jueves, 21 de julio de 2011

Indignado

Quiero declarar que para mí era muy importante comer chorizo o chocolate, y helados o cerveza en verano, pero éste he prescindido de estos alimentos ya durante un mes. Con ayuda de ejercicio y una dieta mesurada, he reducido 6 kilos entrando en la normalidad de los parámetros. Puedo, a partir de ahora, decir adiós y gracias a las medicinas que han eliminado los triglicéridos que me acosaban.
No he seguido a fondo el movimiento de los indignados. Pero como a ellos, me indigna el salario anual de la señora que ahora preside el Fondo Monetario Internacional, que es de más de 450.000 euros anuales.
Pero más me indigna es algo más cercano e importante para los españoles: muchos conocidos y desconocidos jugadores de fútbol y algunos entrenadores ganen en España, ese país de 5 millones de parados, de hipotecados a punto de ser echados de su casa, de padres avalistas de gilipuertas hipotecados, también a punto de perder su casa... de negocios cerrados, jornaleros sin jornal, funcionarios sin función...
Hay futbolistas que ganan 6 millones de euros, y más.

La situación económica es grave, pero nadie en España reniega del fútbol como, de sus pompas y vanidades. Es un trastorno bipolar: el próximo Real Madrid-Barcelona llenará, hasta la bandera, un estadio de 100.000 personas, aunque las entradas cuesten cien euros de media (y aún habrá gente que pague 300 o más en la reventa). Es indignante; notoriamente indignante.
No me voy a indignar con los jugadores que cobran todo lo que pueden y, si están en racha, se los rifan para ganar más. Además, ellos no son indignados de nada, sólo a veces declaran sentirse “poco valorados” y les suben el sueldo. ¡Qué desvergüenza!
Ni siquiera me indigno contra los dirigentes del fútbol que tampoco son indignados y que gastan esos dineros para mantener a esos asalariados multimillonarios porque si no, no ganan títulos o bajan a segunda división.
Yo me indigno contra el pueblo llano que paraliza el país y no habla de otra cosa que del fútbol, yo me indigno contra el estúpido asalariado que gana 700 euros al mes y le regala una camiseta de Cristiano Ronaldo o de Messi, o de Iniesta, a su hijo por su cumpleaños, y paga 70 u 80 euros por ella. Me indigno contra nuestros medios de comunicación privados o públicos, que hablan tanto de “eso” durante los nueve meses que dura la liga, más sus postrimerías y antecedentes.
Yo propongo que para salir de la crisis, pongamos a España a dieta de fútbol durante un año. Pongámonos frente a frente con nuestra propia realidad, sin drogas duras que nos distraigan. Se puede vivir, yo he resistido sin chorizo, sin chocolate, sin helados y sin cerveza mes y medio. Se puede, y ha sido muy pedagógico para mí.
Abandonemos la frivolidad del fútbol, sólo un año, nuestra moral lo agradecerá.
POR TANTO:
Desde aquí me atrevo a incitar a que os manifestéis a la puerta de los estadios, afeando y ridiculizando a los insolidarios que mantienen ese espectáculo. Sé que será duro pero alguien debería demostrar que el nuestro es el país de Don Quijote.

Pero se pueden tomar una actitud cosas más sencilla: autoprohibirnos hablar de fútbol, comprometernos a cambiar de conversación con un contundente sermón pedagógico a quien la proponga, proclamando las cifras de la indignación.

viernes, 15 de julio de 2011

Leyendo las memorias de Gabriel García Márquez.


