martes, 30 de noviembre de 2010

¡Cuidado con los pasos de peatones!

Podría hacer analogías con la guerra civil española. Pero sólo escribiré un refrán "si la piedra choca contra el cántaro o el cántaro contra la piedra da lo mismo: siempre pierde el cántaro".
Hoy el cántaro es una niña de 11 años que cruzaba por un paso de cebra, amparada en la señal de un hombrecillo verde encendido al otro extremo. Un conductor ignoró a la niña, porque tampoco reparó en que un semáforo en ámbar intermitente es una señal de precaución y ordena detenerse ante el paso de otro vehículo y también de un peatón. El coche, me ha contado el padre, se detuvo, habiendo arrastrado a la niña, seis metros más adelante. La atropellada está ingresada en un hospital con conmoción cerebral y tendrá que ser operada de una pierna y quizá también de un brazo. Esperemos que tenga las mínimas secuelas.
Quiero pediros que tengáis mucho celo cuando seáis cántaro, pero sobre todo, cuando seáis piedra.

sobre la buena educación musical

He intentado, para ser fiel al título de este blog, subir alguna de las grabaciones que tengo de las víctimas de la guerra. Pero el editor no tiene esa función y tampoco me las deja subir como video. Buscaré alguna solución. No quisiera ser un fraude para los que esperan que el título tenga algo que ver con el contenido.

Aprovecho para manifestar que quiero mucho a mi madre, y esta faceta mía de artista del montón que carece de vergüenza para exhibir su arte (aparte de otras muchísimas cosas), sin duda se la debo a ella.
Pero hoy he descubierto que también quisiera que me hubiera parido o adoptado esta chica que os enseño. Fijaos bien en el niño: con esta educación, será un buen músico. Lo que yo hubiera querido ser.
http://www.youtube.com/user/mercedezzz#p/a/u/0/aNudwcNl2To

lunes, 29 de noviembre de 2010

una de actualidad

Uno piensa que todo va muy deprisa. Nos vamos apuntando a todo lo nuevo y además se han puesto todos los huevos en la misma cesta. Una cesta que es virtual: el adjetivo panacea de nuestro tiempo.
Ya sabéis por donde voy: wikiliks. Internet precisamente surgió como un proyecto del ministerio de defensa de Estados Unidos para poder reproducir indefinidamente órdenes militares y resistir a una hipotética invasión rusa. Hoy precisamente parece que al gobierno USA le robaron la llave de la caja de Pandora y ahora le vemos las vergüenzas.
La misma llave de Pandora que tiene todo el mundo para saquear la propiedad intelectual de los músicos y cineastas.  Les han reducido a ceros y unos que vagan libremente por el ciberespacio, para que quien quiera quedarse con su trabajo gratis, lo haga.
Si alguien puede, que pare el carro. Muy difícil, ahora que gran parte de la economía se asienta en la comunicación entre redes de ordenadores. Mi dinero ahorrado en el banco no es más que un apunte en una cartilla, pero yo no hago los apuntes, ni ninguna otra persona, se hacen solos al meter la cartilla en el cajero, los hace un ordenador. Afortunadamente, hasta ahora, no me falta nada y todos los meses a primeros me suman los números de mi sueldo. Parece que tenemos que fiarnos de que todos nuestros ahorros estén ahí apuntados: en el ordenador de un banco.
Últimamente también he confiado cuestiones importantes y sentimientos, dentro de mi correo electrónico. Uno de los derechos fundamentales de la constitución es la inviolabilidad de las comunicaciones postales o telefónicas. Pero todos, los servidores de internet y las empresas de telefonía, tienen métodos para "mirar ahí" por ejemplo, para pincharte el teléfono o el correo electrónico si se lo pide un juez. Y esos métodos los saben personas que tienen conocimientos y claves para meterse en esa parte de nuestras vidas, si les apeteciera lo harían, porque ¿quien controla a los controladores?

Hoy, unos listos o unos traidores que tenían las claves, han dejado con el culo al aire a Estados Unidos y a muchos otros países. Hace unos años recuerdo que los DVD eran incopiables, hasta que un joven Noruego dio con la clave y la publicó en la red. Si el correo electrónico del Departamento de Estado norteamericano ha sido violado, qué no harán con el vuestro o con el mío. Esperemos que no nos conozcan aquellos que tienen ese control.

Pero hay algo peor. El dinero.
Hace unos meses pusieron en la tele una película de hace unos años, en la que Harrison Ford era un banquero al que secuestraban su familia para que hiciera una gran transferencia de dinero de su banco a un paraíso fiscal.  Hubo muchas películas parecidas al 11 de septiembre, pero siempre llegaban Superman o James Bond a salvar la civilización. Ya sabemos que el 11-S no llegaron y pasó la que pasó. Temamos las profecías cinematográficas, que algunas se van cumpliendo. A mi lo de wikiliks me puede dar relativamente igual, es una ONG de transparencia internacional y yo no tengo ningún secreto interesante que ocultar. Espero que no surja una ONG que se llame Robin Hood y decida que todos los que tenemos ahorros en el banco compartamos nuestro dinero con los pobres de la tierra.
Confiemos en que los bancos (el mío, al menos) sean menos torpes que el Departamento de Estado americano.

