Pensemos un poco... con la cabeza.
A la inmensa mayoría de la gente le gusta que
el débil triunfe frente al fuerte: tenemos el mito de David, de Robin Hood, de
todos lo Viriatos, Espartacos, Bolívares, Martís... ¿Cómo no va a tener Julian
Assange millones de seguidores en todo el mundo?: un joven, que apoyado en las
nuevas tecnologías (lo cual incrementa sus adeptos juveniles), desnuda parte de
los secretos de la primera potencia mundial y se burla del castigo en el
burladero de las leyes nacionales de inmunidad
internacional, primero en el institucional Reino Unido, y ahora, después de
perder en la justicia británica todos los recursos que podían impedir su
extradición a Suecia, se refugia en la
embajada de Ecuador (un país pequeño, disidente y rebelde con el poder
“imperial”).
Julian Assange es un delincuente confeso de
un delito que existe en todos los códigos penales del mundo; cuando yo lo
estudiaba, se llamaba “descubrimiento y revelación de secretos” y protege el
derecho a la intimidad y a guardarnos parcelas de conocimiento frente al resto
de la sociedad. Es un derecho de primer orden: primo de la inviolabilidad del
domicilio, hermano del secreto de correspondencia y de la privacidad de las
llamadas telefónicas. Lo tenemos las personas físicas y también las jurídicas:
los estados también suelen llamarlo “alta traición”, y se tiene tanto más
garantizado cuanto mayor es la calidad democrática de un país (precisamente en
Gran Bretaña “el imperio Murdoch” se ha tambaleado por unos pinchazos
telefónicos, por otro lado, el escándalo por antonomasia del siglo XX fue el
“caso Watergate” que defenestró al hombre más poderoso del mundo: el presidente
Nixon de Estados Unidos). Todos los estados tienen secretos y servicios
secretos, y todo el mundo pone paredes, visillos y ropas a sus cosas privadas y
tapa sus vergüenzas; quien no lo hace no goza de ninguna consideración ni
prestigio (hace años Estefanía de Mónaco).
Pero la gente somos consumidores de cotilleos
y secretos. Una de las conversaciones telefónicas más célebres del siglo
XX fue aquella entre el príncipe Carlos
de Inglaterra y Camila Parker-Bowles en la que manifestaba – en poético
ditirambo- querer ser el tampón de sus reglas, (para estar permanentemente
metido en su coño). Alguien grabó y reveló este secreto profundo, aunque
supongo que la mayoría de los hombres del mundo hubiéramos preferido que una
criada infiel hubiera grabado o hecho fotos desnuda, duchándose o en
“deshabillé”, de su anterior y hermosísima esposa Lady Diana, aquel delito no
se nos logró y sí aquella otra revelación de peor gusto.
Todos condenaríamos a esa criada infiel que
robara intimidades, lo mismo que ha hecho Estados Unidos con el suyo: un
soldado llamado Danny Manning, que es el verdadero david, el verdadero valiente
que se ha jugado, -y perdido-, su vida (aunque no le condenen a muerte, creo
que nunca saldrá de la prisión). He ahí el sufrido mártir, además sin ningún “glamour” de la “transparencia
internacional”de aquellas revelaciones, con las que nos regodeamos y que
tuvieron muchas pequeñas y medianas consecuencias, y también grandes, como
iniciar las revueltas en el mundo árabe tras conocer desprestigiosos
comentarios. Las revolucione árabes nos pueden parecer positivas, pero que se
han saldado con miles de muertos y no parece que ahora se viva mejor en Túnez,
Libia o Egipto.
Volviendo al gamouroso Assange; coincidentes
con su celebridad mundial, le han salido dos acusaciones de violación en
Suecia, (el oportunismo huele a montaje, insinceridad y ganas de notoriedad de
las acusadoras). Pero debemos ser cautos con las presuntas víctimas de algo tan
horrible como una violación.
Cuando le pasó al poderoso Strauus-Khann casi
todos dábamos por bueno que aparecieran
antiguas violadas. No he hecho un seguimiento pero, precisamente, después de
haber sido descartada la de la empleada de aquel hotel, quizá le haya empapado
la de alguna de estas “oportunistas”. (1)
Seguramente para muchas mujeres y
hombres, el albino Assange es muy atractivo y no necesitaría forzar lo que
puede conseguir sin demasiada persuasión y gratis (mucho más fácil ahora,
siendo un personaje mundial). Pero os recordaré que hay en la historia muchos
violadores guapos y atractivos físicamente (en España hace 20 años hubo un tal
Antonio Anglés que al parecer ligaba con facilidad con muchas chicas, pero que
participó en la violación y asesinato de
tres niñas; y recuerdo que una de ellas parecía bastante poco agraciada, frente
al apolíneo criminal). Por tanto, la condición de violador, como la de
consumidor de prostitución, nada tiene que ver con el atractivo del sujeto,
sino con sus oscuras apetencias: no se sabe bien qué le pasó en su día al más
famoso Robin Hood: Erroll Flynn; pero sí recordamos con más claridad al apuesto
actor inglés Hugh Grant, que fue sorprendido en la calle recibiendo los
servicios de una prostituta.
Puede ser que todo el asunto de Suecia sea
una pieza de la conspiración vengativa de Estados Unidos, y no debemos descartarlo: no siempre sus procedimientos
son limpios (lo que nos contaron del fin de Bin Laden, no es otra cosa que un
asesinato extrajudicial). Pero, de momento, yo no quiero creerme el mundo al
revés: confío más en la solera de los estados de derecho e instituciones
asentadas en el tiempo, que en las menos contrastadas. Creo, por tanto, que los
jueces suecos no admitirían a trámite dos violaciones sin un principio sólido
de prueba y no creo que los suecos sean jueces venales, ni sumisos al poder de
Estados Unidos; es decir, que, sólo con pruebas sólidas condenarán y, ante la
duda, absolverán al ahora “presunto
violador”.
Creo, en definitiva, que cualquier persona,
(y también los que se manifiestan por el “derecho” del fundador de Wikiliks a
no ser extraditado para su juicio en Suecia) que, inocentemente, fuera por una carretera sueca
o inglesa y la policía le parara y le empezara a pedir papeles o le dijera: acompáñenos,
está detenido, prefiriera que eso mismo le estuviera sucediendo en Ecuador,
Venezuela, o Bolivia.
(1) en alguno de mis muchos destinos
judiciales tuve el horrendo privilegio de conocer un caso de violación
denunciada -oportunistamente- al cabo de años. Una mujer casada, con más de
veinte años, junto con su hermana de 19, ambas vivían independientes fuera del
hogar paterno, denunciaron a su padre
por las violaciones continuadas de varios años atrás. La oportunista razón es
que se habían percatado de que el criminal estaba empezando a “molestar” a su
hermana de 12.