martes, 26 de febrero de 2013

Antes, todos los negros eran iguales

En las películas de Tarzán, por ejemplo, eso nos parecía. Después, fui consciente de que eran singulares Antonio Machín, Sydney Poitier, Louis Armgstrong, Kunta Kinte, Carl Louis y Ben Jonson y, últimamente, Obama.
Seguían siendo iguales los negros de la venta callejera; aquellos que ofrecen en la calle o en los mercadillos elefantes de madera, gafas de sol o bolsos falsificados; otros que venían en patera, ateridos, con una manta que les daba la Guardia Civil o la Cruz Roja: esos que ahora, frecuentemente, pululan por Béjar.
A todos se lo he preguntado, -y van tres-; la razón que encuentro, aunque no me la hayan dicho explícitamente, es que ahora los valencianos han vuelto al campo -como antaño- a recoger sus naranjas, los jienenses sus aceitunas y los onubenses sus fresas. Y esta pobre gente, los negros que venían a hacer los trabajos que los españoles no queríamos, se mueven a la desesperada –aunque parecen tranquilos- a ver si en alguna parte sale algo. Todos se dedican a vender cuando no tienen un trabajo por cuenta ajena, pero sus potenciales compradores están empobrecidos y también saturados.
Los tres con los que he hablado: Yimi, Omar, y El Hadji, son senegaleses y musulmanes y, a pesar de ser emprendedores y valientes (todos los emigrantes lo son, pero quienes se juegan la vida en una patera o en un cayuco lo han de ser mucho más) están dominados por una especie de providencialismo: su dios así lo habrá querido,  y no les terminará de desamparar.

La frase recurrente del libro “Noticia de un Secuestro” de Gabriel García Márquez es –cito de memoria- “sólo pido que Dios no nos mande todo lo que somos capaces de aguantar”. Estas personas ya no pueden mandar dinero a su país; apenas si hacen gasto: no beben, no fuman, comen muy barato y esperan resignadamente tiempos mejores.
El último con quien hablé se llamaba El Hadji y es extremadamente religioso, tanto que no se concede el placer de abandonarse a escuchar música, dice que un hombre piadoso siempre tiene que estar pensando en dios, y la música distrae; aunque no condena a la gente que escucha música, -me dijo que un hermano suyo escuchaba música-.
Le pregunté cómo llevaba el ayuno del Ramadán y me aclaró que no se puede beber ni siquiera agua,  desde las cinco de la mañana hasta las siete de la tarde –aunque se esté trabajando- . Yo le alegué que eso debe ser muy duro de aguantar, y que así no se puede trabajar. Él replicó que sin embargo a veces se trabaja incluso mejor en Ramadán; “con la ayuda de Dios”.
Sobre la bondad de Alá, El Hadji me alegó que si en Senegal algún niño se queda huérfano, la gente le ayuda, y eso es porque dios lo quiere: dios pone en el conocimiento de la gente esa obligación moral.

Trató de hacer algún tipo de proselitismo de su religión: me habló del hijo de María a quienes ellos no llaman Jesús, sino Uzayr o Esdrás,  que es el profeta anterior a Mahoma  y que “eso mucha gente de España no lo sabe”.

No era mi caso: yo siempre quise conocer el Corán; cómo no me va a llamar la atención la fortaleza de la fe que inspira, más aún después del 11 de septiembre de 2001. Me he conformado, y es un libro muy recomendable, con comprar y leer hace 4 ó 5 años, el libro de Emilio González Ferrín La palabra descendida. Un acercamiento al Corán. Eso, y mi cultura general, me permitió mantener una conversación religiosa menos superficial con este hombre.

Me dijo que en Salamanca hay dos mezquitas, pero en Béjar ninguna. No importa, un musulmán debe rezar cinco veces al día mirando en dirección a la Meca y la encuentra con Gps, con una brújula o con un reloj mirando al sol. Entonces me di cuenta que todos los negros llevan grandes relojes analógicos.
Todos los senegaleses musulmanes no son iguales (Yimi, con quien tuve la conversación más humana e impresionante, sí escuchaba música) para todos  su comida preferida es el Yebuyé: un arroz con pescado característico de Senegal. A todos les gusta el fútbol y hasta ahora el 100% son del Barcelona.
Pero a mí los integristas no me gustan. El Hadji está casado en Senegal. Me enseñó una foto de carnet de su mujer, tocada como una monja, le dije que era bonita –mentí-: pero ¿qué va a hacer uno cuando un desconocido saca su cartera y te muestra una foto?. Sobre la poligamia me dijo que como el Corán le permite tener más mujeres, se casará con otra cuando vuelva a su país. ¿y ni siquiera le vas a consultar a tu esposa sobre ello? ¿Tú crees que a ella le gustará? Sobreentendiendo que no, me dijo algo así como que “ella no tiene nada que decir; mi religión me lo permite”. Es la voluntad de dios.
Y yo pensé en aquella pobre mujer, que tiene a su “marido” en Europa desde 2006 y que le será fiel –no me cabe duda- . El Hadji también: manifestó que no le cabe en la cabeza que un musulmán tenga relaciones sin estar casado. Aquella negra enmarcada en blanco ahora, cuando vuelva su marido -dice estar arreglando papeles para poder volver a Senegal y regresar a España legalmente- después de esperarle, tendrá que soportar que negocie con una joven para convertirla en su mujer. Con la vieja tuvo dos hijos, pero murieron. La voluntad de Alá también le permite tomar otra esposa y no compartir los sentimientos con esa madre frustrada y preterida. Para siempre amargada.

El Hadji entró en Europa por Francia, en avión. Aunque los franceses, (a pesar de hablar francés), no le gustan; ni siquiera le gustan sus equipos de fútbol. 
Me sorprendió que además de fútbol viera la televisión: me dijo que le gustaban las comedias del estilo de “aquí no han quien viva” y “esta casa es una ruina”, para demostrarme su entusiasmo me enumeró los personajes. (que yo no conozco bien, porque no las veo)

A pesar del integrismo y las contradicciones, nos despedimos efusivamente, dándonos la mano, muy agradecidos por habernos ofrecido esta conversación -y lo digo con toda sinceridad y ninguna ironía-.

