lunes, 30 de abril de 2012

"La puerta estrecha" de André Gide


Hace tiempo escribí en este blog, y si no lo escribo ahora, que el peor libro que puede leer un adolescente es el Werther, y yo lo leí. Hace poco, lo compré y quise volver a leérmelo pero me aburría; no me prendí de él, quizá se me cruzó otro.

Sabéis que el último que había leído, “Te di la vida entera” de Zoé Valdés, había dejado una saturación de exhuberancia vaginal,  y no de su feroz sentido del humor. Después cayó en mis manos “La puerta estrecha” de André Gide. No tenía ni idea de lo que podía encontrar en ese libro; sólo sabía que era un famoso autor francés o belga y después he mirado en una enciclopedia que le dieron el premio Nobel. Encontrar un libro en muy buen estado, de 126 páginas de una buena editorial Orbis, por un euro, era una invitación. Sabiendo que algo tiene calidad, me gusta al azar de descubrirlo.

Repito que tomé el libro sin esperar que me encontraría otro Werther, y tampoco lo hice por descongestionarme de aquellas humedades caribeñas, pero ha resultado. La novela es un amor puro, místico, limpio, ascético..., un exasperante camino de perfección que al final se nos revela, no sé si como tesis de hermosura o como lección, la monstruosidad que engendra el perfeccionismo. Coincide mi lectura con el juicio a Andras Bredik, el criminal nazi noruego, un camino de perfección en el asesinato de sus enemigos: los socialistas, los progres, los amigos de los extranjeros, de la interculturalidad, los que estropean y corrompen la esencia nacionalista europea. (Pulsiones que están sembrando en España, cadenas de televisión como Intereconomía, y otras de la TDT.) En la mente de un exaltado romántico como Bredik, una plaga de antipatria, que él se encargó de extirpar. Deliberadamente no se mató para convertirse no sólo en el mártir, también en el propagandista de sus ideas, de las que lamentablemente resultará un campeón universal. No sé como se consiente esto.

Este francotirador maldito mató 70 hijos e hijas como mi hija y me duele y me da tanto miedo que haya existido, como la semilla que siembra. Quiero envejecer lo menos posible para defender a mi hija,  pudiéndome enfrentar a gente como ese perfeccionista, que tiene mal colocadas sus ideas y que se preparó para ser un virtuoso del asesinato y, como Mohamed Atta,  lo consiguió por encima de sus propias expectativas. Desgraciadamente, - a ver qué hacen los poderes públicos con ello- es demasiado fácil alimentarse de odio, de técnica y hasta de sicología para ejecutar el mal.



La obra de André Guide (a un hombre de 47 años como yo, que llevo desde los 20 con la misma novia, compartiendo el amor, la ilusión, los celos, los desgastes y también los descubrimientos, las conquistas materiales, la cultura, la paternidad y maternidad; en suma: la vida con sus altibajos, sus crisis y sus reconciliaciones, también el sexo, quizá más importante su cemento ahora que cuando éramos jóvenes... pongo puntos suspensivos porque mi relación con Pilar solo se perfeccionará con la muerte, mientras tanto seguiremos es esta humana, -que no divina- relación )  resulta lunática, estúpida, infantil; el amor, la vida, no son eso. Si en algún caso fuera, (por ejemplo, de quince a treinta años) tan estrambótica y quijotesca, a los treinta y uno el poseído abominaría de aquello con vómitos y dolores de cabeza. A los cuarenta no creería haber tenido esos sentimientos y haberse drogado con esas locuras.

El romanticismo es un condimento, no puede ser la comida con la que nos mantenemos. Debe aportar la graciosa luz de su chispa; es  sugerente y da calor una hoguera de romanticismo, pero un incendio forestal o quemarse a lo bonzó es una catástrofe, que se padece en el momento, al día siguiente y por muchos años.

La pánfila romántica coprotagonista escribe cosas así:

Y me pregunto ahora si ésta es la felicidad que yo deseo o mejor el camino hacia dicha felicidad. ¡Dios mío, guárdame de una felicidad que podría alcanzar demasiado aprisa! Enséñame a aplazar hasta ti mi felicidad.

