jueves, 31 de diciembre de 2020

Responsabilidad y representación

 Estaba leyendo  los minutos finales del año pasado y me sorprendió el comienzo de éste con los habituales petardos o cohetes. Hace poco estaba nevando y hace un frío bastante considerable en Béjar, las ganas de fiesta están pospuestas para la mayor parte de la gente y sin embargo hay alguien que se ha gastado su dinero en pólvora para que se note, representa el ruido, y no se priva de esa sonora e inarticulada representación, cuyo mensaje podría ser. "Salgo a la calle a quemar un poco de dinero no piensen que los ruidosos de la fiesta dimitimos de nuestra responsabilidad. Viva nuestra alegría de oídos zumbantes." Pensará que los partidarios de su concepción festiva son mayoría y le agradecen el que haya salido a pasar frío.

A mí me gusta representar la cultura, cuando voy al teatro o a escuchar música, no siempre con las mismas ganas y alguna vez movilizándome activamente por ello, venciendo la comodidad salgo a representar a hacer mi modesto bulto cultural.

También hace siete años que recojo las basuras inorgánicas que la gente tira en mi camino cotidiano, me siento responsable de que esté limpio y me agacho y eso que ya mi espalda empieza a hacerme notar que ya estoy más cerca de los sesenta que de los cincuenta. Me gusta y me responsabilizo de que quede una imagen de limpieza.

El año avanza y he escuchado algún claxon: otros representantes de ese ruido festivo se molestan en ejercer su responsabilidad, que por ellos no quede. Pero antes de la una y media habrán de estar en casa. Puede que sea un viejo pero si algo me gusta de esta situación es el toque de queda. 

Felices sueños.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Libro y película: Los hermanos Karamázov




 Recuerdo haber visto la película hace mucho tiempo y también recuerdo que me gustó y que contraje la obligación de leer el libro. Una vez que lo encontré barato lo compré pero luego en casa me di cuenta que había comprado el segundo volumen. Tardé otro tiempo más en conseguir el primero y mucho más en conseguir plantearme su lectura, tienen 1.100 hojas.

Es una obra maestra aunque le sobren 100 páginas, pero a pesar  de ese indeterminado número de paja de menos valor merece la pena. Hay mucho derecho, religión, filosofía, personajes: es como un gran viaje a la condición humana.

Al principio uno se hace un lío por los nombres, por ejemplo Dimitri Fiódorovich Karamázov, que en la película es interpretado por Yul Brynner, puede ser Dimitri, o Mitia o Mitienka, y eso te lía porque a más personajes les pasa igual, Alexei es Alioscha, etc,  y eso de tener que volver atrás porque no te das cuenta de quién es, en una novela tan larga, requiere gastar mucha paciencia, tiempo y determinación.

Como tenía la película, que dura 145 minutos, me auxilié de ella: vi veinte o veinticinco minutos y así logré poner cara a los personajes. Están muy bien elegidos los actores así que continué poniendo sus caras en esta lectura que es ardua, hay mucha digresión y a veces se producen caminatas en el desierto. En una lectura así de larga da tiempo a entusiasmarse y a desesperarse varias veces. En un momento a falta de 300 páginas decidí hacerme la sentada de ver toda la película de una vez, por lo menos para si lo abandonaba y alguien me preguntaba, decir que me había leído el "tocho". 

Al verla me di cuenta que la historia está simplificada y rectificada: con verdadero acierto en las podas e injertos enderezantes porque el libro es más complejo, está pensado para una dedicación decimonónica. No sé si estas novelas se escribían por series en los periódicos y me imagino que si los personajes funcionaban el escritor debía alargarlos para rentabilizar su éxito.

Así me pasó a mí, ya tenía que llegar hasta el final, también por darme cuenta de que el libro era más rico  y además diferente. Merece la pena, el final es muy distinto y muy emocionante. También la película es emocionante más a la americana. Recomiendo hacer las dos cosas entreveradas, o separadas. Lo ideal sería verse la película y medio año después leerse el libro, que tiene más verdad y enjundia. Pero las dos son grandes en su arte.


viernes, 18 de diciembre de 2020

Funcionarios

 Nunca me he sentido funcionario: sobre todo porque, a diferencia de la inmensa mayoría de los que lo son, siempre he estado de corazón con los del otro lado de la mesa.