Eso sí, comprendo que aunque encuentre negros, que sean senegaleses y musulmanes, y seguidores del Barcelona y vendedores ambulantes y comedores de yebuyé y sin papeles, y de agradable y generosa conversación: NO SON IGUALES.


PD. Algún día puede que narre la conversación que tuve con Omar. Con quien no hablé nada de religión, (aunque me permito deducir que también es musulmán) El momento álgido de aquélla sucedió cuando se le encendieron los ojos al contarme su sorpresa al ver por primera vez: la nieve.



Antes, todos los negros eran iguales.


En las películas de Tarzán, por ejemplo, eso nos parecía. Después, fui consciente de que eran singulares Antonio Machín, Sydney Poitier, Louis Armgstrong, Kunta Kinte, Carl Louis y Ben Jonson y, últimamente, Obama.
Seguían siendo iguales los negros de la venta callejera; aquellos que ofrecen en la calle o en los mercadillos elefantes de madera, gafas de sol o bolsos falsificados; otros que venían en patera, ateridos, con una manta que les daba la Guardia Civil o la Cruz Roja: esos que ahora, frecuentemente, pululan por Béjar.
A todos se lo he preguntado, -y van tres-; la razón que encuentro, aunque no me la hayan dicho explícitamente, es que ahora los valencianos han vuelto al campo -como antaño- a recoger sus naranjas, los jienenses sus aceitunas y los onubenses sus fresas. Y esta pobre gente, los negros que venían a hacer los trabajos que los españoles no queríamos, se mueven a la desesperada –aunque parecen tranquilos- a ver si en alguna parte sale algo. Todos se dedican a vender cuando no tienen un trabajo por cuenta ajena, pero sus potenciales compradores están empobrecidos y también saturados.
Los tres con los que he hablado: Yimi, Omar, y El Hadji, son senegaleses y musulmanes y, a pesar de ser emprendedores y valientes (todos los emigrantes lo son, pero quienes se juegan la vida en una patera o en un cayuco lo han de ser mucho más) están dominados por una especie de providencialismo: su dios así lo habrá querido,  y no les terminará de desamparar.

La frase recurrente del libro “Noticia de un Secuestro” de Gabriel García Márquez es –cito de memoria- “sólo pido que Dios no nos mande todo lo que somos capaces de aguantar”. Estas personas ya no pueden mandar dinero a su país; apenas si hacen gasto: no beben, no fuman, comen muy barato y esperan resignadamente tiempos mejores.
El último con quien hablé se llamaba El Hadji y es extremadamente religioso, tanto que no se concede el placer de abandonarse a escuchar música, dice que un hombre piadoso siempre tiene que estar pensando en dios, y la música distrae; aunque no condena a la gente que escucha música, -me dijo que un hermano suyo escuchaba música-.
Le pregunté cómo llevaba el ayuno del Ramadán y me aclaró que no se puede beber ni siquiera agua,  desde las cinco de la mañana hasta las siete de la tarde –aunque se esté trabajando- . Yo le alegué que eso debe ser muy duro de aguantar, y que así no se puede trabajar. Él replicó que sin embargo a veces se trabaja incluso mejor en Ramadán; “con la ayuda de Dios”.
Sobre la bondad de Alá, El Hadji me alegó que si en Senegal algún niño se queda huérfano, la gente le ayuda, y eso es porque dios lo quiere: dios pone en el conocimiento de la gente esa obligación moral.

Trató de hacer algún tipo de proselitismo de su religión: me habló del hijo de María a quienes ellos no llaman Jesús, sino Uzayr o Esdrás,  que es el profeta anterior a Mahoma  y que “eso mucha gente de España no lo sabe”.

No era mi caso: yo siempre quise conocer el Corán; cómo no me va a llamar la atención la fortaleza de la fe que inspira, más aún después del 11 de septiembre de 2001. Me he conformado, y es un libro muy recomendable, con comprar y leer hace 4 ó 5 años, el libro de Emilio González Ferrín La palabra descendida. Un acercamiento al Corán. Eso, y mi cultura general, me permitió mantener una conversación religiosa menos superficial con este hombre.

Me dijo que en Salamanca hay dos mezquitas, pero en Béjar ninguna. No importa, un musulmán debe rezar cinco veces al día mirando en dirección a la Meca y la encuentra con Gps, con una brújula o con un reloj mirando al sol. Entonces me di cuenta que todos los negros llevan grandes relojes analógicos.
Todos los senegaleses musulmanes no son iguales (Yimi, con quien tuve la conversación más humana e impresionante, sí escuchaba música) para todos  su comida preferida es el Yebuyé: un arroz con pescado característico de Senegal. A todos les gusta el fútbol y hasta ahora el 100% son del Barcelona.
Pero a mí los integristas no me gustan. El Hadji está casado en Senegal. Me enseñó una foto de carnet de su mujer, tocada como una monja, le dije que era bonita –mentí-: pero ¿qué va a hacer uno cuando un desconocido saca su cartera y te muestra una foto?. Sobre la poligamia me dijo que como el Corán le permite tener más mujeres, se casará con otra cuando vuelva a su país. ¿y ni siquiera le vas a consultar a tu esposa sobre ello? ¿Tú crees que a ella le gustará? Sobreentendiendo que no, me dijo algo así como que “ella no tiene nada que decir; mi religión me lo permite”. Es la voluntad de dios.
Y yo pensé en aquella pobre mujer, que tiene a su “marido” en Europa desde 2006 y que le será fiel –no me cabe duda- . El Hadji también: manifestó que no le cabe en la cabeza que un musulmán tenga relaciones sin estar casado. Aquella negra enmarcada en blanco ahora, cuando vuelva su marido -dice estar arreglando papeles para poder volver a Senegal y regresar a España legalmente- después de esperarle, tendrá que soportar que negocie con una joven para convertirla en su mujer. Con la vieja tuvo dos hijos, pero murieron. La voluntad de Alá también le permite tomar otra esposa y no compartir los sentimientos con esa madre frustrada y preterida. Para siempre amargada.

El Hadji entró en Europa por Francia, en avión. Aunque los franceses, (a pesar de hablar francés), no le gustan; ni siquiera le gustan sus equipos de fútbol. 
Me sorprendió que además de fútbol viera la televisión: me dijo que le gustaban las comedias del estilo de “aquí no han quien viva” y “esta casa es una ruina”, para demostrarme su entusiasmo me enumeró los personajes. (que yo no conozco bien, porque no las veo)

A pesar del integrismo y las contradicciones, nos despedimos efusivamente, dándonos la mano, muy agradecidos por habernos ofrecido esta conversación -y lo digo con toda sinceridad y ninguna ironía-.