Con una asombrosa clarividencia escribe cosas así: Me gustaba estudiar piano porque me parecía que podía mejorar cada día un poco. Tal vez radica también ahí el secreto del placer que experimento al leer un libro en lengua extranjera. No obedece sin duda a que yo prefiera cualquier otra lengua a la nuestra, ni a que aquellos de nuestros autores a los que admiro me parezcan inferiores a los extranjeros, sino a que la ligera dificultad en la captación del sentido y de la emoción, tal vez el orgullo inconsciente de vencerla y de vencerla cada vez mejor, añade al placer del espíritu no sé qué contentamiento del alma, del que me parece que no puedo prescindir.

Por dichoso que sea, no puedo desear un estado sin progreso. Imagino la felicidad celestial no como una fusión con Dios, sino como una aproximación infinita, continuada... y, si no temiera jugar con  las palabras, dirá que yo iba a rechazar cualquier felicidad que no fuese progresiva. A pesar de estar cerca de la blasfemia, sugiriendo que rechazaría la perfección de Dios, no saca conclusiones.

Uno, que es muy Sancho y lo último que ha leído es Zoé Valdés, diría que esta idiota se hizo una paja y sacó la conclusión de que lo mejor está antes de correrse, y por tanto, no quiere volver a perder aquélla sensación. Sigamos leyendo:

No Jerome, no. Nuestra virtud no se esfuerza para conseguir una recompensa futura: no es una recompensa lo que busca nuestro amor. Para el alma bien nacida resulta ofensiva la idea de recibir una remuneración a cambio de su sacrificio. La virtud  no es tampoco para ella un adorno; no, es la forma de su belleza.

(...)

¡Señor! Avanzar hacia ti, Jerome y yo, el uno con el otro, el uno por el otro, caminar a los largo de la vida como dos peregrinos, de los cuales uno a veces dice al otro. <<Apóyate en mi, hermano, si estás casado>> alo que el otro responde; <<Me basta con sentirte junto a mí>>... ¡Pero no! ¡El camino que Tú nos enseñas, Señor, es un camino estrecho, tan estrecho que no pueden avanzar dos uno al lado del otro!

Ya sabéis que no me gusta destripar los libros, ya que destripé el título, no creo que destripe mucho diciendo que  obviamente, esta mujer se muere, -virgen y gozosa en sus aplazamientos- después de estropear el amor tan bonito que prometía el libro al principio. Y deja al novio amargado, pero no arrepentido de haber estado toda su juventud alrededor de este amor tan sublime. El chico habla con la hermana de la novia de diez años después de la muerte, ella dice:

(...) si te he entendido bien, pretendes seguir fiel al recuerdo de Alissa.

Estuve un momento sin contestar.

-Quizá mejor a le idea que ella se había formado de mí... No lo consideres un mérito. Creo que no puedo actuar de otra manera. Si me casara con otra mujer, sólo podría fingir amarla.

El libro acaba con esta frase:

Entró una criada que traía la lámpara.



Espero que alguna criada en los próximos 20 años lleve una lámpara –la lámpara del Guernica de Picasso- a Andras Bredik, para que salga a la realidad, antes de que le dejen salir a la calle.


viernes, 27 de abril de 2012

Para reparar la cadera (o la imagen) real


El Rey Juan Carlos ha tenido un mal movimiento y la cadera que se rompió fuera de sitio vuelve a dar dolores de qué hablar.

Ahora nos harán apiadarnos de él y se cerrará mejor la herida.

Ya no es un superhombre que se recupera más rápido que otros ancianos (mi suegro, sin ir más lejos, estuvo varias semanas)

Personalmente, estoy muy toreado, (hace poco volví a ver las películas “El espía que surgió del frío” y “La Huella” de Mankieviz) y no me creo nada. Lo único que considero cierto es que con la pena que da este dolor, dejaremos más atrás en nuestra memoria colectiva  los elefantes y a aquella rubia de 46 años; y volverá a emerger el entrañable rey salvador del 23 de febrero, esta vez mejor arropado por su familia, con sus manos más limpias de sangre de elefante y sus súbditos más lavados (o al menos enjuagados) de cerebro.



