Escribo en latín, lenguaje que nunca dominé
más allá del aprobado en el instituto, y no siempre. Esto del “horror al
vacío”, si está bien escrito, es un concepto de historia del arte con que se
califica a pintores, y escultores en relieve, que quieren que todo lo que
aparezca en su obra material sea sabroso, significativo, trascendente,
chicha... El prototipo sería un pintor que llena el cuadro, sin dejar respirar
al cielo o a los fondos. The Funamviolistas, el pasado sábado 29, en Béjar, durante hora
y media, nos llenaron todas las esquinas de arte variado, intenso, sobresaliente,
multidisciplinar; así son ellas: un grupo de mujeres sobrecualificadas y
extraordinariamente útiles, como una navaja multiusos.
A mí me gusta mucho “ver” la música y pienso
en todo el juego de dinámicas que puede dar la mezcla de estilos, tempos,
épocas, ritmos, estados de ánimo, colores musicales, sugerencias y evocaciones.
Además, hoy, como cualquier músico toca de todo ya con su instrumento, es de
suponer que un espectáculo teatral que proponga una mezcla musical, me
satisfará. Por eso fui.
Más que eso hicieron estas tres chicas: uno
a veces siente, cuando está disfrutando, que pagó poco por el boleto, que se la
compraría a sí mismo en la reventa su entrada por el doble del precio. Eso
sentí yo el sábado en algún respiro, pero inmediatamente el arte desplegado
sumergía mi atención de nuevo.
The funanviolistas parecieran
instrumentistas, músicas; pero no, ante todo son artistas. Aunque hayan
dedicado mucho más estudio (impresionantes curricula) a un instrumento que a
esas otras facetas artísticas marginales que parece que cultivaron
paralelamente, pero o lo hicieron con tal convicción, o es el magma de artistas
que llevan dentro, que también se atreven a enfrentar y sorprender al público
con ellas.
Por el mismo precio nos vendieron un
concierto de música clásica, circo, cabaret, danza y teatro gestual; todo con
un ritmo frenético y una ejecución impecable; con la hipercomunicación que
practican hacen despertar a cualquier público, a la vez que enmudecer cualquier
atisbo de comentario, apertura de caramelo, tos, -nadie tosió a pesar de que
había refrescado considerablemente el
tiempo- y hasta un bebé que alguien se trajo – que temí desde el principio-,
calló ante su actuar. Nos llevaron en volandas; cuando te dan un show así, no
sólo comulgas con los artistas, sino también a la salida apretada por la calle
central del teatro, te sientes cofrade con el público afortunado, las miradas
cómplices de asentimiento amalgaman nuestro “barrio cultural”, los infalibles
que venimos a casi todos los espectáculos.
¿Se puede tocar el violín bailando en
puntas, se puede tocar el contrabajo de espaldas, se puede bailar un tango
sensual con aquél señor tan grueso, se puede cantar a varias voces y también, deliciosamente, como solista, se
puede fingir un orgasmo con la sinfonía
de los juguetes de Leopoldo Mozart? Pues sí, y también se puede bailar el
can-can y tocar una habanera encima de un barco que se bambolea, echarse un
galope con la obertura Guillermo Tell, y todo suena bien y además oportuno, y el
embudo de tiempo está tan lleno de arte que sólo le da a uno, en otro respiro,
a pensar en la suerte de que unos padres, un buen día, invirtieran en educar a
unas hijas así.
Se trata de tres músicas de cuerda: un
violín, un contrabajo y una viola, muy viajadas y muy especialistas en las más
superespecializadas disciplinas de sus instrumentos (Reinhard Göebel, violín
barroco). Padres españoles con afición musical y con visión, aunque la
contrabajo sea argentina, que invirtieron en estos instrumentos, seguramente
sabiendo la sempiterna carencia de músicos de cuerda en España. Ya, en 2014, no
debe suceder esto.
El espectáculo comienza con las tres chicas
leyendo sus cartas de despido. Me centro ahora en la viola: un instrumento segundón,
del que apenas si hay conciertos en el repertorio: un Harold en Italia
de Berlioz, un doble concierto de Mozart con el violín (Mozart elegía tocar la
viola en sus cuartetos de cuerda) y uno de Brahms, creo. Para colmo, la solista
siempre suele ser la japonesa Nobuko Imai.
En resumen, que quien elige la viola,
seguramente empezó con el violín y se dio cuenta de que no era la mejor,
entonces, con mucha cabeza, elige un instrumento no brillante, pero sí
imprescindible en todas las orquestas y en todos los cuartetos, es decir, está
eligiendo un solvente y casi seguro, futuro profesional.
Esta chica, Mayte Olmedilla, por lo que sea,
lo eligió, quizá esta salida profesional sea pura resignación y no haya
conseguido entrar en una orquesta para ser una funcionaria como dios manda, con
silla fija para escuchar las toses del público en los pianísimos, vacaciones y
seguridad social, pero estoy seguro que hoy, arriba del escenario, no se cambia
por nadie. Como artista, debe elegir o ha
elegido, esta farándula, en la que pasa
por payasa, equilibrista y picantona cabaretera, que, mayormente, toca la
viola; aunque todo sea incertidumbre económica. Claro, no es lo mismo que te
aplaudan porque sabes que el público te ha visto – a ti- como cantas, bailas, y
actúas, que al final del concierto el director de la sinfonía decida –cosa
rarísima- que se levante la cuerda de las violas, y compartir un aplauso con
ocho o diez personas, el director y toda la orquesta. Además, sabiendo que si no llevas un traje estrafalario, o eres
obesa mórbida, o larguirucha, o enana, nadie ha reparado en ti entre todas las
sardinas de la orquesta.
La contrabajista argentina, apellidada
Horowitz, como el célebre pianista Wladimir, también es un bicho raro sobre el escenario,
pero ya menos: desde que Jack Lemmon nos interpretó a una contrabajista
femenina en “Con faldas y a lo loco” sabemos que eso puede ser, y además funciona en lo cómico.
La violinista sevillana, que es la más alta
de las tres, esbeltérrima por su musicalidad, pero también por su capacidad de
sobrevolar el escenario en puntas, pareciera, a veces, sostenida sólo por su
melodía.
¡Ay, señor!, dirán sus tías envidiosas, tantos años,
tanto gasto, tantas audiciones, tantas becas, tanto extranjero, tantos maestros
sonoros, para acabar de titiriteras, y
enseñando pantorrilla. Pero para cualquier espectador sólo la envidia puede
ocultar a unos ojos predispuestos a lo negativo, que estamos ante el “arte
total”.
Y al final de la función estas chicas tan
valiosas se nos ponen a la salida a recibir felicitaciones y sonoros besos de
las señoras, que reconocen que acaban de ser muy dignificadas como
mujeres con el arte de estos tres ejemplares femeninos, y en ese beso entregado, también están reconociendo que no han
tenido la suerte de que les haya salido una nieta como cualquiera de estas tres
artistas ¿qué habrá estado haciendo mi hija todos estos años? Mientras
las protagonistas, ya reducidas a la talla de mortales, ante la cascada de
elogios, tan superlativos, como repetitivos y sinceros, se limitan a darnos
sincera y humildemente “ las gracias por venir”.