Eso sí, comprendo que aunque encuentre negros, que sean senegaleses y musulmanes, y seguidores del Barcelona y vendedores ambulantes y comedores de yebuyé y sin papeles, y de agradable y generosa conversación: NO SON IGUALES.


PD. Algún día puede que narre la conversación que tuve con Omar. Con quien no hablé nada de religión, (aunque me permito deducir que también es musulmán) El momento álgido de aquélla sucedió cuando se le encendieron los ojos al contarme su sorpresa al ver por primera vez: la nieve.



25 de febrero de dos mil trece.



Diréis que acabo de caerme de un guindo, pero esta tarde soy considerablemente más humano. Ahora en la anchura de mi humanidad, me cabe querer –de verdad- haber abrazado fraternalmente a un negro en agradecimiento por haberme enseñado tanto de mi ignorancia y de mi encubierta inhumanidad. Tan solo una hora y cuarto que dura el viaje del autobús de Salamanca a Béjar y parece que me ha hecho encontrar un hombre nuevo -y más verdadero- dentro de mí.
 

Él aparentaba no ser nada más que un indolente negro que escuchaba música con sus cascos.

Era la primera vez que yo me sentaba al lado de un negro, ¡en mi vida!: qué paleto soy, ¡que paleto era! Un negro senegalés a quien quería preguntar por qué en los dos últimos meses se ven tantos negros en Béjar.

Uno siempre tiene miedo al rechazo y más aún al ridículo del rechazo. La verdad es que poco me importaba que me hubiera rechazado este negro, mucho más que el que lo hubieran visto otros blancos o blancas, algunos ya conocidos de vista, que iban con nosotros en el autobús. Pensé que quizá no supiera bien el español y ese fue del primer error que me sacó aquel ser humano, un prójimo acosado que poco después me dio a entender que agradecía que me hubiera sentado a su lado y que no buscara otro sitio cualquiera, haciendo retirar la mochila o el abrigo de cualquier viajero de mi raza,  ya bien acomodado.

 

Él tampoco  sabe por qué hay tantos negros en Béjar y me ha dicho que es la persona menos adecuada para preguntárselo, porque ellos le podrían decir ¿y por qué me lo preguntas tú,  sabiendo, como tienes que saber, lo incómodas que son este tipo de preguntas para los extranjeros que vienen a buscarse la vida?

¿Qué haces aquí?

¿Por qué no te vas a tu país?

¿Cómo te atreves a perturbar nuestra existencia con tu presencia?

 
Este negro senegalés de 25 años se llama Yimi, y vino en cayuco, no solo vino en cayuco con 130 compatriotas, sino que además no sabía nadar y tuvo que estar 10 días navegando en ese barco artesanal con un solo motor, poca agua y menos comida: los nervios y la ansiedad le quitaban a uno la sed, más sabiendo que había poca agua.

Dice que no durmió en todo ese tiempo porque las olas lo hubieran tirado, doscientas cuarenta horas de acosadoras olas que los calaban periódicamente. Algunos tenían que quitarse la camiseta pegada al cuerpo porque les rozaba y les irritaba la salmuera que se adhería al tejido. A su lado acechaba la muerte en forma de tiburones de verdad que se lanzaban vorazmente ante cualquier cosa que cayera del cayuco.

Al llegar a Tenerife la Guardia Civil los detectó, los subió a un barco guardacostas y les dio camisetas nuevas.

Entre aquellos 130 no había patrón ni marineros, los de la costa sabían más que los de tierra adentro, y ayudaban más: eso es todo. Todos juntaron  sus ahorros; aquel cayuco era una cooperativa cuyo destino era no volver nunca a Senegal.

Nadie mejor que Yimi podría explicar como en el mismísimo trópico de Cáncer el frío  puede atravesar de noche los cuerpos mojados lo mismo que el famoso cierzo zaragozano. Nadie mejor que Yimi a sus 25 años podría abominar de la inconsciencia que hace que un muchacho de 17 años, sin saber nadar, se embarque en esa aventura. Dejó su documentación en su patria, si hubiera traído sus papeles de Senegal le habrían deportado allí. Al no poder demostrar las autoridades españolas que eran de un país o de otro, no podían devolverlos a ninguno. Ahí está el truco.

Nadie me ha explicado el racismo como él, lo hacía con una media sonrisa -para mí casi inexpresiva- pero yo veía la hiel en el interior de sus ojos enrojecidos cuando me contó que una tarde estaba vendiendo en una acera y una mujer le tiró un cubo de agua y lo dejó empapado. Aunque  un compañero, -también mojado- quería ir a pegarla, él prefirió llamar a la policía, pero lo que pasó es que llegó un coche patrulla y le pusieron las esposas. Le tuvieron dos días en el calabozo. Allí le dijeron –le han dicho tantas veces- que si no tiene papeles no no tiene derechos, y él repite como una obviedad revolucionaria, que es un ser humano, aunque los policías le replicaran que no, que es un animal. Le han dicho tantas veces, con tanto desprecio tantas cosas, -cierra los ojos con amargura- que repite constantemente eso de que un ser humano. Creo que necesita repetírselo o, al menos, repetírmelo. Mirando a su injusticia,  tragando saliva, me acuerdo de aquella hermosa frase cristiana: “lo que hacéis al prójimo, a mí me lo hacéis”. 

Es estremecedor escucharle, uno no sabe donde agarrarse, detrás de qué argumento defenderse, de qué democracia hablamos, de qué humanidad, de qué mundo: la única verdad es que eran blancos como yo maltratando a negros como él.

Tiene pendiente una orden de expulsión –le he interpretado entre líneas- que se tramita desde Valencia, o Alicante, desde dos mil siete. Le exigen que vaya allá y él se niega, me cuenta que los valencianos son muy racistas y que en Salamanca y en Béjar nadie se ha metido con él en estos cuatro años, que está muy a gusto aquí, aunque sea pobre  y tenga ya 25 años y muchas ganas de trabajar para ganar dinero, aunque sienta que se le está escapando lo mejor de su vida sin llegar a conseguir aquello que creía que le esperaba en Europa.

