Cuenta en primera persona -y uno pone la cara de Vargas Llosa al protagonista narrador-, las desventuras de un peruano que se enamora de una enigmática mujer de ignoto pasado (voy por la página 300, no sé si luego me lo va a contar) de un atractivo y una gracia indescriptible, fuera de lo común. Esta mujer es calculadora y ambiciosa y va casándose o uniéndose con hombres poderosos, pero el amor del protagonista nunca lo pierde y así nos va narrando.
A mí me agrada leerlo con las dos caras de los personajes, por eso he puesto el título que encabeza este artículo. Sé que desde 1985, creo que fue por relacionarse con la Preysler, el ministro de economía Miguel Boyer deja el gobierno y, además, dan a conocer públicamente su relación en una cena con Vargas Llosa.
Es de suponer que mantuvieron o incrementaron la amistad en estos 30 años. Y también no me extraña que durante este tiempo el escritor haya estado a veces curioseando el Hola y deleitándose con lo guapa que ha salido siempre su actual novia en esa publicación. Si yo tuviera una amiga que saliera en el Hola miraría esa revista siempre que pudiera, estoy seguro.
Vargas Llosa se ha divorciado de su esposa de toda la vida al poco de quedar viuda Preysler. Creo que un salto como éste, por inhabitual y más peligroso para un octogenario, no se da en el vacío, ni de repente, y Vargas Llosa es una persona muy cartesiana en sus expresiones y razonamientos, así que yo me permito deducir que enamoramiento, o fijación, había ya, de largo. De esta manera no es ilícito intelectualmente pensar que se inspirara en esa mujer al escribir esta novela, ni mucho menos ilícito para un lector, muy libre de poner las caras que me apetezcan a los personajes de la novela que lee; esta es la principal ventaja comparativa de la lectura sobre otros modos de recibir historias.
Concluyendo, que la novela es muy buena y uno la esta devorando agradecido de que le recuerden París, que está muy presente, y lamentando no haber ido a Londres aún, aunque lo esté menos. Agradeciéndole los escenarios, tan vargallosianos -él ha vivido en los dos sitios-, que, además, le hacen no incluir tantos peruanismos con los que nos suele abrumar cuando sitúa la acción en su país.