualquier concurso televisivo hay que contestar que Neruda fue un poeta chileno.

 

 

PD. Me encanta Pablo Neruda y tengo que leerlo más. Y ahora le reconozco también su buen ojo: su seudónimo no fue un azar sonoro.

 

(1)   y el tatarabuelo es Edgar Alan Poe.