POSDATA: Ahora recuerdo que en la película Mary Poppins un comentario de un niño causó el pánico y un gran banco se vino abajo. No quiero causar éso. No hay peligro, este blog no lo lee casi nadie pero, tambpo se me ocurre una alternativa dónde poner (por ejemplo) al menos, la mitad de mi dinero a salvo.

jueves, 25 de noviembre de 2010

un bicharraco curioso

Yo soy el curioso, y el ignorante de lo que pueda ser. Ayer en mi paseo vespertino lo vi. Era muy dificil de enfocar con mi cámara y, para asegurarme de que me lo llevaba, hice vientitantas fotos, de las cuales habré tenido que eliminar cerca de veinte porque no salía nada. Como todo medioinformado contemporáneo he consultado las primeras entradas de Google por si fuera el macho de una mantis religiosa. Y no lo he encontrado, así que ilusamente me lanzo a mostraros que he descubierto una subespecie. Para que veais que toco todos los palos del saber. (algún día me cogaré un video tocando la guitarra)

Volviendo al protagonista, que me permito inscribir en el registro civil de este blog como "bicharraco barranqueño" yo lo definría como un pariente larguirucho y pequeño, que no parece de mirada tan pérfida como su prima mayor, La Mantis. (disculpen, no sé si éste es un comentario misógino)

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Federico, el pastor.

Me gusta  -y necesito-, pasear y hacer fotos al Barranco de las Cinco Villas donde vivo entresemana. Ayer, al anochecer, coincidí en mi regreso a casa con un rebaño de ovejas y su pastor que, montado en un burro, dirigía con ayuda de unos pequeños perros muy obedientes. Por entablar conversación le dije:
-¿Cómo corren estas ovejas?
Nunca había visto ovejas tan rápidas. Caía la noche y el frío empezaba a rodearme, así que yo llevaba el paso firme. El burro también se movía ligero, pero las ovejas iban todavía más deprisa. El pastor me contestó:
-Es que tienen ganas de volver a casa.
Yo no atribuyo mucha voluntad a las ovejas así que se me ocurrió pensar y consulté:
¿Es que tienen una comida especial a la vuelta en la cija*?
 (en mi pueblo llaman “cija” a la habitación para las ovejas, en el noreste de Segovia, donde viví un año, lo llaman “tenada”?
El pastor me contestó:
-Sí, pero, mayormente, es que muchas tienen cordero.
Claro, era el sentimiento maternal. Las ovejas salen a pastar. Supongo que al salir habrá que separarlas de los corderos. Los corderos no comen hierba y si el pastor los sacara a pastar serían un entorpecimiento, para las madres y para él. Las ovejas salen -de buen grado- para pastar y cargar sus ubres y cuando el pastor, ayudado por sus perros, ordena la vuelta, se lanzan con un trote vivo a satisfacer su maternidad.
Lo peor de éste, hasta ahora, cuento de Disney, es que el pastor vive de los corderos que vende. La amorosa –y compulsiva- maternidad de las ovejas es para beneficio del pastor.
Así tiene que ser.
Aunque el pastor se queja de su escaso beneficio, que se va reduciendo. Me dijo que acababa de vender algunos corderos por una cantidad que no recuerdo, porque no supe interpretar, pero que a él le parecía escasísima. Dijo que se han cargao la ganadería y que él lo dejaría si no tuviera 62 años.
-Ya, qué voy a hacer.
Me dijo que oyó en la radio -“al Lumbreras”- que en España ya no hay pastores de menos de cincuenta años, que esto se acaba.
Y me invitó a volver otros días para hablar con él. Yo pensé que viéndome la cámara de fotos, las pintas de turista, iba a enseñarme algo especial. Pero me invitaba a ir andando dos o tres kilómetros, adonde pacen sus ovejas, a -simplemente- hablar con él.
Yo tengo muchas cosas que hacer: el libro de la guerra, leer, tocar la guitarra...
Pero considero la invitación un regalo valioso. Y lo aceptaré.

Ahora os presento el Barranco de las 5 villas y la Guerra civil

Voy a presentar el Barranco de las Cinco Villas de Ávila. La foto no debe estar entre las mil mejores que tengo hechas. Mi cámara ama este valle; calculo que he sobrepasado las 10.000 fotos (aprovecho para dar gracias a la vida por haberme traído en este Siglo XXI de las cámaras digitales). Pero estaba aburrido de mirar en los discos. La foto es una panorámica un poco monocorde, que comprende medio valle. Creo que en ella se adivina mucho misterio. Un reto para un caminante con las tardes libres, como yo.
Me puse a andar y fui encontrando paisajes y gentes, y también extrañas señales de muertes violentas. Les voy a poner dos botones de muestra de lo importante que son los símbolos, todos los símbolos, para despertar la curiosidad, la mía al menos.

      
A veces creo que yo estaba deseando hacer un estudio de la guerra como este. Siempre se me ha dado bien escuchar a los viejos. Creo que me marcó que la última conversación que tuve con mi abuelo en 1977 fuera sobre la guerra civil. Después seguí preguntando, escuchando y leyendo. Al llegar aquí en 2006 me encontré con estas señales, con que el registro civil a mi cargo tenía mucha sangre, después también encontré otros documentos que apuntalaron mi voluntad, y sobre todo, la gente que he ido entrevistando que guardaban en su memoria, no para otra cosa sino para transmitirla, la tremenda tragedia que sucedió en este Barranco. 

Creo que haría muy mal en no acabar mi libro.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Padre de ajedrecista.