No soporto oír quejarse a un funcionario, cuando eso sucede cambio de canal o muevo el dial de la radio. Sé como es la realidad: he funcionado en varias administraciones y en muchos puestos diferentes de la de justicia.

Puede que, como nunca voy a aprobar oposiciones, ni me van a promocionar a funcionario de carrera sea yo así tan desapegado. Aunque sea y viva actualmente como una garrapata administrativa.

Hay una pequeña minoría funcionarios que tratan de ser servidores públicos, generalmente son los que están más al público, pero cuando uno de los que está más de cara al público sale malvado, corporativista, despreciativo, es lo peor. Y conozco.

Hace unos meses fui al juzgado de Béjar para el que soy de alguna manera su oficina delegada en otros pueblos. Están muy felices atrincherados en metacrilato, pero desde la mismísima puerta. Allí entraba un sol de "justicia" "justo" a la hora en que me mandaron esperar. Solo tenía que entregar un papel pero la segurata tenía instrucciones, se lo dijo a la compañera que tenía que acercarse a recogerme el papel. Yo no tenía prisa, es malo enfrentarse a un funcionario-funcionario teniendo prisa porque uno puede salir rabioso, uno como yo más porque sabe lo que se está haciendo dentro. La cuestión es que los oía hablar: lotería y cosas así, jijí, jajá, y se me calentaban las orejas por el sol, pero no quería quedar mal, ni ponerme exigente, al fin y al cabo son "compis" Por fin después de salirme yo a la calle un ratito y volver a entrar, me dijo, "Anda, haber pasao, pero si tú eres de casa" "te habrás estado asando" Y se volvió a a la segurata. que no es funcionaria, "Haberme avisao", y ella le respondió "pero si te lo he dicho dos veces" Efectivamente, se lo había dicho dos veces, pero yo no quise subrayar nada a la "compi". 

Así tratan a los que deberían servir.

Todo el mundo, pero los funcionarios más: cuanto más te dan y cuanto menos te permiten hacer, es peor. El covid les está viniendo de perlas, el teletrabajo de un funcionario es todavía mayor bicoca que pueda existir, los sindicatos funcionariales no hacen más que pedirlo. Pero ¿cómo vas a tomar declaración o a notificar personalmente una sentencia desde tu casa?

Ciertamente sin un mínimo control se vaguea todo lo que se puede y más.

Consecuencia: nada funciona, los teléfonos no te atienden, están mucho más descolgados que habitualmente. Esta mañana he llamado a un juzgado y hasta las 10 tenían un pitido extraño. Estoy convencido de que ahora, protegidos por el metacrilato, muchos ni aparecen. Aunque muchas de las llamadas que se quedan colgadas en el aire o escuchando sintonías son de "compis" a los que putean sin darse cuenta.

Sé que hay funcionarios buenos. Conozco a algunos.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Una de las palabras que no olvido se llama Alzeimer

 A mis 56 empiezo a no fiarme de mí. Después de muchos propósitos tengo unos segundos de vacío, de pronto estoy en el escalón siguiente, o peor, cuatro pisos más abajo (y no tengo ascensor) y dudo de si he hecho algo o no. 

Vamos a dejarlo al 50% a veces lo he hecho, pero otras no. Lo que más olvido son palabras, músicas que sabía tocar, y nombres. Con los nombres es un desastre, personas de mi vida o famosos de las que podría escribir una reseña biográfica no me sale el nombre que tenían. 

Lo peor es que celebro cuando lo recuerdo.

Aunque supe, ya no puedo ir a ningún concurso de sabios de la tele. 


Fuera de humor: esos podrían ser huecos en la continuidad del flujo eléctrico neuronal. Quiero pensar que esto le pasa a todos mis coetáneos y que este nombre todavía inolvidable no está esperándome en las próximas esquinas.

Es un poco pronto para preocuparse, espero.

martes, 8 de diciembre de 2020

La buena educación

Paco de Lucía decidió en los últimos años de su vida ser un padrazo. Seguramente lo hizo para compensar la falta de dedicación que había tenido hacia sus hijos de su primera mujer. Pocos meses antes de morir le descubrí en los preparativos de un concierto que Silvio Rodríguez dio en algún barrio de la Habana.