No faltará quien diga ahora que el rey se sacrificó, por sus ansias de trabajar por España, precipitando el alta médica. No tengo duda del riesgo que tomó, pero no fue por nosotros; quería enmendar su imagen cuanto antes lo siento mucho, me he equivocado... Con este episodio conseguirá el aclarado final.



Al prestigio que no va a dejar bien parado es al de los médicos y de la clínica donde le operaron tan rápido y le dieron el alta precipitada y no volverá a suceder.




PD. Mientras tanto, en Béjar, algún gracioso está banderilleando las cagadas de perro con esta leyenda. He visto varias y me saqué la cámara para fotografiar ésta.

jueves, 26 de abril de 2012

Zoé Valdés "Te di la vida entera"

Un coñazo. Pero no en el sentido figurado; en el real. No se me ha ocurrido un adjetivo mejor para definir esta gran novela, (además así empato lo soez que es en muchos casos). Es una obra feminista, escrita desde el punto de vista, -desacostumbrado por lo  lenguaraz-, de una mujer que -además- vive en compañía de otras mujeres que no se cortan en vocear su sexualidad descarnada y desafiante. Me recuerda al aire de esas grandes mujeronas, (que a mí me darían miedo por no saber manejarme con ellas), como debió ser la cantante “la Lupe” o Eddit Piaf, que salen en la novela. También  cita a Pedro Almodóvar, sus mujeres también pueden dar pistas de lo que nos encontramos en esta lectura.

Tampoco se olvida de mencionar el argumento de la película “Moscú no cree en las lágrimas” que fue oscar a la mejor película extranjera a principios de los 80. Pero este "coñazo" nada más se parece a esa película tan buenista.

Zoé es una hija literaria declarada de Cabrera Infante, pero su libro Te di la vida entera es mucho mejor que La Habana para un infante difunto. (Éste lo tengo empezado hace meses y hasta su mitad es una tediosa relación de ligues que no aportan más que pura presunción del autobiografiado, del que me da por pensar, ese chiste que dicen las mujeres “los hombres son como la regla del parchís: se comen una y se cuentan veinte”.) 

Zoé cuenta chistes, supongo que uno de los mejores libros que generaría la literatura cubana del s. XX sería la antología de chistes habaneros anticastristas, pero es muy difícil de hacer porque todos los chistes son “de antología”. Zoé Valdés describe recetas de cocina –me las he saltado, porque no quiero tentaciones- y comparaciones con cotilleos de las revistas del corazón; también trae personajes de la actualidad cuando la acción se sitúa en 1958 y eso me gustó menos, pues destruye la aproximación de este lector al ambiente original.

Está muy valientemente escrito en sus imágenes, muy sentido, poco inventado. Se nota que hay o mucha autobiografía o mucha copia literal de personas vivas y cercanas. Además tiene una trama que engancha, con técnicas  de Hichcok. Su escatología femenina raya a veces por encima del buen gusto. Enseña demasiado coño y culo  con efluvios incluidos (aunque no imagino esta novela sin escatología). A veces uno es un poco pacato como lector explícito. (pero juro que hasta este libro no supe que el pendejo era el vello púbico de la mujer).

Confieso que hace años, aunque sospechaba que escribía bien, veté a esta mujer. Lo hice por anticastrista por fidelidad al "innombrable" y porque escribía en “El Mundo” (yo siempre he sido de “El País”) y porque era de mi edad, aunque he visto que es del 59. Lo bueno es que, liberado de simpatías y antipatías, vi este libro solidario por un euro en Comendador  y me lo he devorado.



P.D.Lo mejor que tiene la obra me recuerda mucho en su humor, ironía, agudeza a Yoani Sánchez(que es del 75).

lunes, 23 de abril de 2012

Mi debut: fue el 8-4-2012

Había dormido poco, ya sabéis que la responsabilidad y las músicas me acosaban, y que tuve que relajarme escribiendo sobre mis tribulaciones.

Y llegó la hora del concierto.