Padre de ajedrecista

Yo tengo (rara avis) una hija ajedrecista. Ayer se celebró en Béjar, nuestra ciudad, un torneo de ajedrez.  Como otros padres me apunté por aprovechar el tiempo y acompañar a mi hija.
Tengo la costumbre de dar en pensar bastantes cosas, y mi miedo era me tocara jugar la última partida contra ella y el dilema de la conveniencia de dejarme ganar. De camino le expliqué que siendo honrado y deportista debería luchar por ganar.
Es que había dos problemas: mi hija, como todos los niños, jugará sólo mientras gane. Cuando encadene algunas derrotas, lo dejará. Podría haber sido ayer. Entonces, aparte de perder para su desarrollo esta estupenda gimnasia mental, dejaremos de amortizar el reloj de ajedrez que compramos hace siete meses por treinta euros.
Por otro lado, ella tiene 10 años es “sub10” y con una victoria sobre mí estaría cerca de recibir un premio, lo cual, además de afianzarla en su autoestima y hacerle feliz, reforzaría su amor por el ajedrez. He dicho que los niños sólo aman el ajedrez mientras ganan, si les dan premios, su amor será más duradero.

No tuve ese dilema, pero os daré una lección titulada “sociología de los torneos de ajedrez de provincia”.
En este torneo, como en otros, había cinco clases y dos subclases de competidores.
Para mí, dos de estas clases son asequibles; otras dos, inasequibles y una, parcialmente asequible.
Me explicaré.
La parcialmente asequible es la más desinteresada. Está compuesta por aficionados locales, que gracias a su entusiasmo consiguen comprometer el dinero de los patrocinadores y, a veces, el suyo propio. Aman el arte del tablero y las fichas, la primera subclase la integran los capos locales del ajedrez y suelen ganar muchas partidas en este ámbito local; la otra son los ajedrecistas que suelen perder,  y siguen jugando y organizando por puro romanticismo deportivo, en la misma vertiente platónica por la que yo debería haber hecho por ganar a mi hija, aunque fuera totalmente inconveniente.
Yo no estoy en condiciones ajedrecísticas de vencer a los capos locales, pero sí a estos otros que ofrecen su buena intención de jugar porque aman el ajedrez y "lo importante es participar" y admiran el juego y a sus ganadores. Suelen ser gente de edad, y muy querida por todos.
Por continuar con los asequibles, pasaré al grupo de niños y niñas (hasta 12 años) que vienen a foguearse, porque sus padres apuestan por este entretenimiento, suelen ser buenos en los juegos escolares. Ayer tuve ocasión de ganar a un niño de 6 años y a uno de 12.
Luego está mi propia clase, la de padres, que no siendo buenos aficionados al ajedrez, hemos enseñado y nos ha salido un hijo ajedrecista al que acompañamos. Uno de estos fue mi víctima. Seguramente  era su primer torneo. Para más duelo, a su hijo le acababa de vencer mi hija. Venían de fuera. Probablemente en el descanso para comer, pasearon entre la lluvia, con los ojos empañados, pensando en la crueldad de este juego.
Pero hay padres que hacen de acompañantes y no juegan; y saben jugar, seguro. Tiene que ser duro para los hijos ver como vapulean a tu padre. Y mas para los padres, que, aparte de ser vapuleados, ven que sus hijos están viendo como vapulean a su padre. Peor todavía si quien lo hace es un “sub 12” o un “sub 10”. Detrás de cada padre que lee el periódico esperando el resultado de su hijo hay un pringao al que barrieron de los tableros por querer "acompañar" como hacemos unos cuantos. Las madres no juegan.

La primera clase de “inasequibles” esta formada por chicos raros de instituto o de los primeros años de universidad. Tienen la cabeza muy despejada, mueven con mucha agilidad y son cultos. Los que yo conocí, además, encantadores (nada parecido a lo que dicen algunos de los damnificados de la LOGSE). Yo tuve el placer de perder con el campeón sub 14 de Salamanca, que ganó aquí en su categoría, también con el campeón sub 16, del torneo y con un chaval majísimo de 18 que me repasó las jugadas.
Por cierto, hice como que seguía las explicaciones, porque a mis 46 no tengo memoria para que me reproduzcan una partida entera y me expliquen “en que momento se me jodió el Perú” (Permitidme recomendaros Conversación en la Catedral de Vargas Llosa) pero estos monstruos sí, y para muchas más cosas.
Luego están los inasequibles de la élite, los que tienen números ELO. Los aficionados profesionales, los que vienen a por el cheque. Aquí vino, vio y venció uno de Madrid, que tenía unos 2000 y pico de puntos. Son como los africanos que corren las carreras de pueblos; no creo que tengan sentimiento, sólo ven que al final de la cinta hay un cheque. Parecidos a los pintores de pintura rápida que pintan una vista de la ciudad con una facilidad que pasma y en el momento que ven que ya no optan a los premios, cuelgan un cartel con el precio, inmediatamente lo venden y se van. A éstos, como a los ajedrecistas mercenarios, les importa un pimiento los trofeos que den. También las ilusiones de los niños, los padres, los jugadores locales o los juveniles. Van a lo suyo. Como los forzudos que iban retando a los pueblerinos. Supongo que estos ELO son el atractivo para los aficionados locales que dirán durante un año, “yo a ése le puse en aprietos: si muevo aquel alfil hubiéramos hecho tablas”.
 A mi me machacó un colombiano. Ni me vio. Salió con una jugada rara y fue despedazándome sin piedad, pero también sin el menor interés. No se molestaba ni en decir “jaque”. A mi modo de ver, debería haberme agradecido que le entretuve muy poco. Cuando se levantaba quise preguntarle qué había hecho conmigo, y me dijo: “un gambito de dama, un gambito de dama no aceptado”. No quiso ni señalármelo. Es una estupidez que a esta gente les den copas. No sabrán donde ponerlas en su casa, seguro que en alguna joyería se las recompran y el joyero despega la plaquita “tercer clasificado, I torneo de la Igualdad de Béjar 2010” y revende la copa al siguiente organizador de torneos que viene. Lo inteligente sería prestar las copas para hacer la foto en el periódico y que esos trofeos se los repartieran los locales o  los niños, a quienes puede hacer ilusión, y ¿por qué no?  los sufridos padres de ajedrecista como yo.