 

¡Qué vida!, y hace sólo cinco horas yo hubiera despreciado sus puntos de vista con un “que se vaya a su país”.
Lo más cómodo es creerse sencillamente bueno y no buscar la complicación de la verdad. Porque si la buscamos sinceramente hallaremos ciénagas como ésta.

Yimi es inteligente, tiene sentido del humor, sabe francés, inglés y español. Aunque ha pasado muchas veces por Guijuelo no ha probado el jamón. No lo hará nunca por respeto a sus padres: es musulmán. Añade que abomina del integrismo yihadista; para él ser musulmán es respetar, no pegar, ni matar. Ser musulmán es ser bueno, y él lo es (o a mí me engañó)

Nos hemos dado la mano dos veces, me daba cierto remordimiento cinco minutos después ir a lavármela, pero es que tenía que comer.

No sé si yo soy tan solidario como me he creído cuando le estaba escuchando.

 

domingo, 24 de febrero de 2013

STEFAN ZWEIG


SETEFAN ZWEIG.

Puedo decir que con la lectura de este autor ya he llegado a tener contacto intenso con lo más extremo del abecedario. Hace tres años presté mi guitarra y compartí una noche de canciones y, los meses siguientes, correos electrónicos con un danés llamado Keld, residente en Aalborg, que está en el otro extremo, al comienzo de todas las enciclopedias.

Zweig llamó mi atención por ser mencionado en una magnífica serie de la 2ª guerra mundial que presenta sus documentales coloreados, llamada Apocalipsis. Este hombre fue un escritor judío muy austriaco, -creo que luchó en la 1ª Guerra Mundial-, que tuvo que salir por piernas de su patria y expatriado de su idioma y de su mundo, (un judío, gran escritor en alemán ¿para quién podía escribir?),  termina suicidando su contradicción en 1943 en Brasil.
El libro “Impaciencia del corazón” es un prodigio naturalista que nos descubre el alma humana de un militar, atribulado entre el honor, el deber, la humanidad, las ansias de trepar, y la conveniencia. Es una lectura muy fácil y se hace tan apasionante que uno ha tenido muchas veces la tentación de saltarse párrafos para ver qué es lo que pasa más adelante. Se trata de una gran historia, muy dramática, de la que me extraña mucho que no se hayan hecho películas, (no lo sé) pues tiene personajes que dan  mucho juego (a mí, según leía me parecía haberlo visto o estar imaginándolo).

Viendo las honduras de la mente humana donde se adentra, concluyo que no debe ser una coincidencia el que el gran descubridor del psicoanálisis, Sigmond Freud, sea también un judío austriaco (Freud termina exiliado en Londres)

Zweig nos pone frente a la verdad y a la compasión como una conflictiva apuesta de vida frente a la enfermedad: la protagonista femenina está intentando levantarse de la parálisis. Son tribulaciones, las del protagonista, que me llegaron hondo.
Quizá a mí me haya afectado tanto porque he perdido un amigo en una silla de ruedas. Frente a las desgracias absolutas sólo cabe la imaginación como paliativo. Uno nunca sabe cómo actuar, siempre se puede meter la pata, ya que no es posible meterse en la piel o en la mente del enfermo. No hay solución. Lo que sí tengo claro es que  me atrevo a recomendar Impaciencia del corazón a todos los médicos y a todos los pacientes que me lean.

jueves, 21 de febrero de 2013

"leo para olvidar"

Todas las tardes necesito leer, aparte de descansar, comer, disfrutar de la familia... Lo de la lectura es para reconciliarme y estabilizarme. No se me da escribir porque recuerdo los bodrios que me toca teclerar en la jornada.
Es como una puta que, al llegar a su casa, quisiera hacer el amor; muchas ganas ha de tener.

No, prefiero disfrutar de lo que hacen otros, los maestros, los óptimos. Sólo para equilibrar pésimos.
A ver si este fin de semana os escribiera algo.
Puedo, eso sí, tocar la guitarra, también como prueba de vida, http://www.youtube.com/watch?v=diP081kK4_Y  una canción cuya letra sirve para animar a un amigo.

domingo, 17 de febrero de 2013

Ayer casi me dio pena del ministro Wert

Pero se merecen no sólo ésto, sino un bofetón democrático en la primera ocasión que haya.
Ved este video; son cinco minutos http://www.huffingtonpost.es/2013/02/17/eva-hache-goya-hache_n_2707206.html?utm_hp_ref=spain

sábado, 16 de febrero de 2013

EL COSTUMBRISMO AÑEJO Y LA DIVULGACIÓN HISTÓRICA


Con toda justicia, por su interés y su gracia, tienen actualmente mucho éxito en la radio y también en las librerías.

A todos nos gusta descubrir nuestras raíces  más próximas: esa racionalidad o irracionalidad que arrastramos sin saber por qué, pero que al final terminamos asumiendo como identidad.

He tenido la suerte de pillar a un euro estos libros de Fernando Díaz-Plaja. Fueron editados en los años 60 y 70 y son un producto que mezcla muy bien erudición y humor, sociología e historia, literatura culta y popular todo con amenidad y oficio.

El último que he leído es El español y los siete pecados capitales, que está considerado un clásico de este género y fue escrito desde la distancia de Estados Unidos;  mi edición es de 1969. Seguramente el hecho de tocar los 7 (lujuria incluida) hizo que en el tardofranquismo se tomara por el público con interés: tan vedado estaba el tema por entonces.

El libro se lee muy bien y uno se ríe mucho. Y es que hemos cambiado relativamente poco. (Esta es una conclusión que me parece del viejo que estoy empezando a ser). Creo que todas las personas de 18 a 25 parece que descubren la pólvora y van a revolucionar el mundo, pero poco a poco nos vamos amoldando a la sociedad y al final, como sucede con nuestras caras, nos parecemos enormemente a nuestros padres. No estoy negando el progreso ni la evolución: tan sólo constato que al final terminamos pisando los pasos más hollados con nostalgia e identificación con nuestros ancestros “qué razón tenían en algunas cosas”.
En esto de los pecados no hemos cambiado casi nada. La gula antes era una necesidad, hoy   es un contratiempo estético y de salud, pero permanece, la gente habla, y no para, de las comilonas que se pega en los restaurantes, y de lo “especial” que es para elegir los ingredientes. La envidia permanece inalterada, aunque se enmascara más. La pereza ahí la tenemos. La ira física no es de buen gusto y no se admite la violencia como algo tan natural como en el año 69 tan sólo a 30 del final de la guerra violenta que entronizó un régimen asentado en aquella ira y la venganza, pero en las discusiones de tráfico se nos sigue viendo el pelo de la dehesa.
La soberbia es una de las tías de esta crisis económica española.