Ataviado para con pantalón y camisa negros, (la camisa es la más cara que nunca he vestido, -pero efectivamente es muy bonita y su tela suavísima-) y, con tiempo sobrado para no sudarla, me dirigí con mi hija andando hasta la plaza mayor de la ciudad, donde está la iglesia de El Salvador.

Pero antes, en nuestro local de ensayo, vivimos un momento extraordinariamente carismático, casi ceremonial: la coral, con una concentración  que nunca sospeché tras asistir a cinco ensayos, se dejó dirigir como si fuera una secta en el calentamiento de voz. El aire se serena. Incluso calentamos el cuello e hicimos ejercicios de respiración aleteando con los brazos. Si yo no hubiera estado poseso de aquel ambiente, puede que me hubiera entrado la risa. Pero no. Todos los coralistas confiaban su ansiedad a la orden de la mano y la voz de la directora, como si fuera un líder guerrillero al asalto. Y esa mujer -se llama Cari Argente- sabe.





Después marchamos a la iglesia, allí iba a ser. Últimos retoques parciales; primero el coro, después se nos unió nuestro pianista. La gente empezó a entrar en la iglesia, era cuarto de hora antes. Todos menos yo sabían que cuando esto sucede se termina el ensayo, y nos retiramos. Pareciera que nos escondimos en la sacristía. Allí pocas palabras, algunos seguían calentando o se daban retoques en su indumentaria.

Se habla menos, se masca la tensión.

Alguien mira al reloj:  es la hora. Nos ponemos en fila. primero entran los bajos y después los tenores, todos vamos al escalón de arriba; después las contraltos  y sopranos, que se ponen delante de nosotros. Por último entra la directora, ya envuelta en aplausos. Muy aplomada, se da la vuelta y pasa la mirada por todos los componentes. Nos lanza una sonrisa experta que transmite confianza.

Atacaremos primero el Ave María de Jacob Arcadelt. La directora nos da a cada cuerda la nota por la que empezaremos. Cada cuál la conserva como puede, quedándose con un runrún. Comienza. Me acoplo, estoy flotando con más certidumbre que incertidumbre. ¡Qué bien suena esta música en la iglesia! voy leyendo, cantando y mucho antes de lo previsto y sin incidencias, estamos llegando a la meta. La coral sostiene la última nota hasta que la directora resuelve; ya tiene preparada la sonrisa con la que se volverá hacia el público. Estallan los aplausos. Yo quiero aplaudir también, es mi hábito; pero me contengo, sonrío, miro un poco al público mientras busco la partitura siguiente.

Cada canción va discurriendo como los ataques de un partido de baloncesto  que terminan en canasta. Alguna vez pareció que nos robaban el balón a los tenores. Tuvo que ser “Judas”, pero en la repetición ya nos entonamos y encestamos el tema.

Todo discurría con una ligereza  que a mí se me hacía extraña. Son cinco ensayos que llevo repitiendo, parando, viendo recibir al coro advertencias  y señalamientos, sintiéndome concernido y apremiado. ¡Qué leve es pasar de una obra a otra!, esas mismas, que a veces nos llevaban veinte o veinticinco minutos, ahora vuelan, envuelven el ambiente; además, la gente nos aplaude al terminar.


Llegan los espirituales. Un relajo, me sé las melodías de memoria. Nos movemos, acompañamos a los solistas. Miro al público, trato incluso de distinguir quién está en la iglesia.

Van quedando atrás los escollos, llega un momento en que el pianista se sienta al teclado para acompañarnos al final. Así es mucho más fácil, basta con escucharle para no desafinar. Sigo gozando.

Como no hay  programa, antes de la última, la directora da las gracias al público por su asistencia y atacamos la canción más alegre de todas, se llama Adoramus te. Yo ya estoy completamente relajado y canto sin preocuparme de las notas, como si me la supiera de memoria. Estoy flotando y la música y la alegría de haber aprobado este examen me posee, no levito pero soy un par de centímetros más alto y no quiero que el concierto acabe. Inevitablemente acaba y la gente estalla en aplausos más fuertes, alguien incluso se pone de pie para aplaudir, contemplo el triunfo con una sonrisa orgullosa, y orgulloso de pertenecer a este equipo. Hacemos varias inclinaciones, todos estamos sonriendo, el público también sonríe agradecido. Salimos en fila, detrás de la directora, y en la sacristía ya estamos liberados, hermosos, felices, algunos comentan quien ha venido. Uno siente importante, y que  todo lo invertido ha dado su fruto. Es mi primera paga de aplausos. Ahora me haré adicto a las tablas.