vuelto de vacaciones

Queridos amigos (de momento no creo que haya más gente por ahí):
He estado una semana de vacaciones y, mientras tanto, me he enterado que han publicado mi entrevista y está en los podcasts de radio exterior. Concretando más, voy del minuto 23,10 al 36.
No está muy bien de sonido. Creo que ya escribí que tuvo que ser por el móvil y no pude reprimirme la compulsión de caminar. Así que es una entrevista peripatética. Se me nota algo nervioso, en momentos titubeo y dejo huecos; pero el contenido todavía lo suscribo. Aquí está el enlace:
http://www.rtve.es/mediateca/audios/20101110/idioma-sin-fronteras-10-noviembre-2010/926675.shtml

martes, 9 de noviembre de 2010

voy a presentarme

me llamo Juan de la Cruz Mayo Garcinuño. El nombre Juan de la Cruz no es por el poeta, es que uno de mis bisabuelos se llamaba Juan y mi madre María Cruz, supongo que el que hubiera un santo de ese nombre también influyó.
Uno de los primeros libros que hubo en mi casa fue uno de un cura o un fraile que hacía un estudio, no poético, sino religioso, sobre San Juan de la Cruz. Nunca fui capaz de leerlo. Muchos años después sí dormíamos a nuestra hija leyendo el Cántico Espiritual.
Siempre me ha sonado mal que me llamaran Juandelacruz, pero ya lo voy asumiendo. Hay demasiados juanes por ahí, que es el nombre que me gusta, aunque cuando estaba en el Instituto y en la Universidad me gustaba que me llmaran "Mayo" pero creo que hoy dicen por la calle ¡mayo! (si lo oigo, porque estoy bastante sordo) no sé si lo identificaría como concerniente a mi persona a no ser que reconociera la voz de alguno de los que todavía me llaman así.
Debería haber titulado mi blog, "como envejecer conscientemente y con humor" porque desde que hace poco más de un mes cumplí 46 años, me siento por proximidad en la cincuentena, y eso, unido a mi incipiente sordera, a mis recurrentes olvidos, hace que esté entrando en la vejez. (lo siento si deprimo a alguien).
El título "Guerra civil en las 5 villas de Ávila" es un apócope de mi magna obra, "República, guerra civil y primera postguerra en el Barranco de las Cinco Villas de Ávila". Sucede que el título entero no entraba en este blog, no me lo aceptaban y tenía prisa, ya lo expliqué antes. El elegir este título es porque se recuerda bien, porque quiero promocionarlo y, sobre todo, porque quiero comprometerme, ahora, también ante el ciberespacio, a acabarlo. Comunico que creo que desde antes del verano a la fecha actual, no he escrito más que dos párrafos, y son sobre la posible influencia de la matanza que hicieron los nacionales en Badajoz del 14 de agosto de 1936, en los 15 asesinatos (nunca hay minimasacres) que el 19 de agosto ejecutan los republicanos en este valle. Y escribí esto porque me dejaron un libro del periodista portugués Castro Neves.
Voy a confesar dos cosas más. Creo que se me cruzó el famoso relato del último viaje y ahora se me cruza el presente bog, para estimular mi pereza y desviarme del arduo trabajo de volver a escuchar 50 horas de testimonios grabados, ver 200 fotografías de documentos, y reordenar y reescribir puliendo el estilo las 200 hojas que  tengo escritas en los últimos 3 años.
Anímenme, si hay alguien ahí.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Ayer escuché en "el ojo crítico" una entrevista muchísimo mejor que la mía. La protagonizaba un argentino, mejor, un hispano-argentino, que es un subgénero que tiene la argentinidad más tamizada y menos empalagosa. Uno ama a los argentinos casi constantemente, pero de vez en cuando se harta un poco de ellos, por el narcisismo verbal que tienen, también porque demasiadas veces retan al oyente con su ironía como diciendo: todavía soy más listo de lo que parezco ¿eh?. Recomiendo leer "la tía Julia y el escribidor" en la que Vargas Llosa se venga un poco de la fascinación por la argentinidad, que todos, él  seguro que antes que muchos, hemos tenido y, en alguna medida, ¿superado?.
Volviendo al hispano-argentino, acompleja, cómo no va a acomplejar, si tiene 33 años, acaba de ganar un gran premio, publicó su primera novela a los 22 y hace 8 años publicó una traducción poética del Alemán del "Viaje de invierno" de Schubert. El locutor estaba rendido a él. El chico es muy majo, de verdad, lo que sucede es que su madre era violinista y vino exiliada económicamente a la Orquesta de Garnada, su padre toca el oboe, tiene cuatro abuelos de diferentes nacionalidades, y seguramente toca la guitarra y el piano y el violín y el oboe, y con un balón de futbol da cincuenta toques sin que se le caiga al suelo y además sin despeinarse.
No, no estoy celoso. Lo que sucede es que he tenido que esperar 46 años para que mi voz, si es que llegan a emitir alguna vez un fragmento de mi entrevista por Radio Exterior, se pueda oir en Argentina.
Estoy agradecidísimo a la Cámara de Comercio de Arévalo, por este reconocimiento que empieza a acercarme a ese gran país del Sur, y también a la madre del cordero: el infante Alfonso de Trastámara que tuvo a bien morirse en mi pueblo y va redimiéndome poco a poco.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

