Lo censuró mi mujer, pensó que no me convenía que alguien pudiera leerlo. La gente no termina de entender las cosas que quiere entender a medias, y anticuerpos de SIDA suena muy mal. También sucede que para entrar a trabajar en el sector público te piden un certificado de que no padeces enfermedades infecto-contagiosas, pero ahora no me importa nada esta información.
Estaba trabajando en un Juzgado de Salamanca por aquellos entonces, y me sentaba en el autobús con los africanos que iban solos, porque nadie lo hacía, y para hablar con ellos, por ahí atrás andan mis artículos al respecto.
NO SEA
QUE A ALGUIEN LE PASE UNA COSA ASÍ
Soy
donante de sangre, ya lo tengo escrito por ahí atrás. Me parece que serlo es de
buenas personas; agradecidos tanto por nuestra salud, que la regalamos no
importa a quién. Tres o cuatro veces al año durante casi ocho años, he sentido
ese placer de dar, esa liberación de una obligación moral hacia el prójimo y la
recompensa de hacerlo entre personas escogidas por ese espléndido sentimiento,
como yo. (Los otros donantes que me parecen tan dignos de admiración)
Durante
todos estos años, primero por carta y después por SMS, me comunicaban que no
tenía hepatitis, ni SIDA, ni alguna otra
infección que hiciera que mi sangre fuera inválida o mi salud pusiera en
entredicho. Al contrario, tres o cuatro veces al año me reafirmaban lo
saludable que era en estos aspectos que pueden analizar, (para haberme medido
el azúcar o los triglicéridos habría debido de “ir en ayunas”).
El 28
de febrero de 2013 recibí una carta certificada con acuse de recibo:
En su última donación de sangre hemos
observado una alteración en los resultados de los análisis realizados. Cabe la
posibilidad de que sea debido a errores de la técnica efectuada, por lo que es
preciso comprobarlo repitiendo el análisis con una nueva muestra.
(...)
Por
motivos de confidencialidad, no podemos dar ninguna información sobre
resultados analíticos por teléfono . (...)
Aprovechando
mi pausa para el café, acudí al centro de Donantes de Salamanca, que no está
lejos de mi trabajo.
Yo
pensé que podría tener hepatitis, de la que sé muy poco, ya que no había
realizado prácticas de riesgo de infectarme de SIDA, (si es cierto que se
transmite por las vías que siempre han dicho que se transmite). En el centro de
donantes, la médica, previa breve explicación, me dijo que en el análisis
“barato” que hacen, un reactivo había
identificado que yo tenía anticuerpos del SIDA, pero que iban a tomarme en ese
momento cinco tubos para hacerme un análisis más completo que descartara o
afirmara rotundamente si lo tenía o no. En cualquier caso, -me seguía
informando- mi material genético daba negativo, de manera que aún no había
desarrollado la enfermedad.
Añadió
que el nuevo análisis tardaría unas dos semanas en dar sus resultados, pero que
no tenía que preocuparme si no había realizado “prácticas de riesgo”. La única
que había podido realizar fue una glucemia que me hice en una farmacia de
Salamanca, también en los 20 minutos de café, -que me costó 5 euros, ya que
no podía acudir al Ambulatorio de Béjar
que no abre por las tardes, además de que no aguanto en ayunas una mañana
entera-. En ese análisis de la farmacia no vi quitar ningún precinto, ni
plástico, al instrumento con el que me dieron un picotazo, y... la mente es
libre de dar vueltas sobre si con ese
mismo pincho no habrían picado a un infectado de Sida que fuera a hacerse aquel
otro tipo de pruebas, que también publicitaban en el escaparate del
establecimiento.
¿Cómo
voy a tener yo tan mala suerte? Sinceramente, estadísticamente, he pensado que
no: que sería no un problema de mi sangre, ni de aquel pincho, sino de los
reactivos del Centro de Hemoterapia y Hemodonación de Castilla y León; pero
durante un mes, hasta hoy 3 de abril, yo he sido por un análisis clínico:
positivo de anticuerpos de SIDA. Y eso es injusto. Me he privado de tener
relaciones sexuales y he tenido que soportar las veladas dudas de mi mujer, que
no podía estar tan segura como yo mismo de que no fuera un verdadero positivo,
máxime teniendo en cuenta mi tan raro entusiasmo por mantener conversaciones a
corta distancia con negros subsaharianos (y darles la mano efusivamente al
final).
En
carta fechada en Valladolid el 1 de abril de 2013 me dicen:
En el análisis realizado se observa una
falsa reactividad persistente. Esto no tiene NINGUNA IMPORTANCIA PARA SU SALUD,
aunque no puede donar sangre por interferir en las pruebas que realizamos a las
donaciones.
Y remachan en
el siguiente párrafo.
Esta
falsa reactividad se debe a un fallo de la técnica analítica (equipo y
reactivos empelados para el análisis), no tiene ninguna relevancia para su
salud, y no tiene que hacer ningún tipo de prueba adicional ni revisiones por
este motivo.
Soy
confiado y quiero pensar no que tengo una sangre “un poco rara” que provoca la falsa
reactividad persistente, sino que hemos entrado, con los recortes
sanitarios, en una nueva era de reactivos baratos que saltan no a la mínima,
sino a la inexistente.
Me
molesta, me ofende por mi sangre tan viva, tan generosamente ofrecida desde que
decidí ser donante, esa sangre que repartía vida y salud, que ahora se quedará
en mis venas sin ayudar a nadie más. También me ha molestado lo
burocráticamente que han tratado mi caso: podían haberme “tranquilizado” en
poco más de dos semanas, pero ha pasado más de un mes: quince días de más me
han tenido “en vilo”. ¡Menos mal que yo no había tenido prácticas de riesgo!
Y todo
sólo por ser bueno, generoso, altruista...
Quiero
escribirlo por si a alguien le pasa, que no se preocupe, que a mí no me ha
pasado nada. De corazón, sigo siendo donante de sangre.
NO TENGO EL SIDA, NUNCA LO HE TENIDO, PERO DEJÉ DE SER DONANTE DE SANGRE ENTONCES Y NUNCA LO HE VUELTO A INTENTAR.