sábado, 21 de abril de 2012

Tribulaciones de un coralista


Yo, a diferencia de mi hija, tengo muy pocas tablas: tres o cuatro actuaciones, frente a las decenas que alcanza ella. Unámoslo a que tampoco tengo mucho sentido del ritmo y mis conocimientos de solfeo me sirven únicamente para encontrar en la guitarra la nota que está en la partitura; es decir, que por ahora, soy incapaz de traducir una nota con mi voz. De cualquier manera, he dado un paso al frente para integrarme en la coral de Béjar.

Estoy demasiado verde, pero esta tarde debuto.

El programa es de envergadura: Tomás Luis de Victoria, Bach, Mozart, Fauré, Kodaly, Ennio Morricone... y  yo con mis notas en el aire, esperando un buen acoplamiento a la música de mis compañeros.

No sé si ya lo habré escrito por aquí: me considero el mejor amante de la música. Admito que pueda haber gente que la ame igual, pero más no. Es sólo afición pura, nunca llegué al estresante compromiso de hoy. Desde hace unos días, las músicas que he de cantar me persiguen y me desvelo ronroneándolas en la noche. De día también. Ahora me persigue una de T.L.Victoria: Judas, mercator pessimus...

Esto de que las músicas se me metan en la cabeza hasta la obsesión me ocurre desde hace seis u ocho años. Pero esas veces que me ha sucedido, era una sola música la que me acosaba; hoy son varias, como lobos que me acorralaran jadeantes.

Estos días tampoco he sido libre para oír música, he debido estudiar y aprender mis líneas de tenor, las cuales casi nunca llevan la melodía principal que es lo fácil. Los tenores llevamos una segunda voz que hace contrapunto; y yo, cuando estoy en el coro, a veces me marcho a la melodía de las sopranos. Ahora, cuando la obsesión me las tararea,  no sé si es la mía o la de ellas.

Ayer por la tarde, para desintoxicarme, me puse una música diferente: la Sonata Tempestad de Beethoven.

Esta noche he dormido aceptablemente, pero me he despertado muy pronto y para exorcizarlo he pensado a venir a desahogarme en el ordenador para después llevarlo al blog. Los lectores no  me cobráis cuotas de sicoanalista.



Ahora, frente al compromiso, con las músicas acosándome, me pregunto si ser un profesional de la música, con una audición activa y comprendedora de todas sus arquitecturas, no será un castigo que yo no aceptaría. Un músico que conocí me dijo que él no gozaba tanto como yo, que le salía el profesional analítico a desmenuzar todas las claves y no podía dejarse ir y, sencillamente, disfrutar. Decía “yo no oigo la música, oigo las notas”.

Llevo unas semanas oyendo las notas, a veces me suelto y escucho la música; me fundo irracionalmente con ella. Ojalá me pase como con otros aprendizajes, como el de conducir un coche: que pueda independizarme de los cuidados de la técnica y gozar. A ver si lo consigo esta tarde.

jueves, 19 de abril de 2012

Sólo cenizas hallarás

Es una novela del dominicano Pedro Vergés (parece que escrita, premiada y publicada en España en 1980), que yo tenía hace años almacenada en mi biblioteca. Por azar la encontré después de merendarme en tres días “La Fiesta del Chivo” de Vargas Llosa  y tres semanas se me ha dilatado la lectura de esta otra. Esperaba una continuación de aquella vertiginosa y apasionante lectura porque precisamente cuenta la vida de unos seres incapaces de superar la grave crisis psicológica y política en la que está sumido su país tras las dictadura de Trujillo. (1)

Ciertamente la novela carece del pulso de las jornadas que rodean al asesinato de Trujillo. Es, por ello, decepcionante para las expectativas con las que bendije mi suerte de poseer este libro y voracidad con la que me lancé a sus letras. A ratos me pareció lenta como un culebrón sumido en una calma sin viento, de las que atrapó a la flota de Colón en su viaje a América.