Estoy amordazado por la potencia creativa de las memorias de Gabriel Gª Márquez. Son la primera entrega, que corresponde a su niñez. Pensaba que no tendrían por qué interesarme teniendo en cuenta que no sale nadie famoso, que parece que es lo más interesante de estos libros. Pero sí sale gente bien interesante: salen todos sus personajes mágicos, esta vez narrados como si fueran reales. Igual de bien narrados que en la ficción, con cada palabra esculpida a su medida. También los leo teniendo presente su voz; al leerlos evoco mi niñez y mis mitos y los cuentos de mi padre y pienso que todos me los ha robado ya el maldito Gabo, me ha despojado también de las palabras con qué narrarlos, ahora cuando hablo me entra una mudez y una gana de reírme estúpidamente, porque quiero decir las cosas como él, pero no puedo.
Es un libro nocivo, su perniciosidad asfixiará sin duda como un gas letal los cerebros de muchos que queremos ser escritores, porque en el libro te muestra, cómo eran la mesa, los cubiertos y los alimentos que hubo de comerse Gabriel García Márquez para ser él mismo y cómo sólo puede haber uno; porque es tarde para todos; nadie comerá de aquellos alimentos porque ya no se crían en ninguna parte, y nadie puede consagrar con esa naturalidad su vida a la recreación, porque –también- parece que él no creó nada. No sé si él u otro es quien ha escrito “para escribir lo primero es saber escuchar”. Y las palabras rurales, las frases contundentes que encierran toda la verdad de una vida, han muerto, con todas las historias que perdimos o que han malrecogido otros.
Hace tiempo me fui con un folio de preguntas a ver a una tía abuela que estaba en una residencia, me las contó, me supieron a poco, pero me dijo que se cansaba, así que no pude repreguntar. La señora cría malvas desde hace dos años. Es una lástima porque mis personajes de Gabriel García Márquez han estado por ahí y ya han muerto o son alzementes(1). Lo que más me jode es que pronto me moriré sin llegar a ser ni siquiera un personaje. Mi hija me verá como un extraño padre que era tacaño y se asfixió en su cobardía. Me siento muy mal escribiendo, porque no puedo encontrar, no tengo tiempo de labrar, y sólo debo terminar, dar pedales para llenar un folio, sin hallazgos: las frases de García Márquez son música: a la vez que las oyes ya están evocando, otras cosas mías, íntimas, y esa conmoción me aturde, y me hace mirarme como un pobre hombre que mira su instrumento viril de escribir como una cosita muy chica y encogida, mientras el maestro avanza pegando saltos  y cabriolas y dibujando con una enorme manguera con alas, maravillas.




(1)  a pesar de esta demostración de impotencia creo que he creado un neologismo. Ojalá sea cierto y tenga suerte.

miércoles, 13 de julio de 2011

ocasos bejaranos

OCASOS BEJARANOS
Cuando, hace más de ocho años, vinimos a vivir a Béjar, quedamos deslumbrados por sus vistas. Esta ciudad está un promontorio situado a más de 900 metros de altitud sobre el nivel del mar, desde el que pueden observarse: la sierra que lleva su nombre, los hermosos bosques que la circundan, los altos roqueros de Valdesangil... entre otros parajes sobresalientes, pero en mi familia tuvimos la suerte de, en el primer piso que vivimos de alquiler, descubrir cada atardecer las hermosísimas puestas de sol que se producen sobre el perfil de la Sierra de Francia.
Años después, cuando elegimos vivir definitivamente en Béjar, pudimos escoger para comprarnos una casa desde donde presenciamos, muchas tardes al cabo del año, valiosos minutos de emoción cromática.
(No hay truco, ni filtros en la cámara, ni modificación por ordenador; pero sabed que lo que mi cámara ha recogido es sólo un reflejo de lo que vieron mis ojos. Podéis envidiarme.)










lunes, 11 de julio de 2011

Declaración de amor.


Hace tiempo (por lo que leo, sería muy poco después de una espeluznante matanza en una escuela o guardería de la antigua Unión Soviética por terroristas caucásicos y el bruto ejército). Bueno, el caso es que Ovidio Pérez Martín, un amigo poeta que no quería renunciar al gustazo de seguir eligiendo y comprando literatura, me regaló tres bolsas llenas de libros que ya no pensaba releer, y que no le cabían en sus anaqueles. Desde entonces adornan mi biblioteca. (la única lástima es que no he leído todo) Y escribí esto.

amor con amor se paga (José Martí)

