Por no mentar tanto esa odiosa palabra,
he omitido decir que mi coral también está en crisis. Artística, personal, de
motivación, económica..., vital, en suma. Unamos el que personalmente estoy
descubriendo que mi oído, mi memoria musical
y mi afinación, no dan de mí lo que esperaba; por consiguiente tenemos
como resultado una doble ... (no voy a escribir más la palabreja): la colectiva, a la que yo acudía como puntal,
y la individual, que sólo puede ser superada con mucho estudio por mi parte.
Resulta que ayer me enteré que las dos músicas del inminente bolo que confiaba
que me sabía(1), lo que hacía era la melodía de las sopranos. (Es un poco tarde
a los 47 años descubrirme mi vocación de soprano y precisamente el día antes de
un concierto)
Pasé una mala tarde, una regular noche y una
angustiosa mañana, repasando con la guitarra unas sencillas líneas de
acompañamiento, que eran las mías y que no se me quedaban en la memoria. Es lo
que tiene aprenderse mal las cosas de principio: demolición, retirada de escombros y reconstrucción; doble o triple trabajo. Me
prometía esta mañana que nunca más iría a un concierto así, que lo sentía por
mi ilusionada hija, que lo sentía por la Coral de Béjar, pero era una cuestión
de radical dignidad personal.
Pero no era un concierto, era un bolo; y
nuestra coral sólo un lujo adicional que contrataban los padres de la
docena de muchachos y muchachas que hacían la primera comunión en L. .
Estábamos para adornar la iglesia, como las flores, los trajes de los niños,
los vestidos y trajes de las madres, de los padres, hermanos, abuelas, tías y
tíos; las peluquerías de ellas y las brillantinas
de ellos. Éramos un imput más.
Como tanta música que pagan los españoles,
éramos un runrrún de fondo que queda bien, que proporciona una coartada para
hablar, porque a muchos españoles (sépanlo mis seguidores extranjeros) les da
miedo el silencio, aman la bulla porque así pueden trabar las más intranscendentes
conversaciones sin quedar en evidencia por su vacuidad.
Con nuestro uniforme, (y además una flor, las
mujeres) nos desplazamos todos al pueblo de L. (no estoy poniendo el nombre
completo, no sea que encuentren este relato por azar cuando se busquen en
google; por no perjudicar futuros
bolos). Era tarde cuando subimos a la tribuna o coro, en el fondo de la
iglesia, un lugar penumbroso. Casi no nos dio tiempo a calentar, pero allí
estaba nuestro providencial pianista, cuyo teclado eléctrico era insensible y
por tanto incapaz de desafinarse por mucho ruido que armaran los invitados a la
comunión.
Nosotros y nuestra música, y nuestra supuesta
afinación de la coral de la cantata 147, nos pusimos al servicio de la entrada
a misa de los paganos asistentes que charlaban naturalmente. Nadie del público
miró para arriba, ni para sorprenderse, ni para congratularse de algo tan bonito como una coral en directo
que tenían aquí arriba. Poco importaba que yo perpetrara, una vez más, la
mezcla de melodía de las sopranos (que me sé) con el acompañamiento de los
tenores (que todavía no me he aprendido) Lo ejecuté esperando que se oyera
solidario el “bulto” de mi voz, reivindicando: oíd que estamos aquí cantando
para vosotros . Creo que no lastimé a la masa coral, aunque nadie, salvo
los dos músicos de verdad que había allí, que eran nuestra directora Cari
Argente y el pianista Samuel Maillo, pudieron discernir si aquello estaba sólo
un poco o bastante desafinado.
Desde la comunión de mi hermana, allá por el
año 79, (en que, por cierto, mis padres me obligaron a confesarme y comulgar la
última vez en mi vida), no había vuelto a asistir a una misa de primera
comunión. Ahora los niños parece que participan mucho: hubo dos rondas de
micrófono, además de una ofrenda de productos simbólicos, otra procesión de
velas y algún otro detalle más que ya no recuerdo. En la primera ronda pedían
por sus padres, por el obispo, por el Papa, y también porque aumentaran las
vocaciones religiosas, aunque a la niña que le tocó esta petición le traicionó
el subconsciente y pidió por “las vacaciones” (mi hija, se solidarizó, pues está pidiendo lo mismo ya hace un mes).