Me parece que no se sabe muy bien a qué isla del Caribe llegó Colón, pero una de las hipótesis es que fuera Santo Domingo. Por eso traje este ejemplo y porque yo también creo haber llegado a la verdad de Santo Domingo (y otra vez más, a la de los vapores narcóticos que las expectativas generan en la vida en general)



Después de la salida de los Trujillo de Santo Domingo no pasó nada. Aquí cito a la filosofía de mi admirado José Mota en sus momentos muertos de la historia. La gente siguió viviendo igual de mal.

En esta novela no se han levantado todavía las sanciones de la comunidad internacional a la República Dominicana, algunos de los antiguos caliés (paramilitares trujillistas) se han reciclado al ejército o a la policía, y la gente sigue vegetando entre la pesadez del calor y la pesadez del sexo que mezcla la determinación de la promiscuidad de las carnes jóvenes con la hipocresía y el cálculo de  las viejas generaciones, que interfieren y destruyen esas alegrías.

Es esa sensación penosa de que las mentalidades no cambian por un golpe maestro, ni por un baño de sangre.

La novela sirve para reafirmar que sólo la persistencia, el trabajo constante: apretar los dientes, mirar al suelo y avanzar sin levantar la vista, como bestias de carga, todo sostenido en el tiempo, lo que –en generaciones- cambia las situaciones económicas y sociales.

El mensaje implícito de mi tardanza exasperante en leer este libro, que no voy a condenar porque está bien escrito (y se agradece que no tenga muchos caribeñismos) y es sincero. Trae una sabiduría y me ha apuntalado conceptos que he aprendido bien navegando contra la inercia y la molicie en la que transitan sus historias.

Las conclusiones de los personajes de la escasa acción son que la vida dominicana postrujillista  se aletarga en un tedioso suspenso, algunos (el autor no; además está escribiendo veinte años después) fían en las siglas de los partidos recién llegados y las promesas de trabajo y prosperidad que traían. Otros sólo esperan en la emigración, en el extrañamiento de aquella realidad. El autor, no sé si queriendo o sin querer, nos lleva a la conclusión de que su país es una tierra maldita. (sucede que la única iniciativa empresarial nueva, a pesar del empeño y la dedicación se frustra y  no sabemos por qué).

Me da la impresión de que Pedro Vergés, que en esos años vivía entre España y Francia, ajusta cuentas con su propia situación y justifica su propio extrañamiento de la realidad dominicana.

El título es un gran acierto. No dudo de que el libro refleja con acierto aquellos años de transición a lo mismo (o casi). La prueba es que hace pocos años aún seguía el incombustible y pesado Joaquín Balaguer.





(1) tomado de la contraportada del libro,


lunes, 16 de abril de 2012

El cementerio de los elefantes o delenda est monarchia

El cementerio de elefantes
o Delenda est Monarchia
Así acaba el famoso artículo “El error Berenguer” de Ortega y Gasset, publicado el 15 de noviembre de 1930, que contribuyó significativamente a crear el estado de opinión que desembocaría en la República del 14 de abril. Supongo que mucha gente lo estará recordando estos días.

Y es que después de la oportuna “metedura” de pata del rey Juan Carlos, que ha venido a conocerse precisamente el día 14 de abril (1), la cosa puede pudrirse rápidamente. Ortega escribió entonces: la reacción indignada empieza ahora, precisamente ahora y no hace diez meses. España se toma siempre tiempo, el suyo. Parafraseando a Anderssen, cualquier niño ha podido comprobar que “el rey está desnudo”. Son los niños, -de alguna forma el niño que llevamos todos dentro- los mayores amantes de los elefantes, los que ya nunca podremos ser convencidos de que este abuelo no tiene un enorme pasado elefanticida y quiere seguir obteniendo el “placer” de matar a estos animales tan simpáticos, (a costa de costosos viajes a África donde los criados y mayorales de la reserva se los escogen, se los acorralan para que viene el abuelo con un rifle muy grande los asesine, se haga una foto y se marche). !Qué malo!
¿Y si a los españoles se les caen los palos del sombrajo y dejan de engañarse con la monarquía?