Cargada en mis lomos voy aproximando, con las pisadas quedas y arrastradas de un costalero, mi vida al precipicio de la cuarentena, y desde este borde ecuatorial donde razonablemente habría de haber germinado yo algo de lo que, preñado de amor, regado de amor, abonado de amor, he ido succionando, sin aún brindar a mis deudos el fulgor de las corolas que hubieran correspondido a mi genética y alimento, manifiesto:
-que tengo ánimo para declarar que no fui ni soy egoísta empeñándome y deseando como deseo el triunfo en las artes. Porque soy buena gente, sólo buena gente agradecida, y el aliento que han recibido mis pasos, de parte de los vivos y los muertos, me ha inoculado la pesada losa de la gratitud, de la que sólo veo ya que pueda redimirme con este triunfo que tanto merecéis por mi mano. (Bien es cierto que ya es bastante corola la que brindo a mis acreedores con mi hermoso e inteligente retoño, pero no es cabal depositar ya en mi hija de cuatro, la losa de cuarenta años  de esperanzas irredimidas que tanto me abruma)
-que sólo he podido salvar del naufragio de vuestras esperanzas la quimera de escribir en papeles sentimientos e historias masando las palabras duras, rancias, pero auténticas y sin truco, como la leche de cabra  que mamé, con las nuevas que me edifico para mí aprehendidas en el discurrir de los libros  o pescadas en los remansos de los diccionarios. Porque yo lo que hubiera querido es ser músico como Bach o Piazzolla, o Paco de Lucia  o Schubert o cualquiera otro de los muchísimos que han calentado o calientan el aire con vibraciones de su corola del arte más puro y efímero. Que se me escapó.
-que voy a seguir sin desmayo buscando para mí la luz en la que podáis ver reflejados los buenos deseos que  he merecido siempre creerme a mi alrededor, y con este ánimo voy a seguir nutriéndome de lo que otros escribieron y sobre todo echando un ojo a la vida, para encontrar las emociones que serán mías para poder brindarlas en lomo triunfal y descansar tranquilo esa noche, sabiendo que empecé ya a pagar la deuda.
- que, en resumen, no soy ni inmodesto, ni acaparador, y que yo no necesito el triunfo para mí -bastante alimento recibió mi estómago- pero quiero que ésta sea la renovación del pagaré de la gloria que me debo para brindaros,
            - y que todo esto fue escrito dos días después de la antepenúltima torpe carnicería rusa, esta vez contra niños de por medio, y uno de haber recibido tres bolsas de libros  que ratificaron con amor una vez más eso de quien tiene un amigo tiene un tesoro.

martes, 5 de julio de 2011

Discurso del violinista.

Discurso del violinista.

Parte I

Entró en la sala envuelto en aplausos. Tomó el centro del escenario y, después de extraer unos sonidos y hacer unos breves ajustes en al clavijero de su instrumento, no comenzó el recital de inmediato, sino que dio un paso adelante y se dirigió al público de esta manera:
Señoras y señores: les felicito por la acústica de este teatro; creo que con mí violín podría lograr momentos muy hermosos aquí. Les vengo a declarar que entiendo la música como comunicación y que amo de verdad el calor que me prestan los públicos atentos. Les aseguro que entonces me entrego, con casi toda mi alma, a dibujar en el lienzo blanco del silencio,  excitando estas cuatro cuerdas. No sabría describirlo, pero si tenemos suerte, lo verán.
A veces, me he sentido tan a gusto y compenetrado, que percibía como mis oyentes dibujaran conmigo Bach sin intermediarios y esa comunión me produce la sensación de que se para el tiempo y  ascendemos juntos los escalones hacia algo así como una escalera de nubes crepusculares.
Me gustaría alcanzar hoy, con ustedes, esa ingravidez.
Tengo que decirles que también he percibido demasiadas veces, en demasiados públicos, degradación de la atención y hurtos de silencio. Como consecuencia, sé que  se abre  un conflicto entre los que quieren escuchar a Bach y los que pasan el tiempo deseando que pase, boicoteándome inconscientemente y provocando las iras de sus vecinos silenciosos. Les aseguro que se siente.
  Aquí arriba se siente mucho.
Casi siempre sigo con la música, bien porque estoy muy concentrado en ella, bien por mi propia experiencia profesional encallecida para sortear esas piedras que lanzan a mi discurso. Me defiendo consumiendo notas; concentrado en la técnica y el oficio, que son los que me sacarán de ese momento. En esos momentos no soy feliz.
Porque entonces sé que hubiera preferido aislarme oyendo hipertrofiada mi música con la ayuda de este micrófono, aquel amplificador y esos altavoces. -Señaló con el arco los tres elementos. -  En ese caso, mis notas serían proyectadas por este músculo electrónico, y así los que quieran escuchar tienen la sala llena de música dominando el espacio; y, los que se rebelen pueden seguir haciendo sus pequeños ruidos, que ya no conseguirán ensuciar la interpretación.