Pareciera que la lujuria que nos pinta Díaz- Plaja, Fernando (preciso, porque existe un hermano Guillermo) ha sido lo que más ha cambiado respecto del libro, pero tenorios burladores, computadores de conquistas, haylos. Cierto es que ahora ha aflorado la homosexualidad en porcentaje destacado en nuestra sociedad, y que la honra dista de ser lo que más aprecia una mujer o una familia. Como botón de muestra, tenemos una princesa de “segunda mano” en lo sexual, y hoy pocas solteras de más de 40 años no dejan de bromear con el sexo, haciéndonos notar que tienen experiencia y que –por supuesto- no se han estado chupando el dedo en sus años pasados. Pero aunque parece que todo se hubiera dado la vuelta como un calcetín sigue quedando, -a medida que me hago viejo lo siento más- el rescoldo tradicional. Concluyendo con la lujuria: aquí en España somos cada vez menos machotes y nunca lo fuimos tanto.

 

En mi familia, sobre todo por parte de mi hija, seguimos consumiendo a Nieves Concostrina que es la Fernanda Diaz-Plaja de ahora, a Pancracio Celdrán y los libros de este género que caigan en mi mano a un euro, que son como un menú-degustación de lo más entretenido de la historia.

 

miércoles, 13 de febrero de 2013

La forja de un melómano. El flamenco y su dios verdadero.





El flamenco tenía que llegar, siendo yo guitarrista, porque en España mi instrumento popularmente siempre se asocia al flamenco. Pero tardé en entrar. El problema del flamenco es que hay que vivirlo antes de aprenderlo y aunque los españoles tengamos un oído propicio, (porque siempre ha aparecido por la tele o por la radio, en las saetas, en el prototipo de alegría y palmas, en Falla y Albéniz, en la copla, en Manolo Escobar, incluso ahora con Alejandro Sanz y otros) hay que mamarlo, para mamar hay arrimarse a la teta, no sirve hacerlo por papeles.

Lo fácil para iniciarse en la guitarra, (dentro de lo difícil que es) es aprender por la guitarra clásica, porque hay una escuela, unos métodos, unos estudios -que son piezas para ejercitarse-,  conservatorios: todo muy bien visto y a principios de los años 80, muy contrastado. Por el contrario, el flamenco resulta, aún hoy, muy marginal; no es la opción natural para aprender, salvo –como he dicho antes- quien se cría con ello.

Yo me inicié en la guitarra con 10 ó 12 clases que me dio un aficionado se llamaba Ángel Jiménez Berrón, que estudiaba entonces guitarra clásica y tenía cintas de Andrés Segovia; recuerdo que nos puso alguna en clase. Al verle tocar yo dije: esta es mi música, este mi maestro; esto es lo bueno: Paco de Lucía y esas cosas tienen chimpún y palmas y rasguean mucho, golpean la guitarra, nosotros tocamos más fino y detrás nuestro están Bach y Beethoven y Chopin, Tárrega, Rodrigo... Detrás de ellos ¿quien tienen?

Un adolescente busca una identidad sólida, pertenecer a un grupo, tener opiniones cuanto más firmes, categóricas y radicales, mejor. Yo también; fui un integrista de lo clásico. Me acuso.

No obstante también había fuerzas aperturistas en mí. Y en el rastro aparecían cintas baratas de Serranito, de Manolo Sanlúcar, que empecé a comprar. Manolo toca más clásico que Paco, que toca más gitano (aunque no es gitano), y ya por entonces más jazz, siempre con más apertura, más fusión, acordes oscuros, percusiones, gritos, jaleos..., cosas extrañas a la música clásica. Hoy parece que el cajón como instrumento flamenco estaba ahí siempre, pero él lo descubrió en Perú en los años 80. Por eso, “entre dos aguas” -que es del 73- está acompañada por un bongó.

Además Paco de Lucía era el omnipresente, como Karajan, como El Real Madrid; a mí me gustan los contrapoderes, no sé si lo he escrito alguna vez pero yo era, antes de ser insumiso al fútbol, del Atlético de Madrid, todo un contrapoder.

Manolo Sanlúcar podría ser para mí el Atlético de Madrid, además Paco de Lucía es seguidor del Real Madrid, (algún defecto había de tener).

El caso es que fui abriéndome al flamenco con las cintas baratas de Manolo Sanlúcar, Paco tenía mejores discográficas, -estaba en la casa Philips-, que no le vendían en series económicas y no era posible encontrarle por doscientas pesetas como a Manolo.

Hace pocos años imprimí una partitura rusa en cirílico que resultó ser de Manolo Sanlúcar, la intenté y creo que podría con ella, porque es mucho más asequible para un guitarrista malo como yo que las virguerías de Paco.

Es una lástima que este gran compositor y guitarrista de Sanlúcar sea el perpetuo segundón. Seguro que el día que se muera dirán eso de siempre estuvo a la sombra.... Manolo tiene su estilo propio, nunca ha imitado a Paco, aunque le reconozca, pero él ya había escogido su camino..., lo más triste tiene que ser que  ningún guitarrista flamenco toca como Sanlúcar. Incluso Vicente Amigo, que estuvo muy agradecido en el grupo de M. S. haciéndole segundas guitarras y aprendiendo el oficio, es el “primun inter pares” de los 100.000 hijos de Paco.

¡Pobre Manolo Sanlúcar! si ha tenido hijos habrá debido decirles: prefiero que toques el clarinete, o el violoncello, porque si no voy a tener otro discípulo de Paco de Lucía en casa.