hoy no está siendo una buena mañana

Hoy hablé por la radio; no es la primera vez, ni quizá la más importante. Pudiera ser que no la emitan, seguramente no la emitirán entera y con ello, probablemente, me harán un favor. Fue una entrevista por teléfono que estaba concertada desde el viernes pasado; versó sobre mi obra premiada, la que antecede a esto. He tenido varios días para pensar en qué decir, y lo he dado vueltas, incluso ayer por la tarde estuve repasando una biografía de Isabel la Católica. El pasado viernes, con la fresca impresión de que tenía que que iba a ser entrevistado hoy martes, fui contestándome preguntas en el coche, durante una hora. He soñado esto muchas veces. Creo que es lo que más deseaba, no firmar ejemplares, ni dar conferencias, sino conceder entrevistas.
Pues, seguidores, la entrevista resultó nerviosa. Primero, necesitaba ofrecer la obra de la que íbamos a hablar a los potenciales lectores-escuchantes de Radio Exterior de España. Y en cuanto llegúe al trabajo (que es donde tengo internet) y tuve tiempo, me puse a buscar un blog y a rellenar contraseñas y repetir la transcripción de letras amontonadas. Se acercaba la hora y no tenía donde ofrecerlo. Una vez lo logré -aquí estamos- tardaron en llamar cinco minutos más de lo previsto, me llamaban al fijo del trabajo pero no funcionaba, al final, la entrevista la hicimos desde mi teléfono móvil. No sé qué tal habrá salido el sonido, mis nervios hicieron que me levantara y estuviera paseando por la oficina. Al final olvidé dar esta dirección, pensé que me lo preguntarían. Tengo la impresión de haber hablado mucho, con lo que habré vacilado. He sentido claramente que vacilaba dos veces; cuando lo escuche, si eso alguna vez llega a ser, sentiré una puñalada en cada una de mis vacilaciones. No soy un iluso, no pensé que la entrevista pudiera ser principio de algo, pero, al menos, ha sido el principio de este blog.

martes, 2 de noviembre de 2010

El último viaje. Relato premiado por la Cámara de Comercio de Arévalo



El último viaje

Mas como fuesse mortal
metióle la Muerte luego
en su fragua.