De cualquier manera, siendo esto de usar micrófono lo más cómodo y prudente, a mí me gustaría intentarlo directamente con el violín. Les propongo un pacto: si me siguen abriré, como el profeta Moisés, las aguas que pueblan sus oídos para llevarles a la tierra prometida del placer musical como yo sé encontrarlo. Me gustaría confíar en ustedes. Ojalá tengamos suerte en esta travesía.
Si me prometen que no se rebelarán y que puedo prescindir de estos artilugios, láncenme un “si” que yo pueda interpretar como unánime.

Y el publico dio el “si”. Cuatrocientos síes asumieron siseando el compromiso de silencio. Aquel artista, con su sosegado exordio, había conseguido afinar, después de hacerlo con su violín, al público.

 Parte II

Entonces dio un paso atrás y zambullose en la partita BWV 1004. Sumergido en aquel silencio cómplice sentí, desde el principio, la Allemande con una contundencia prístina. Al destilar cada uno de los timbres del instrumento, yo sentía entre los dientes el principio de un alambique que depositaba gotas de miel en mi cerebro. Pero todo era una corriente continua, mis dientes no cesaban de masticar las vibraciones de aquellas cuerdas. Ordenado el desván de los sonidos, el violinista destejía aquel entramado de nudos bachianos y los volvían a trenzar sus dedos con una facilidad tan inteligible y bien colocada, que hacía creer que aquella música se había ido decantando a través de todos los músicos anteriores hasta llegar a esta desnudez virginal que sólo pudo ser la imaginada en el cerebro del genio de Eisenach. Efectivamente Bach estaba entre nosotros y transpiraba orgullosamente su música como un dios panteísta, y nosotros respirábamos fervorosamente.
El público trabajó sosteniendo aquella música de tal manera que en la pausa nadie tosió ni se movió; parecíamos hechizados como las ratas de Hamelín.
Atacó la Courante, con más viveza, cantándonos redondamente un cuento sencillo. Nunca lo escuché tan bailable.
La zarabanda se hacía comestible, muy clara, como una gruta iluminada; húmeda, pero nunca sombría.
La gente presentía la monumentalidad del cuarto de hora de la chacona, pero aún nos quedaba la virtuosa giga en la que, ya dominado todo nuestro silencio, subía y bajaba el volumen de su instrumento. La resina del arco patinaba por las cuerdas, arrancando trozos de hielo en trinos tirabuzones y velocidades  mortales, arqueándose con vértigo la muñeca del músico, mientras los caramelos de las señoras permanecían hipnotizados en el bolsillo y la claridad de la música se comunicaba simpáticamente con las gargantas.

Llegaba el momento culminante, en la pausa el público ensayaba cómo contener la respiración ante la chacona. El músico decoró la sala como una catedral con largos tubos del órgano haciéndose espejo en los pedales del organista. El violín soplaba el aire, rasgando lienzos desde las bóvedas. Yo, hasta entonces, había presenciado, en directo o por la radio, no menos de cuarenta interpretaciones diferentes: violines, pianos, guitarras, orquestas…
También sabía que alguna musicóloga escribió que estamos ante una pieza fúnebre; pero no fue así en esas manos enamoradas. El público ya no contenía sus constantes vitales, jadeaba con sordina, después de seguir con la incredulidad de no ser digno de volar en las líneas de la música pidiendo tregua y prórroga a la vez, a tantos minutos de silencio constructor. El violinista no ha vacilado ni un instante, se ha crecido en cada parte, y sonríe en el esfuerzo mientras termina la ascensión al puerto de montaña doblándose como un ciclista con su minúscula máquina y llega a conquistar la cima entre largos acordes de triunfo. Si la chacona es una pieza fúnebre, no cabe duda de que en ella vive la resurrección.

Yo estoy casi completamente seguro de que Dios no existe; sólo Bach, a veces, me hace dudar.