 

Porque Paco de Lucía es el dios verdadero. Cuando la casa Smash sacó unas cintas a 300  pesetas que ya pude comprarme -fue en un expositor vertical de la estación de autobuses de Ávila, lo recuerdo bien-, yo también lo supe. No sé si ya había conocido a Santiago Gutiérrez, que también, al tirarme del caballo, me habló de Paco,  pero oír a de Lucía con un poco de continuidad fue definitivo, hay pocos músicos que lleguen a ser tan puros, tan intensos, que transmitan tan claramente la esencia de un arte salvaje: es la mezcla ideal de técnica y corazón. Un superdotado: dedos fuertes y largos, reflejos felinos, con un arte milenario a sus espaldas y por su sangre, y su originalidad humilde para aprender, para mezclar y diciendo siempre que lo que él querría haber sido es cantaor, pero que le daba vergüenza.

Paco de Lucía es el milagro que necesitaba el flamenco, como Astor Piazzola fue el milagro que necesitó el tango. Seguro que los dos genios se conocieron y se admiraron tocando en festivales de música alternativa, adonde les llevaban buscando el pan para los suyos y el reconocimiento para sus músicas de segunda, músicas de género.

 

 

Todos en España  sabemos que el mejor guitarrista del mundo es Paco de Lucía.







sábado, 9 de febrero de 2013

Josep Plá Barcelona, una discusión entrañable.


A ese hombre de la gancha que fue mi abuelo Baldomero Garcinuño Zazo, aunque votó al  Frente Popular, le tocó hacer la guerra con los nacionales y la terminó en Barcelona. Se enamoró de la ciudad de tal manera que dijo que si algún día se perdía, que le buscaran allí.

Nosotros viajamos a Barcelona en el verano de 2008 y también nos enamoramos. Es el viaje más importante que hemos hecho. En ningún sitio hemos veraneado ocho días seguidos y de ninguna parte nos hemos vuelto con la sensación de que nos quedaban tantas cosas por ver. Siento no poder enseñaros fotos porque ahora los señores de blogger me lo ponen muy difícil, pero creed que mí cámara y la de mi hija se enamoraron de Barcelona hasta el punto de agotar sus tarjetas de memoria.

(Recordando en el anterior costoso sistema de carretes, pensé y proclamé que seguramente la cámara digital la inventó algún japonés, viendo que no hacía más que comprar y quemar carretes en una ciudad tan agradecida para la vista.)

Hace una semana compré el libro de Josep Plá Barcelona, una discusión entrañable y ya veis que no he tardado en leérmelo. Plá se revela como un urbanista muy crítico, por ejemplo, del Eixample, del ensanche cuadriculado que surgió a finales del XIX que a mí y a mi cámara nos encantó, porque lo que para Plá eran novedades superfluas que pretenciosamente querían ser París sin lograrlo, para nosotros aquellos balcones, hierros y decoraciones eran bellezas consolidadas por el tiempo y nos resultaron tan venerables que si terminábamos por bajar la vista era sólo por dolor de cuello.

Josep Plá escribe muy claro y bastante gracioso y con su insobornable personalidad nos regala este extraño elogio barcelonés, cuya copia dedico a unos conocidos y declarados  seguidores (empedernidos fumadores) llamados Tomás, Pablo y Javier, que si lo estuvieran dejando les rogaría en nombre de la Razón verdadera que no leyeran lo que a continuación sigue: el régimen metereológico dominante en Barcelona, como en todo el levante peninsular, hasta el cabo de Tossa, sometido al clima africano con vientos del sur, jaloques y ábregos, que transportan un elevado grado de humedad, hace que en Barcelona el tabaco sea magnífico, que el lugar sea adecuadísimo para fumar. Todo lo contrario de Madrid donde la altura de la ciudad y la sequedad del aire cristalino crean un tabaco seco, deshojado, desprovisto de sabores.

No estoy especialmente enamorado del clima de Barcelona. El grado de humedad que hay en la ciudad durante casi las dos terceras partes del años no ha sido nunca mi ideal; es un clima que favorece la jaqueca, el dolor de cabeza, el reumatismo, el entumecimiento del cuerpo, las formas más elementales de la sensualidad. Pero estos vientos y esta humedad que al anochecer moja las aceras y empaña la luz de las farolas, mantienen el tabaco en un admirable estado de conservación, de perfume y sabor. La hoja no se apergamina, ni se agrieta, ni adquiere una rigidez palpitante. Se mantiene densa, carnosa, hinchada, suave, y su perfume exhala ese punto de materia en descomposición que en el paladar y en la pituitaria del fumador no tienen rival. Por aquel entonces los cafés burgueses de Barcelona desprendían un magnífico olor a puro de La Habana. (...)

 

El perfume del tabaco de hoja en Barcelona llega a tener una intensidad tan grande que logra teñir el espacio de los espectáculos al aire libre, como por ejemplo las tribunas de los campos de fútbol en los partidos del domingo por la tarde. A menudo lo mejor de esos partidos es el humo del puro de la Habana que en ellos se respira –esa neblina azul, suave y aterciopelada (...)

 

Volviendo a mí, que soy el tema de todo el blog: no sé si en la vida que me queda me dará tiempo a ver Roma, París, Londres o Nueva York (a Viena la tengo muy trillada; nunca me pierdo el documental que ponen en el intermedio del concierto de año nuevo y es tan preciosérrimo que creo que, vista al natural, Viena me decepcionaría)   enamoradizo como soy, sospecho que lo haré también si tengo tiempo de verlas. Pero, de momento, sigo proclamando mi amor por Barcelona.

 

PD: en el año 93 estuvimos en Lisboa y también me enamoré de sus hermosuras. No cabe duda de que ir -ya con mi hija y gozando suplementariamente los reflejos en sus ojos- a Barcelona fue un hecho diferencial para que arraigara este amor más profundo.

jueves, 7 de febrero de 2013

Noticias de España


Hace más de 30 años, cuando iba a ir a la universidad a estudiar, me decía un amigo comunista: “ten cuidado, que el derecho es de derechas”. En España siempre ha habido una frase de impotencia resignada, que salta como conclusión de muchas conversaciones  “si es que quien hizo la ley, hizo la trampa”.

Yo creo que el derecho es necesario; no soy tan negativo como para identificar ley y trampa: además, desde que estudié la guerra civil odio lo que hicieron los anarquistas, y Azaña ya sabéis que me ilumina en este sentimiento.

Parafraseando a Churchill diría que el derecho, esa “justicia” institucionalizada para la que trabajo, es, en su conjunto, “la menos mala  de las venganzas”.