Mi hermano Alfonso fue, de siempre, travieso y gritón; pero era también los ojitos de nuestra madre Isabel de Portugal;  meninno le llamaba.
Y se reía con él; ¡cómo se reía! daba gloria verla: “es un príncipe, meninno es un príncipe”.  Yo también me reía con mi hermano: era mi  principito, aunque todos sabíamos que el príncipe real fue nuestro medio hermano Enrique, veinticinco años mayor que yo; el feo primogénito de mi señor padre el rey Juan II de Trastámara, cuya sombría madre murió temprano, quien sabe si para no tener que ver coronada la contrahecha obra de su naturaleza.
No era así mi madre, Isabel de Alviz, hermosa, lozana y de cabellos dorados, herencia de  su rama Lancaster,  que también había sido educada para parir un rey.   Rey de nuestra casa era Alfonsinho, desde el mismo día  del año  1453 que fuera alumbrado en Tordesillas.
A mí me había parido en Madrigal, un poblachón sin río, pero de calles  muy ordenadas y bien cercada de potentes murallas, guardesas de la generosa mies de su campiña. La desazón de mi madre, que esperaba un segundón, fue que  el fruto de su primer parto sería una segundona.
Yo, Isabel, he salido muy bien educada por mi madre, como dicen que debe ser la correcta crianza: con bastante frialdad y cariño sin alardes. Aunque no fue premeditado: si de dentro le salían a mi madre la frialdad y el poco cariño hacia mí, igual  le brotaban por doquier los mimos hacia  mi hermano.
Como infanta de Castilla, debía permanecer la medida de una vara castellana  por detrás de las faldas de mi madre, agarrada de la mano del ama que me cuidaba. No creo que nunca me consintieran salirme del tiesto; mientras él, desde que supo encadenar los pasos, siempre se adelantaba a los protocolos y hacía sus gracias, que nuestra pequeña corte celebraba y mi madre no reprendió nunca.
Impetuoso y osado, murmuraban en voz alta los cortesanos y visitantes: “como le dejen, este va derecho a por los moros de Granada y válganle, que si no le matan, los sacará de España”
Nos llevaron a criar a Arévalo, villa bien perfilada por dos cauces de ríos parcos. En invierno sus caudales ayudaban a echar sobre la ciudad un ancla de niebla, bajo, ella en las abundantes heladas, nacía la cencella. Entonces los árboles de sus riberas, las hierbas y el mismo suelo de tierra, erizan de plata la vista estremecida. A Alfonsinho le gustaba corretear haciendo crujir las espinitas de cencella del suelo.
A principio del mayo arevalense los ríos menguaban a arroyos, y en verano se acotaban a charcos que daban un tímido frescor trufado de cantos de ranas. En agosto los pobres batracios suplicaban histéricamente a Dios una tormenta que aliviara su estiaje. Por esos cauces del Adaja y del Arevalillo, se desbravaba mi hermano persiguiéndolas entre los juncos, con su espada de madera, en los  paseos que nos daban al atardecer.
Desobediente, hacía burla de los criados; no le daba la gana de abrigarse en invierno y en cualquier época  su  calzado estaba siempre a punto de romper, ¡qué pingües eran para el zapatero  sus potrerías! A mí, sin embargo, los calzados me duraban años; casi siempre mis pies los tenían que abandonar por pequeños. Mientras Alfonsinho  los reventaba intentando trepar a todos los árboles o pateando cualquier cosa; mis espinillas también podrían dar fe de esta última afición.
Le gustaba que le llevaran en verano a ver las eras. Le subían a los trillos, a veces se las arreglaba para convencer que le dejaran las riendas y la tralla para espolear a las bestias. Al final de las faenas acompañábamos al administrador que vigilaba que se apartaran para nuestro granero las rentas de señorío que correspondían a mi madre. El niño se divertía introduciendo las manos en los sacos de trigo y las más  suaves y cálidas garrobas, antes de que apartaran para el cura los diezmos y primicias.
¿Y por qué él tenía que ser mi hermano pequeño poderoso, gozoso y sin freno mientras a mí me tocaba ser la recatada y prudente? Sólo porque podía mear de pie y hacer letras con su chorrito de orín en los ladrillos de las paredes; hoy creo que muchas más dibujó presumiendo de letrado con su instrumento viril, que en los pergaminos donde nos enseñaban a escribir.
Yo era la hermana grandona y sin gracia. Quiero recordar los cariños de mi padre el rey Juan II, meciéndome en sus brazos; pero nació el niño de la risa, el heredero poderoso, y ahí quedé yo, en un rincón, creciendo en sobriedad y latines mientras que al meninno le hacían columpios y le montaban en ovejas amaestradas para que se divirtiera y, de paso, fuera haciéndose un jinete.
A Alfonsinho le dormían leyéndole libros de caballería y romances gallardos; y yo sé bien, porque más de una vez me despertó su bulla, que continuaba pateando y derribando enemigos en sus sueños intranquilos.
Poca tranquilidad permitían los años aquellos. A nuestra pequeña corte marginada y casi sin rentas empezaron a llegar noticias de nuestro medio hermano rey. Le habían casado con la pobre Blanca de Navarra, terreno donde no acertó a plantar descendencia. Más que eso: dicen que tenía un útil masculino tan apocado, que cuando, después de unos años, el Papa anuló su matrimonio, Blanca regresó a la corte navarra  tan doncella como vino al mundo.
Doncelleces y gaitas de las cosas viriles eran las políticas de los reyes: alrededor, los cortesanos y los grandes señores feudales, apostaban sus cartas para aumentar su poder en merma de la corona.
A mi mediohermano Enrique ya le decían “El Impotente”.  Empezaron a aparecer por nuestro humilde caserón  personajes principales con chascarrillos y diretes a regalar los ambiciosos oídos portugueses de mi madre Doña Isabel de Alviz, su madrastra; que ahora acariciaba y acrecentaba su primitiva idea de haber parido un rey. Entonces empezó a llamarle Alfonso, ya nunca más Alfonsinho,  ni meninno. Comenzó también a imponer que nuestros consejeros y los muchos nobles arribistas que nos visitaban le llamaran el Príncipe Don Alfonso. Cada vez era más grande el número y mayor la frecuencia de estos  visitantes. Decían lamentar nuestra marginación y la cortedad de nuestras rentas. Nos obsequiaban llenando nuestras menguadas despensas y escasos roperos. También nos atalantaban con algo más valioso, noticias o rumores sobre cualquier nuevo desplante cortesano ante la carencia en lo sucesorio de Enrique. Mi madre se frotaba las manos y afilaba sus uñas: su destino se estaba cumpliendo.
