domingo, 28 de agosto de 2016

Basta de bobadas

Hubo en el centro de Italia un tremendo terremoto que habrá matado a 300 personas y dejado sin casa y equipamientos públicos a millares. Pero murió una española, una joven. Los padres quieren traer el cadáver, (hoy cuando ya se incinera más que se entierra) y que les salga gratis. El gobierno español, con muy buen criterio, dice que para eso no hay dinero, y enseguida surge una plataforma de firmas para que lo haya. Es la notoriedad del caso lo que abona que un montón de gente se apunte a que esto es una "gran necesidad"; inmediatamente hay otra plataforma para recaudar dinero para dejar en evidencia la "tacañería" del gobierno. Ahí está la bobada. ¿No se emplearía mejor el dinero de estas cuestaciones en subvencionar investigaciones sobre enfermedades raras, antes que para subvencionar traslados a costosísimas clínicas de Estados Unidos? Mucha gente es boba y manipulable, sobre todo si hay un foco de televisión delante.

Pero vuelvo a Italia. En el mismo telediario sacaron a una mujer italiana dando voces, porque le quedaba un familiar entre los peligrosos escombros de su derruida casa. La televisión resolvió el problema segundos después: un bombero entró y al poco le entregó a su gato... al que abrazó y besó emocionada. Un bombero de noventa kilos, que tiene muchas personas enterradas que rescatar, puede que todavía alguna con vida, arriesga que la casa se termine cayendo en algún momento  apoyando sus 90 kilos en los inestables restos de aquellas ruinas, todo para "salvar" a un gato, animalejo que con su agilidad y sin peligro al posar solo su ágil medio kilo, podía salir perfectamente, o si no, dar definitivamente por perdida la mascota.
Pero vivimos en un mundo mascotizado: estoy convencido de que si alguien retuitea el video del salvamento gatuno recibirá miles de "me gusta".

viernes, 19 de agosto de 2016

El Veintiocho

Casi todos los turistas se informan antes de ir a un país que no conocen. Por ejemplo, todas las mujeres saben que para entrar en San Pedro del Vaticano deben vestir con un mínimo de decoro y que si van a un país musulmán deben cubrirse el pelo con un pañuelo, sobre todo para entrar en una mezquita. En muchos países se debe tener especial cuidado en no beber más que agua mineral o en evitar determinados barrios. Hay cientos de decálogos por internet: el que quiera estar avisado no tiene más que teclear y yo creo que más del 90% de la gente lo hace.


foto: Natalia Mayo
 

Lisboa nunca perdió el uso de los tranvías y se convirtieron en un atractivo turístico más de esa hermosísima ciudad. En agosto, el 90% de los que montan en ellos no son portugueses; supongo que el resto del año aumentará la proporción  de lisboetas, pero estoy seguro de que estos medios de transporte no desaparecieron gracias a la afluencia del turismo. Son pequeños, incómodos, suenan a rayos, echan chispas al frenar, son lentos, antiergonómicos y, sin tarjetas, cuestan 2,85€; pero los turistas aceptamos de buen grado esperar para que nos lleven apretados por la Alfama, el Chiado, la Baixa... El que tiene un recorrido más atractivo es el 28. Por eso siempre está lleno (de turistas, más que ningún otro)
En la cola donde esperamos alrededor de una incierta hora hasta que llegó uno en el que pudiéramos entrar (mucha gente abandonó por no querer perder tanto tiempo en el empeño) todo el mundo parecía saber que este tranvía era "el de los carteristas". El 28. Lo comentamos con varios españoles. No obstante esperábamos, jóvenes, y adultos con niños, con ganas de que nos dieran el paseo, con los ojos muy abiertos y los objetos de valor bien amarrados. Pensaba yo, y puede que pensaran mis compañeros de espera, si no estaríamos compartiendo cola, o incluso hablando con un carterista, de carteristas. Yo casualmente y sin saberlo vi a un carterista estaba sentado en el vagón anterior donde no pudimos entrar, y buena rabia que nos dio a los esperantes. Tanta que algunos se cansaron y nos cedieron su puesto en la cola. Mi hija trabó amistad y conversación en inglés con una japonesa que había venido a Europa: había estado dos días en Londres y ahora estaba otros dos en Lisboa. Si alguien, pagando un tan caro y largo viaje, estaba dispuesta a pasar el tiempo de cola por subir a este tranvía, ¿qué no debíamos de esperar nosotros que vivimos solo a poco más de trescientos kilómetros? Así que permanecimos. Al poco tiempo, recién anochecido, llegó el premio: un tranvía semivacío donde nos acoplamos sin apreturas y casi sin temores; incluso, a los pocos minutos, pudimos hasta sentarnos. Pero yo siempre con un ojo fuera y otro dentro para evitar el acontecimiento.