 

No suelo escribir de la actualidad española. No me interesa coleccionar los datos inminentes: me ponen de mal humor, me harían perder mucho tiempo. Nunca he estado “a la que salta”. Pero me sucede ahora que los conductores de autobús, que me llevan y me traen de Salamanca, me hacen oír la radio que ellos escuchan. Se me cuelan las noticias, aunque procuro pensar en otras cosas, me están llegando, ocupan mi pensamiento.

 

Me creo la gran corrupción que ha destapado el caso Bárcenas, me creo la corrupción del “caso Gurtel”y otras menores, y también otras anteriores; me parece increíblemente estúpido lo que ha hecho Urdangarín, pero he conocido demasiada gente que se ha jodido la vida por aparentar más de lo que podía.

 

Estomaga el cinismo con el que se defienden; el mentado Bárcenas justifica su cuenta de 22 millones en Suiza diciendo que se le daban muy bien los negocios en bolsa.

El hermano de un amigo mío, un tipo de los más inteligentes de mi pueblo, se dedicaba a la bolsa, hacía estudios sobre los valores y aconsejaba invertir o vender y según creo que me dijo mi amigo conseguía de media, (algunas veces se perdía, pero se ganaba más veces),  un 10 ó un 12% de ganancia para la gente que confiaba en él. No recuerdo cuando tuve esta conversación, pero sí que fue en la época de la burbuja inmobiliaria. cuando el índice de la bolsa andaba por 12.000, (ahora creo que está en 8.000)

Para que la ganancia sea   6 millones, si es un 10%, se estarían invirtiendo 60 millones. ¿De donde sacaba Bárcenas esos 60 millones que le dieran esos 6 de ganancia? Pero también es posible hacer trampas y multiplicar el dinero, pero eso se hace con algo de lo que los “que hacen leyes y trampas” tienen: información privilegiada, contactos.

Seguramente todo lo que han perdido los inversores en acciones preferentes se lo han embolsado  otros, en comisiones, indemnizaciones por despido, ganancias espectaculares como de la que presume Bárcenas.

Pero yo no tengo por qué creer la afirmación de Bárcenas cuando dice que ese dinero lo ganó hace 6 años, -justo para que no le pille el delito fiscal-, pues no lo declaró. Una de las trampas favoritas del derecho de derechas es la prescripción. La baraja con la que juegan tiene muchos comodines.

 

Sobre este caso de los sobres, lo que pienso es que el Partido Popular siempre ha recibido muchas ayudas de las grandes empresas y, como debe existir un límite, lo que les sobraba lo repartían en sobres. Y nuestro presidente del gobierno recogía esos sobres de sobras sin mala conciencia, seguramente a título de “lucro cesante” de lo que dejaba de ganar por no estar ejerciendo como registrador de la propiedad (donde acaba de declarar que ganaba mucho más que como político).

La ministra de sanidad Ana Mato declara sin vergüenza que era a su exmarido a quien corrompían con regalos, viajes, bolsos, fiestas para los niños, todo de alta gama, y... un coche Jaguar. Ni siquiera le llegaba al olfato el olor corrompido, con fino que lo tienen las mujeres. Ella estaba ignorante, y la justicia la ha exculpado, he escuchado esta tarde a Gallardón...

¿Son tontos los que nos gobiernan o nos toman por tontos?

 

Lo peor de todo esto es la conclusión: los procesos judiciales se dilatarán, se solaparán con otros, se confundirán, y, al final, por una puerta falsa, “la del derecho de derechas” estos corruptos escaparán al castigo, y volveremos a apostillar desde el pueblo llano, que quien hizo la ley, hizo la trampa.

 

Por eso, porque me sé el final, no quiero hacerme mala sangre y procuro ignorar esas noticias.

Perdonadme, pero  hoy desearía una revolución que trajera justicia de verdad. 

 
 

miércoles, 6 de febrero de 2013

La forja de un melómano (2)











No sólo de Beethoven vivía mi melomanía. En aquellos expositores horizontales podía encontrar al mismo precio cintas con grandes obras de la casa Gramusic  y de la casa Trama, distribuida por Marfer, que publicaba en barato grabaciones del sello Vox.

El las cintas Trama descubrí la versión para mí definitivamente mejor de las sonatas para piano de Beethoven, donde un joven Alfred Brendel  donde tocaba la Patética y la Claro de Luna, además d e la nº 12.  Para fueron impresionantes hasta el punto de que de primeras partituras para guitarra que me compré fueron transcripciones del adagio de la Claro de Luna y de la Sonata Patética. Con la primera  sí que pude llegar hasta el final aunque no la dominé,  la segunda era demasiado exigente para mis dedos y no perseveré lo suficiente. El pianista Alfred Brendel sí salía por la radio como un músico bueno, grababa en el sello amarillo y sin duda para nadie, debe estar entre los 50 mejores pianistas del siglo XX.

Ya es más difícil incluir ahí sin discusión a Vlado Perlemuter, de quien conseguí versiones de Chopin: Balada, Berceuse, Scherzo... sin embargo este pianista me hizo gozar mucho más tocando una de las músicas más imprescindibles para un melómano: el quinteto “la trucha” de Schubert. Mi versión definitiva de primer amor fue y será la de el Cuarteto Pascal compuesto por Jacques Dumont, León Pascal a la Viola, Violoncello Robert Salles y  al contrabajo Hans Fryba con Vlado Perlemuter. El Cuarteto Pascal tenía como segundo violín a Maurice Curt, que completaba la cinta tocando una obra póstuma del músico más genial que murió más joven (31 años) un movimiento suelto para cuarteto de cuerda en do menor.

No creo que sea citada por la mayoría de la gente entre los 100 mejores pianistas del siglo (hay tantos) la brasileña Guiomar Novaes, pero para mí su colección completa de valses de Chopin fue la mejor versión para amar a este músico, (también me compré transcripciones para guitarra de algún vals de Chopin, pero tampoco pude con ellas) y a sus valses, creo que por encima de los que se tocan a primeros de año. Que tienen exceso de azúcar para mi diabetes. Me gusta mucho el programa aunque mi parte preferida sea el intermedio, ¡qué orgullosa y qué hermosa es Austria!







lunes, 4 de febrero de 2013

ARDOR GUERRERO, LA AMISTAD, LA VIDA, LA MELANCOLÍA



Casi todos los borrachos son pesados, a mí todavía me dura. El arado sembrador que ha pasado por mi alma me mostró una “mili” que no hice. La camaradería, la vuelta a la infancia que suponía aquella penosa situación que se veían obligados a pasar los españoles hace unas décadas, era un rescate: el último y definitivo antes de la madurez (la penosa madurez en la que terminamos cayendo todos hasta la muerte). No en vano se decía que “de la mili volvías hecho un hombre”.