Porque esta inoportuna rotura de cadera ha delatado los caprichos del Rey; y su metedura de pata viene muy seguida de la “metedura de mano” de su yerno y de su hija, aunque ahora la hagan pasar por una “tonta ama de casa” que firma sin pensar los papeles que le pone por delante su marido, (contradiciendo que estamos en el siglo XXI y siempre han vendido que eran unos muchachos muy bien preparados, cultos, inteligentes y trabajadores).

De pronto, quizá los españoles nos demos cuenta de que se puede prescindir del oropel y de las ceremonias con glamour monárquico. En buena hora para carecer de figurones, pues les viene una época de restricciones de “trabajo”; con la falta de inversiones que trae la crisis, van a tener muy poco que inaugurar.

En medio quedó el accidente del nieto que ilegalmente se adiestraba con su padre jubilado, en los vicios de su abuelo que no se jubila. Vale que la caza sea un buen negocio que trae a España miles de ricachones con sus escopetas que usan buenos hoteles, comen caras comidas y dan grandes propinas, y que nuestro “listo rey campechano” puede darse el lujo de cazar cabras y muflones y rebecos y ciervos de muchas puntas y promocionar esa industria española, pero lo de los elefantes de Bostwana no tiene un pase para este país. Lo único positivo de su traspiés es la lección de geografía, que se cuela en todos los telediarios.

Quizá sea oportuno volver a hablar de elefantes.
Los viejos elefantes se retiran al “cementerio de elefantes” y ya le están susurrando respetuosamente a Juan Carlos que se marche a ese lugar. Los republicanos gassetianos no matamos como hacen los monárquicos.

Pero no es suficiente: la monarquía es un elefante que ha envejecido. A los españoles nos hacen escuchar constantemente que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y nos hemos comido muchas perdices y ahora sólo nos queda masticar sus plumas en forma de recortes.
Ya llegá la hora: ¡Recortemos la monarquía!





He hecho todos los bocetos y dibujos. Hacía tiempo que no pintaba nada.
(1) fecha del nacimiento de la II República, festividad republicana

jueves, 12 de abril de 2012

Por la memoria y contra el olvido.

Suelen ser las derechas de toda la vida, clericales, tradicionalistas, las que más repudian la nueva memoria histórica.

La palabra memoria remite a conservación de recuerdos, de valores, de tradiciones, de la historia.  La memoria es, pues, conservadora. Pero en la España actual remite al expresidente Zapatero cuyo abuelo militar fue fusilado en los primeros días por oponerse al alzamiento.

Parece que la memoria ahora fuera revolucionaria.

Hay una frase en la Biblia que es la divisa de Cope, la cadena de los obispos “sólo la verdad nos hará libres”.



En los años 40 la memoria era justificadora, era una memoria opresiva, liberadora de un solo hemisferio cerebral: de mártires de la cruzada, de santos, de curas y monjas, de honrados propietarios, de gentes piadosas, asesinados por la barbarie marxista.

Y no es cuestión de negar la barbarie de pretexto marxista, o bakuninista. Lo que fue barbarie tuvo muy poco que ver con ideas plasmadas en libros, o en manifiestos; sí tuvo que ver, y mucho, con hojas incendiarias de periódicos de uno u otro extremo que la incitaban.

La prueba de que la barbarie no debiera tener apellidos ideológicos, es que en los dos bandos se quemaron libros.

La memoria actual debería trata de aflorar las raíces de todas las malvas de todas las cunetas.

Cuando estalló “la paz” casi todos los frentes de las iglesias se llenaron de “caídos por Dios y por España” comenzando por José Antonio Primo de Rivera, quien parece que había nacido en todos los pueblos de mi país. Ahí estaba, ahí está, en tantas placas o pintado, capitaneando la lista. Mientras tanto, se colocaban cruces y monolitos recordando una sangre azul; la otra -la roja-, acudiendo a una cuneta, sólo fue regada por las lágrimas clandestinas de sus dolientes.