 fotos Natalia Mayo
Entretanto hacíamos fotos y saludábamos a los peatones que nos sonreían y fotografiaban, envidiosos de estar en aquella atracción. Yo, con la mochila en el pecho, contagiado por mi hija, también gritaba y saludaba a los turistas que nos admiraban. En una embriaguez infantil estábamos dispuestos a que nos dieran la vuelta completa. De pronto, alcanzamos al tranvía anterior que se había ido lleno sin que pudiéramos abordarlo; de él salió mucha gente: una mujer oriental lloraba y vociferaba, y una de las españolas que también salió, que pudo abordar en ese vagón por estar delante nuestro en la cola, me dijo desde la acera que había carteristas y habían robado a esa mujer china.
Las risas y el juego se habían tornado en rabia y llanto. El querer aprovecharnos de un servicio público portugués para jugar y divertirnos como niños  a alguien le había salido carísimo.
Del anterior tranvía subió bastante gente al nuestro, como espantada. (Casi todos los turistas adquirimos una tarjeta con "barra libre" para los transportes y museos, entonces se entiende que la usamos siempre que podemos). Seguimos disfrutando aunque ya con ojo y medio dentro hasta el casi final.
Resulta que entre los indignados, habían subido también carteristas al nuestro. Un hombre, con cara de ser "del Este" de Europa parece que intentó meter la mano en el bolsillo de un valenciano. Este se revolvió agarrándose al pantalón y dando gritos. Entonces, los carteristas, (que eran tres,  y a uno de ellos ya sabéis que le había visto yo bien la cara en el tranvía que pasó antes del nuestro) se vieron identificados y aislados. Inmediatamente casi todos nos bajamos del vagón, también porque se acababa el trayecto. Pero todos mirando de reojo al grupo carterista. Curiosamente también bajaron, y nosotros volvimos a verlos, cerca del elevador de Santa Justa, buscando multitudes y apreturas, lejos del vociferante grupo valenciano que gritaba cabreado en otra dirección.
Yo pasé la cola de esa última atracción mirando alrededor pensando que volvían a aparecer. Aproveché para contarlo a otros españoles. Incluso les enseñé una foto que tomé del carterista desde lejos. La tensión me fue desapareciendo con el tiempo y la paciencia que hube de soportar para poder subir a ese artístico ascensor que formaba parte de los derechos que habíamos pagado al comprar la tarjeta.
Por cierto, es una estupidez perder una hora y cinco euros ( a quienes no compraron la tarjeta abono) en tomar el ascensor de Santa Justa. Eso también nos lo advertían los decálogos de consejos de Internet pero, como tanta gente, picamos, a pesar de ello.

Vista nocturna desde el elevador de Santa Justa, que puede obtenerse desde otros sitios además de el famoso elevador de Santa Justa. Foto Natalia Mayo.


PD. después he pensado que, sin carteristas, el tranvía 28 hubiera sido decepcionante y no me hubiera motivado este artículo. No sé, quizás son funcionarios públicos, que dan emoción a los trayectos para que los turistas tengamos algo genuino y vívido que contar.

jueves, 4 de agosto de 2016

A alguien que me lee desde Rusia

Hace mucho tiempo comenté que estaba peligrosamente enganchado a las estadísticas de mi blog. Sigue siendo un poco cierto. Quizá sería mejor no saber nada y escribir como si fuera a leerme todo el mundo, sin pensar que, por ejemplo, hay muchos países que no me han leído nunca. Unas 70.000 lecturas en cinco años. En muchas de ellas sé la razón: he interesado a un grupo de gente que les ha gustado que hablara de ellos y lo han compartido y recomendado, Las Funanviolistas; La bodega de Capirro; Valentín González, el hombre de San Esteban del Valle, que puede que muchos pinchen porque crean que es el famoso líder "el Campesino".  Tampoco puedo saber cuántos solo abren mis archivos y piensan "esto no me interesa", y no me leen, o no me terminan de leer.

Ahora tengo una sensación muy placentera: durante la última semana me han estado leyendo 523 veces desde Rusia, durante el último mes 1.744. Me alegra y trato de saber, de lucubrar. Porque se ve que me están leyendo "de cabo a rabo" exhaustivamente. Porque en las estadísticas se refleja esto.

En el curso 1991-1992 fui profesor en un instituto de secundaria y entonces ( a pesar de lo inexperto e inmaduro que era como enseñante) algunos alumnos me hicieron creer que  me admiraban. Se me ocurre que sea alguno de ellos, que me haya descubierto y quiera escrutarme. Quizá alguna chica que un día se enamoró de mí sin yo saberlo.
Pero ¿por qué no pensar lo mejor? Realmente si yo escribo es para gustar, para conseguir en todo el mundo esto que parece que le está pasando a alguien de Rusia. Porque pretendo que siempre mis ideas sean buenas y además son originales. Me gusto y por ello me exhibo, Creo en mí, si no no escribiría ¿Por qué no habría de gustarle a alguien más? ¿Por qué no pensar que pueda resultar a alguien mi persona tan interesante  que haga por leer esta obra de mis más de 600 variopintos artículos?
Me gustaría darle las gracias por su correspondencia a mi esfuerzo. Huelga escribir más sobre ello: Quien me haya leído tanto ya me conoce.

PD. Otra gratificación: al mirar el mapamundi de las visitas como Rusia ocupa tanto, resulta más gratificante el fenómeno.Gráfico de los países más populares entre los lectores del blog