La razón por la que estaba allí, o una de ellas, era que sus hijos pudieran jugar en la calle, que salieran con otros niños despreocupadamente como hacíamos nosotros en mi pueblo. Entonces había casi ningún coche que te pudiera atropellar, y muchos menos de los que pudiera salir un depredador. Sería detectado enseguida. Ahora, y desde hace mucho tiempo, los padres no se fían, no nos podemos fiar. Hay que salir al parque con ellos y no perderlos de vista: un poco -casi- como los perros; atados ahora, sueltos antes.

En la calle junto a otros niños, sin ningún vigilante, todos aprendíamos cosas nuevas. La primera que la libertad trae consigo responsabilidad, uno podía explorar pero también se podía caer de un árbol o, si se metía con alguien más fuerte que él, volver descalabrado. Todos tuvimos algunas peleas y  supimos que los puñetazos de los otros dolían, no como en las películas; si utilizabas violencia sufrirías violencia, aun de los más débiles que podían, a la desesperada, arañarte o morderte. Podía espiar a las personas mayores, meterse en ruinas, examinar o recoger lo que otros tiraban. Eso es cultura, también. 

Parte del conocimiento era el miedo. Estando todos los perros sueltos, los había buenos y malos, y había que saber cuál era su territorio; y lo mismo pasaba con los niños, que los había matones. O uno se defendía o debía evitarlos. También había quien optaba por adularlos y hasta ser su sirviente. La vida resultó más parecida a mi infancia que a las burbujas profilácticas actuales. 

Otra cosa es cuando dejas de llevarlos al parque: se tatúan, se meten toda clase de drogas y (antes del covid) pasan toda la noche fuera de casa.

Nosotros nos desbocábamos poco a poco, también respetábamos más lo que había dentro de nuestra casa, incluidos familiares.

De las maquinitas atontadoras no hablo. Pero en Cuba, como nosotros, no creo que los niños puedan tener muchas.

Todo eso terminó y yo fui una de las últimas generaciones que pudo disfrutar de esa educación callejera. Paco de Lucía todavía pudo en 2014 llevarse a sus hijos a una dictadura que controla mucho la calle. 

Paradójicamente  en un lugar con poca libertad los niños disfrutan de la educación más bonita.



Posdata: Hace pocos días compartí en mi Facebook esta entrevista sobre educación. Sé que es vieja pero yo la vi hace dos días y la recomiendo. https://www.facebook.com/ignacio.sabater.3/posts/1669027859909278


domingo, 6 de diciembre de 2020

Aguantemos la respiración

No queda tanto. Quizá dentro de un mes empiecen a vacunarse algunos españoles. Pasarán como un ábaco, al lado de los incontagiables, si es verdad lo que prometen, todos los que prometen cosas.

Pero parece que la gente no se fía tanto. Los viejos, que serán los primeros, estaban contentos, pero últimamente parece que se lo piensan: a ver si lo que quieren es limpiar la seguridad social de pensionistas. Yo, por lo menos,  si tuviera 90 años no me vacunaría, y si estuviera impedido o muy limitado para moverme tampoco. Los que tienen demencia senil tampoco pueden dar su consentimiento... A nadie le gusta ser conejillo de indias. 

A ver si nos van a sobrar vacunas.

Yo he dicho, y aún lo mantengo, que cuando me llamen, iré. Pero si me llaman en mayo mejor que en enero; para ir viendo. Otra gente dice directamente que no. Y eso que es gratis; muchos españoles son aficionados a las cosas que les dan gratis. 

Pero estamos resabiándonos: resulta que ahora hay dos vacunas caras y una barata. Si son gratis preferimos las caras, así que habrá gente que diga que por qué a mí me tiene que tocar la barata.

Incluso se rumorea que será obligatorio vacunarse. Eso es mucho: obligar a dejarse meter en el cuerpo un bicho muerto o moribundo para que el cuerpo reaccione... y sin haber experimentado lo suficiente.

Lo que está más claro es que este bicho nos seguirá dando lecciones de política y de sociología. Ojalá no fuera así, pero cuando nos quitemos la careta vamos a ser más viejos, más feos y más antipáticos.