Hace poco me he imaginado el sentimiento de las viudas (la mayoría muy católicas, casi beatas) de los asesinados que no tuvieron el amparo de que se les enterrara “como dios manda”, ni se les hiciera su misa, sus responsos, su misa de año. Pasó en los dos bandos.



También creo que muchas mujeres del Valle, cuyos maridos huyeron por miedo a ser fusilados, o por convicción y para seguir defendiendo a la República, dejaron de creer. Bastantes de ellas sufrieron las vejaciones de ser peladas, del aceite de ricino, de aquellas procesiones grotescas, cantando indiferentemente la salve y el cara al sol.

Si volvieron a la iglesia, ya nacional-católica, seguramente fueron invitadas desde el púlpito a rezar por la victoria de “nuestras armas”, o por la derrota de “nuestros enemigos”. Esas mujeres seguramente reconducirían sus rezos para pedir que las balas “de los nuestros” no mataran a sus maridos o a sus hijos.



La memoria es cultura, casi toda la cultura es memoria. Hemos llegado al momento en el que lo que no se guarde, escrito o grabado, se perderá con la muerte de quienes lo vivieron. Las personas que luchan contra la memoria luchan contra la cultura. Luchan por la incultura, quizá porque no quieran saber nada, quizá porque no quieran que se sepa lo que a ellos no les interesa. Se ha perdido mucho ya. Muchos saben que si no rescatamos en este momento los sufrimientos de los derrotados algún día se alzará una historia que tenga, por puro peso,  mayoritariamente en cuenta los sentimientos de los que fueron víctimas de la barbarie izquierdista.



Porque hubo una época de intensificación  de recogida de memorias. El Obispo de Ávila Santos Moro Briz, cuyo hermano, también sacerdote, murió fusilado por los rojos, incitaba en la circular de 9 de noviembre de 1936 ... que aquellos Sres. párrocos en cuyo territorio haya sido martirizado algún religioso, sacerdote o seminarista, consideren honrosa obligación recoger los datos del martirio, las palabras que dijera...(1)  



Terminada la guerra, el 25 de julio del 39 y todavía con un papel cuyo membrete dice "Ejército de ocupación" se envían a Villarejo del Valle los impresos para recabar la información de la Causa General, con la que se buscan reflejar los muertos saqueos destrozos profanaciones, amenazas sufridas durante la dominación roja. Una de las instrucciones que contiene dice:

“Las relaciones que se hagan en dichos estados deberán ser lo suficientemente expresivas del hecho, de las víctimas o los perjudicados, de los autores presuntos o conocidos, debiendo utilizarse para escribir los datos relativos a los casos EL NÚMERO DE RENGLONES QUE SEA PRECISO”



Teniendo en cuenta las penurias de todo tipo de bienes materiales que España sufre en 1939 (en los hatijos de correspondencia he encontrado muchísimos papeles reutilizados, escritos por detrás con un encomiable criterio ecológico, digno de imitación hoy, pero entonces se hacía por verdadera necesidad) no está de más decir que para este cometido tan importante no había que reparar en gastos.



También es un lugar común que el cine español, que suele ser tildado casi todo él de rojo o “porgre”, reciente recurre frecuentemente a la Guerra Civil. Parece que no se recuerda bien que el cine de posguerra empezando por “Raza” cuyo guionista es Francisco Franco, “Sin novedad en el Alcázar”, “Balarrasa”, “El santuario no se rinde”, y otras que no me sé, pero que solía protagonizar Alfredo Mayo se reivindicaba una, grande, pero no libre, memoria.



(1)Tomado de M Rafael Sanchez  “La cruel represión de los maestros en Ávila”

miércoles, 4 de abril de 2012

HOY VOY A PRESUMIR DE MI PUEBLO: CARDEÑOSA

También siempre he presumido de no ser patriotero, pero creo que ya iba siendo hora de que escribiera bien alto que en todos mis viajes nunca vi un calvario tan hermoso y tan bien ubicado como el que hay en mi pueblo. Reto a quien me enseñe uno más bonito.
Todas las fotos las he hecho yo; tuve que madrugar bastante para conseguir algún contraluz de los que vais a ver.