Aquellas amistades infantiles de ayer,  hoy provocan mi melancolía.

Los amigos son aquellos con quienes uno mejor se aburre; para divertirse vale cualquiera. Todos nos hemos aburrido con nuestros mejores amigos, pegando patadas a un bote, yendo a buscar a nosequién… En aquel aburrimiento forzoso de dejar correr un año hasta que al recluta le licencian, se crean -o se recrean- las amistades de la niñez. La mili era un caldo de cultivo para esa “verdadera” amistad, que fue verdadera mientras vivió,  así que tan nefasta no era.

La vida no es verdadera, es sueño, no permanece, es una excursión, o una incursión en la niñez, en el placer ¿qué es viajar sino querer deslumbrarse como niños viendo cosas nuevas? La amistad también es viva: nace, crece, se reproduce, madura, tiene alzeimer y muere; yo he tenido muchos, tengo algunos amigos; quiero creer que  siempre he sido rico en amistad y siempre la he valorado, aunque sea una pérdida de tiempo porque ¿qué otra cosa es la vida?

Hoy, conmovido por el arte narrativo de Antonio Muñoz Molina, recobré experiencias de amistad, de las mías. Compartí en su libro, con el autor, ese “universal”, ese modelo platónico que impregna el mundo. En mi lectura y en su escritura hubo momentos de comunión; es la magia de la literatura: algo que AMM sembró hace años como escritor, se entrelazó con mi recreación lectora de ayer y coincidimos en la caverna disfrutando de la amistad.  Debería haber escrito esta palabra  con todas las mayúsculas, negritas, subrayados, tamaños extragrandes... Ahí, en la caverna platónica de los ideales, encontré la esencia de todas mis amistades presentes, perdidas y gastadas. Me llevó la magia de la literatura.

La vida se detuvo: eso es arte.

El arte no es otra cosa que detener el paso de la vida, retar a la muerte con unos segundos de suspensión, como el gozo en un segundo de música de cámara o en una película en blanco y negro, o en un beso, o en una puesta de sol  o en el parto de mi hija, que es la mejor obra artística de mi historia y que tuve la suerte –siempre presumo de ello- de no perderme.

El arte es lo que da valor a la vida. Muchas veces, cuando consigo detenerla, me pregunto pesaroso: ¿será posible que algún día yo muera y esto que hoy me agració, como que no hubiera existido nunca?

Como pasó la mili de Muñoz Molina, como pasó -está pasando- mi euforia por su lectura, pasa la vida.

Sé que no es fácil, estoy atontado y pretencioso, pero me gustaría, no ya autónomamente, sino tan solo como un reflejo platónico del modelo del libro  “Ardor guerrero” haber detenido hoy la vida de alguno de vosotros.

sábado, 2 de febrero de 2013

ARDOR GUERRERO 2 -AGRADECIMIENTO-


 

Acabo de terminar este libro y no quería haberlo hecho porque no sé por cuál empezar ahora, con qué historia, escritura, ritmo, autoexploración puedo regalar mi alma penetrada por este artista. Diréis que soy un pesado, un recalcitrante enamoradizo, pero Ardor Guerrero me parece el mejor libro que he leído. Sé que esto es mentira o, mejor dicho, es verdad. es la verdad que siento ahora embriagado de compartir los sentimientos y la expresión de Antonio Muñoz Molina. Sé que pasará, que recobraré la perspectiva, esto me ha ocurrido muchas veces, pero hoy quiero recrearme en esa sensación y volver abrir el libro al azar y caminar junto a él. Es mi grito de borracho enfurecido, agarrado a una farola, desafiando a los demás, que serenos pasan, desafiando a mi propia estima.

Estoy cayendo, lo sé. Mi prestigio ante vosotros mis seguidores, y ante los ocasionales visitantes, esta herido de desmesura. Pero soy feliz dándome el gustazo de proclamar mi agradecimiento.

AMM y yo tenemos alguna cosa en común y es mi nombre: Juan de la Cruz. Que murió en su pueblo, que es el nombre del instituto donde hizo el bachillerato y soñó con ser escritor. Yo hoy entiendo mejor en cántico espiritual “amado, donde te escondiste”.

Y lo siento por AMM.

Estoy agradecido a mi suerte, que un día hizo que le reconociera cuando venía solo, de frente, calle abajo en Santander, estoy agradecido a mi mujer que me convenció, (yo no quería molestarle) -creo que fue ella misma la que le paró-, de que le abordáramos, estoy agradecido a su gentileza, que nos atendió y originó el sentimiento de deuda por no haber sabido demostrarle, en tan alta ocasión, que le apreciábamos y que le habíamos leído mucho en “El País”, pero menos de lo que debiéramos en los libros. Por ese desequilibrio, esa deuda que contrajimos, los dos le leemos aunque en libros reciclados. Quizá debiéramos leerle y mantenerle, comprando devotamente  sus libros nuevos. Lo merece.

 

P.D. Escribiendo del reciclaje: no comprendo como alguien pudo desprenderse de Ardor Guerrero, porque el libro que compré ha sido manoseado por quizá varias personas, es posible que alguien lo releyera varias veces, (cosa que, a pesar de mi actual embriaguez, no tengo pensado hacer, -una prueba de que se me está pasando la “mona”-) o quien lo hizo no tenía sensibilidad o le estomagaba el tema de la mili. Es mejor pensar, (estoy todavía lleno –ahíto- de platonismo agradecido ) que alguien se lo dio a Comendador por dos filantropías, para que sacara dinero para su ONG y para que lo leyeran otros: le estoy muy agradecido por la segunda.

Hoy Ardor Guerrero ocupa un lugar muy importante en mi corazón pero, mientras tenga sitio en casa, ocupará un lugar en mi estantería, porque quiero que lo lean mis mujeres, y quiero dejárselo a mis amigos, y quiero mientras miro y reconozco mi acervo, mi patrimonio cultural, encontrarle ahí.