De nada parecía  servir que le metieran en el lecho real una nueva reina, Juana de Portugal. Enrique llevaba mucho tiempo sin poder cuajar la continuación de la dinastía. Cada año que pasaba sin preñar a la nueva consorte, se hacía más visible  Alfonso coronado. Alguien empezó a hacer circular el nombre de Alfonso XII, “el doceno” para quien surgían, como caracoles tras la lluvia, nuevos partidarios. Este mozalbete de ocho años, a quien los visitantes aturullaban con sus opciones de portar la corona de Castilla, sólo quería batir su espada de madera contra unos moros que su imaginación traía a la sala.
Poco tardaron en mandar al armero que le hiciera una espada de metal para que la blandiera con más brillo y también para que renunciara a batirse con todos los chicos de Arévalo. Mientras tanto, le acicalaban y le enseñaban a moverse como un rey. En buena hora el encargo había sido de una espada roma, porque furibundo, el principito perseguía con ella a los criados o a mi misma, cuando le reconveníamos de sus travesuras. Ya le habían hecho oír, y desde entonces lo usaba como argumento: que él era el rey y sólo Dios podía pedirle cuentas.
Al fin y al cabo, era un niño. Entretanto, había nacido otra niña, Juana, que continuaba la dinastía de los Trastámara. Pero los nobles que habían apostado por mi hermano no cesaron de venir a Arévalo a comunicarnos que  la tardía hija de la reina, que  tardó dieciocho años en concebir, no era del rey, “que no podía ser, que la plantó su valido don Beltrán de la Cueva”. En la Corte a media voz sólo se oía: “Juana la Beltraneja
 Al fin, se llevaron a mi hermano a Ávila a jurarle Rey Niño de Ávila, en la catedral, ante el obispo Fonseca, y con él los Zúñigas, los Carrillos, Pimenteles, los Manriques, el  Marqués de Villena y otros adalides de menor nombre, pero no de menor entusiasmo hacia nuestra causa. En sus idas y venidas, estos nobles reclutaban ejércitos y ofrecían sus vasallos. Arévalo crecía con una corte de advenedizos que alquilaban casas alrededor de nuestro palacio para brindarnos su protección y para agazaparse a la sombra de nuestro futuro. Pronto nos llevaron a Segovia, al Alcázar. Alfonso era, definitivamente, un mozalbete despótico, de oídos abiertos a toda lisonja, caprichoso y cada vez más dependiente de estas nobles garrapatas que se habían prendido a nuestro cuello. Cómo no iba a beber sus vientos, siendo un niño a quien no cesaban de obsequiarle con sedas y armaduras, y con los más hermosos alazanes de sus feudos que imprudentemente montaba solo o en compañía.
Claro, ¿y cómo no?, todos estaban prestos a regalar a su virilidad desde el primer momento en que apareciera. Traían mujeres hermosamente acicaladas, perfumadas, con vestidos vaporosos, desbocados en nombre de alguna licencia que tuvieran por ser de religión mora o judía, pero Alfonso aún sólo quería jugar a matarlas con su espada nueva. Era asqueroso ver como hombres hechos y derechos porfiaban en quien iba a ser el primer cortesano que hiciera el regalo de estrenar la hombría de mi hermano.
Lo malo fue que mi madre consentía todos los manejos: “que Alfonso debía saber su oficio, al fin y al cabo,  de semental. ¿Qué otra cosa mejor podía hacer un rey que perpetuar su linaje?; como nadie nace enseñado, todo entrenamiento lleva a la maestría”.
¿Y qué podía yo objetar con mis quince años? La pubertad me había alcanzado con todas sus dudas y compulsiones. Desde mis tranquilos paseos a caballo montada a la jineta, podía contemplar discretamente a los hombres que limpiaban la parva. Veía como brillaban sus espaldas y la tensa vibración de los recios brazos tostados levantando con el horcón la trilla hacia el poderoso viento, que se llevaba jugueteando la dócil paja, mientras el grano caía por su propio preso.
¡Ah! y yo, que tampoco era de piedra, me cuestionaba por qué no podía dejarme llevar como la paja. No, yo tenía que caer por mi propio peso, como grano trillado, aunque mis noches se llenaran de sueños rodeada de  músculos de hombres, que yo detenía -o acaso acariciaba- con mis manos. Perdía mi natural sosiego, entonces tenía que rezar, representarme el ardiente infierno, recordar los sermones y  repetirme obsesivamente el sexto mandamiento: “No cometerás actos impuros”.
La pureza debía acompañarme más a que a cualquier mujer hasta que fuera ofrecida y aceptada en matrimonio. Sólo entonces entregaría mi intacta flor de infanta de Castilla, derramada en una sábana nupcial para que el pueblo llano pudiera celebrar la exhibición en el balcón de la mancha de mi tesorillo de sangre. ¿Sería doloroso o gozoso aquello? Yo no podía preguntar a las criadas, ni tampoco a mi ama. Me quedaba mi madre, pero, para no variar, sólo se ocupaba de intrigar y en este terreno, que en su hijo estallara la hombría que le era exigible.  Yo sólo había de ser bien guardada para el postor más conveniente.
 Ya desfilaban grandes nobles,  unos abiertamente partidarios, otros deseosos de serlo, y también embajadores. Algunos aprovechaban el viaje para tantear pretendientes para desposarme y así lograr alianzas con mi hermano. Mi madre, siempre calculando la muerte de Enrique IV, empezaba a ofrecerme como fue ofrecida ella en su día. De esta manera, empezó a encargar retratos que aumentaran mi hermosura y disimularan mis faltas, para regalar a los príncipes de nuestra causa. Partían mis efigies a Inglaterra y Aragón, a Borgoña y a Portugal, mientras ella recibía las de mis correspondientes. Tengo que decir que alguna vez me enseñó retratos de aquellos mozos principales, pero no me dejó tenerlos conmigo. Decía que todos estaban embellecidos por el trazo mentiroso del pintor, obligado a enmendar a la naturaleza en beneficio de la política. Mi madre llegó a confesarme su gran decepción al ver en persona en el altar del matrimonio a mi señor padre Juan II,  mucho más feo que aquel retrato amañado que llevaron a Lisboa, cuando negociaban sus esponsales.
Se guardaba para sí los retratos. No era decoroso para una doncella como yo deleitarse en la soledad viendo representaciones de hombres.