Lo de las escasas vocaciones se sabe, el cura
que nos tocó es una prueba de que pocos y torpes deben ser los llamados, porque
entre los escogidos hay mucho cerúmen en el oído musical. No obstante, la
inconsciencia carece de vergüenza y en un arranque sacerdotal reivindicativo de que los clérigos
fueron en tiempos pretéritos los grandes mantenedores de la música, este cura
se dedicó a competir con el coro y comenzó a hacer variaciones a veces
atonales, otras en estilo “Be Bop”, sobre algo gregoriano de toda la vida y los
de arriba le teníamos que responder con transportes de acordes del organista y
redirecciones de la directora.
La misa continuó y mi tensión fue olvidada.
Afortunadamente una parte de las músicas eran a una sola voz y en español. Ahí
ejercité sin tasa mis viriles cuerdas acoplándolas a las del grupo con ánimo de
que se me notara y a sabiendas de que no desafinaba, (pues esta vez cantaba sin
ninguna duda lo de las sopranos).
No sé si abajo nos oían, la gente estaba
pendiente de las pamelas, y los tules y los tacones; algunos, seguro que
también de los escotes y de las piernas menos santas. La verdad es que los
curas están en serio peligro de sufrir trastornos bipolares en estos días: se
pasan todos los domingos del año alimentando tediosamente el espíritu a cuatro
filas de viejas sordas y llega en un sábado de primavera como hoy y se le ponen los bancos a reventar de
modelitos y los contenidos que afloran de ellos, que no sabrán ni donde mirar.
Llegaron los minutos de oro en el
espectáculo. Nuestra directora, que hoy he sabido que es una excelente soprano,
se arrancó por el Ave María de Schubert, espectacular y afinadísima entrega que
fue cubierta (no olvidemos el doble sentido en la reproducción animal que tiene
esta palabra) por una miniprocesión de niños que, de pronto, empezaron a
recitar eslóganes por el micrófono. El
Ave María llegó a un instrumental y me dio la impresión de que el pianista lo
repitió sin que procediera, mientras duraban los mensajitos desde el altar,
para pudiéramos escuchar el final del
lied sin interferencias pueriles. Yo no sabía si mirar el arte de nuestra
soprano directora o hacer acopio de las imágenes costumbristas que sucedían
para este blog. Diré en serio que en el rato que miré abajo me daba un poco de
rabia que nadie se diera la vuelta a escuchar como desde arriba se hacía arte y
cuál era la cara o la expresión de quien lo estaba haciendo. Me inclino a
pensar que ante aquella melodía algunos que la escucharan estaban pensando que
era una sintonía del móvil, “por cierto muy chula”, pero a ver si lo
apagaban, que no se oía a los niños decir sus cositas.
La última que nos correspondía no la canté. Era un Laudate Jubilo de Haendel, me dije que ya, pasado el trámite, los niños estarían sólo pensando en los regalos y los mayores en las comidas o en los escotes. La sensación de que estábamos ahí atrás de sirvientes de runrrún, de que daba igual que hubiéramos sido seis o sesenta, y lo mismo si cantábamos como el coro Monteverdi o como la Charanga del Tío Honorio. Los padres del año que viene dirán, a no ser que la ..... se ponga mucho más brava, nosotros también vamos a contratar a la Coral de Béjar, no vamos a ser menos que los del año pasao.
Yo no tengo oficio para esas cosas, pero el
grupo salió a la puerta y hicieron un corro visible. Se quedaron hablando,
dejándose ver un tiempo que los de mi
pequeña familia aprovechamos para dar una vuelta por los alrededores. No sé si
esperaban que alguien se acercara, aunque sólo fuera por educación, a
felicitarnos por nuestro arte o a
pagarnos. Quizá simplemente lo que hacían era mostrarse para que los clientes y
sus invitados pudieran comprobar que los del runrrún de arriba éramos de carne
y hueso, que nos habíamos puesto todos una camisa blanca y un pantalón negro, (y
las mujeres una flor).
(1) por
haberlas estudiado con las grabaciones discográficas que tenía del Ave Verum
Corpus de Mozart, y la coral 147 de Bach. Aquí adjunto un video por que haya algo de colorín ya que llevo unos días sin poner nada gráfico, y por si alguien no tiene presente la melodía. Lo más revelador de él ver como me desconcentro y despisto con cualquier cosa. No se puede hacer carrera conmigo.