Al cumplir catorce años, fue el 13 de noviembre de 1463, llevaron a Alfonso, ya hecho un hombrecito, a nuestro querido Arévalo. Allí cazaron perdices y faisanes, mandaron matar corderos y lechones, y se regalaron con vinos verdejos jóvenes y tintos viejos. No faltó ninguno de nuestros partidarios y el divino poeta Jorge Manrique, seguramente entre los vapores de la fiesta compuso unos malos versos
Excelente rey doceno
de los alfonsos llamado…
Dicen que mi hermano -esta vez sí- yació en orgía con una mora y con una judía y también con una pecadora cristiana. Ya no era más nuestro Alfonsinho, le había cambiado la voz y siempre estaba viajando, ora a Toledo o a Salamanca, o al villorrio de Madrid, en compañía de unos o de otros. Se desprendió de los criados de confianza. Ahora sus acompañantes eran escoltas, consejeros - o espías, ¡maldita sea! -  de los Zúñigas o Pimenteles,  o del Marqués de Villena; todos  jaraneros y obsequiosos, duchos en cualquier  danza, diestros lo mismo con el naipe que con la vihuela. Acompañantes más disipados y golosos no pudo encontrar nunca ningún adolescente de Castilla.
No estaba en las mejores compañías, y él lo sabía, pero también sería bueno y conveniente que escarmentara en su mocedad, aprendiera a ser él mismo y a desconfiar de estas familias que llevaban siglos asando sus venados en las cocinas reales. Algún día sería el verdadero rey de toda Castilla, y ya por entonces debería estar bien avisado de  trapacerías; que para empezar a andar había que arriesgarse a tropezar. En la última conversación que tuvimos se confió en mí, y eso todavía me extraña. Sin duda, ya era bien consciente de haber tropezado alguna vez en su camino. Me habló del vértigo del poder, de las maledicencias cruzadas que dirigían unas familias contra otras, pero que a él le aprovechaban, pues cada uno le revelaba su sucio juego, denunciando el juego sucio de los adversarios. Porque sí, todos parecían aliados, pero siempre con la condición de que  nadie lo fuera más que otro. Estaba aprendiendo a  mantenerlos en equilibrio; decía que ya podía considerarse aprendiz de la naturaleza humana y bachiller en las perfidias más sutiles de los poderosos.  Pero para ser un rey que merezca tal nombre, debería seguir estudiándolos hasta hacerse catedrático.
Tomamos entonces el tablero y las fichas, y me habló de torres y caballos, de alfiles y peones; de lo muy importante que era tratarles con respeto para servirse de todos ellos. Advirtió que él, impetuoso mozo como era, podía apetecer  el papel de la dama del ajedrez, moviéndose a entrar a saco a destrozar las huestes enemigas; pero concordó conmigo que debía ser el Rey, siempre protegiendo todos sus flancos con cualquiera de las piezas, porque en conservarle estaba toda la partida. Hablamos de do ut des, de aprender a decir no, de no dejar ver más que lo imprescindible la jugada que se preparaba, de un palo al burro blanco y otro palo al burro negro; esta le gustó: “ahora se va a enterar el Marqués de Villena”, y terminó con estas palabras: “gracias hermanina, por tu clarividencia; ojalá tuviera en el tablero que juego una reina como tú; seguro que estaría bien guardado”
 Yo creí que me había entendido, pero al día siguiente aparecieron dos jóvenes del partido del Marqués de Villena para proponerle un viaje a  Ávila: ocho leguas a caballo en pleno mes de julio. También iría con él uno de los Zúñiga, de quien nunca se separaba, y un apoderado de los Pimenteles. Sin pensar en lo que me había dicho y oído la jornada anterior, dijo “sí”. Le empujaba su mocedad, y el emular todas las ambiciones trenzadas por mi madre y sus partidarios.
Sucedió en seis leguas, porque de Árevalo le vieron salir bien galán en su caballo. En una aldea, de nombre Cardeñosa, pararon a darse descanso los hombres, agua y postura a las caballerías. Alfonso, fatigado, pidió yacer en una cama de la posada. No se levantó más de ella. La muerte quería pescarle y él  tragóse el anzuelo de ese maldito viaje. No niego que pudo haber sido el golpe de sol al que, imprudentemente, se expuso en aquellas seis leguas de cabalgada; otrosí es cierto que andaba la peste por nuestro reino, pero el médico que examinó su cuerpo dijo no haber encontrado bubones que le hicieran sospechar. Además,  el mismo médico se atrevió a indicarnos -en voz baja y mirando en derredor- que los colores de su rostro y el fato de su  último vómito le hacían barruntar arsénico. Hasta se aventuró a decir que unas discretas pesquisas le llevaron a pensar que el cebo pudo haber llegado a su boca en forma de trucha escabechada. Pero los otrora  entusiastas valedores de Alfonso, a quien pedimos auxilio para hacer justicia, sembraron dudas sobre el crédito del galeno, o  se miraron unos a otros, sin querer quebrar alianzas por arriesgarse a destapar culpables de la muerte de un rey que ya no sería. Hablaron de la peste o la calorina, o algún mal oscuro que se le hubiera arraigado en su afición al sexo femenino.
De nuevo, fuimos reducidas a dos pobres mujeres, dos isabeles  ahogadas en la pena. Nuestra corte, sin rey a quien adular, se desvanecía.
 Por confiado, Alfonso fue vano; pero su terrible escarmiento me enseñó a ser aún más cauta. Me correspondió desde entonces ser la Reina en el tablero de Castilla, pero yo sí habría de cuidarme con la prudencia de un rey. Sé que Alfonsinho estaba acercándose a la sabiduría y hubiera sido un buen monarca. Su sincero amigo Jorge Manrique, doliente trovador de Castilla, le escribió estos versos.
Mas como fuese mortal
metióle la muerte luego
en su fragua
Hoy veo yo desde mi lecho los humos de esa fragua, sus calores me corren ya por la frente; pronto me confundirá con los alfonsos malogrados que en mi vida han sido, mi hermano y también –no sé por qué no me daba cuenta de aquel mal fario- con el mismo nombre quise bautizar y así llamaba a Juan, mi hijo más amado. Conozco que en mi último viaje, camino de Granada, mis restos también recorrerán aquellas seis últimas leguas. Mando hoy que, en respeto de su muerte, mi cortejo fúnebre haga en Cardeñosa una parada.
Medina del Campo, veinticinco de noviembre, año del señor mil quinientos y cuatro
Yo, Isabel, Reina de Castilla.






Epílogo de Jorge Manrique (Gracias Jorge)


Pues su hermano el innocente
qu’en su vida sucesor
se llamó
¡qué corte tan excellente
tuvo, e cuanto grand señor
le siguió!
Mas como fuesse mortal
metióle la Muerte luego
en su fragua.
¡Oh juicio divinal!
cuando más ardía el fuego,
echaste agua.
JORGE MANRIQUE Copla XX, a la muerte de su padre.