La fe en los apócrifos.
¿Y por qué no? Yo tengo algunos visitantes colombianos. Podría ser verdadero esto que me mandó Evelinda Jaramillo. Un hurto, un aprovechamiento indebido de un borrador que a lo mejor nunca llega a nada, aunque siempre es muy probable que la familia decida ir publicando los retales que, además se venden mucho mejor después de muertos, para ir haciendo caja. Quizá esta publicación espúrea que hago yo -si se llega a conocer- evite que publiquen el suyo, el auténtico, el corregido y terminado por él.
Pero de un hombre tan cuidadoso con todo lo que escribe, me imagino la solución final que quiso y no pudo Kafka: destruir su obra. Creo recordar que sale en el libro de Ian Gibson sobre Lorca, que alguien (para nuestra desgracia) cumple el encargo de destruir todos los papeles que Lorca tenía en un piso de Madrid.
Me imagino que García Márquez formateará su ordenador impidiendo el comercio de hijos disminuidos, masturbaciones y bastardos que pueda contener la memoria cibernética de sus archivos.
Esto ya es un sueño: yo estoy tan agradecido que me escriban comentarios, que sueño lucubro y fantaseo con esas generosidades. ¿y si fuera él? El propio Gabriel García Márquez, que es amigo de Silvio, que pudo leerme entonces e interesarse. ¿Por qué no podría ser él Evelinda Jaramillo?
EL PUNTO FINAL
Una tarde, el más famoso escritor del mundo decidió que ya estaba harto de que trataran de excitarle para que abriera la boca, recibiera un premio, escribiera unas líneas sobre un libro. Le espantaba la cortesía de rebatir a antiguos amigos que intentaban allegarse de amigables componedores para conseguir que el santo literato exudara reliquias.
“Sólo me queda morirme.”
No se trataba de un paso hacia el abismo, sino de un arabesco. Pensó que setenta y ocho años eran una buena edad para morirse, y por qué él no podía permitirse poner punto cabal a su biografía, del mismo modo que había rematado por su cuenta sus obras, -esas decenas de historias que eran un personaje más importante que él mismo- Quien pudo lo más, debe poder hacer lo menos.
Durante media hora meditó sobre si su historia estaba perfectamente redondeada, o si aún debía hacerse un sitio más amplio para colgar su hamaca en el Olimpo. Concluyó que no era razonable estirar la arcilla. Además, con cabeza de agente literario: es un buen momento para lanzarlo a la imprenta; en los próximos días no parece que ningún acontecimiento pudiera eclipsar la traca de homenajes que me van a corresponder.
Esa noche volvió a fantasear con la almohada de una manera que tenía olvidada desde que era escritor aspirante, y se sintió flotado por un benéfico vértigo de juventud.
A la mañana siguiente la idea le había resistido agarrada a su cabeza. Aún siguió decantando matices mientras esperaba a que su mujer se despertara. Mercedes era la opinión que siempre había estimado y la única persona que le había conocido en su más mínima desnudez. Allí, en la horizontalidad del lecho matrimonial comenzó a contarlo. El argumentar en voz alta asentaba sus razones. Las palabras pronunciadas se quedaban talladas en el aire como evidencias y su eco en el techo las devolvía como resultandos. Al acabar su exposición estaba casi tercamente convencido de que era lo único que se podía hacer con la historia de García Márquez.
“Será un lujo soberbio, mirar el cortejo desde el balcón” “Puedo llegar a situarme en el punto de vista de mesías resucitado”. “Además, será estupendo escuchar a los voceros haciendo el paripé del respeto al ataúd, a la vez que atornillan peros biliosos a mi extinta biografía”.
“En el más desastroso de los casos, si se descubriera con el tiempo la farsa de García Márquez..., ya nadie creerá nunca en mi muerte real”. Conseguiré la inmortalidad. Es una vuelta de tuerca a la realidad mágica. Mi aliento se quedará flotando medio siglo más. Escojo ser fantasma, pasar al limbo de Elvis, Lady Di, Ben Laden...
“Además, si te murieras tú antes, Mercedes, yo daría demasiada pena. Sería una agonía que el mundo no me desea. Se me ha visto siempre tan enamorado... Puedo asegurarte que me parecería una traición escribir de algo tan triste como la viudez en que me dejaras. Yo no quiero componer tu obituario.”
“Por otra parte, a ti te corresponde el ser la viuda desconsolada por la gran pérdida cuya tristeza podrá entender el orbe. Será una manera de alumbrarte un poco. El mundo literario te lo debe”.
Hacía tiempo que ella no le oía ese revoloteo de paloma encerrada en habitación. Era una pena no abrirle la ventana. Como pareja, los dos se habían encomendado siempre a la intuición de Gabriel. Les había ido bien. Ella abrió de par en par:
“Te das cuenta, si te descubrieran resucitado, como sería un acto televisivo, sería irreal, nadie lo creería, habría millones de apóstoles Tomás”.
- Pero Cristo no hizo nada de mérito desde entonces.
- La verdad es que tampoco a nadie se le ha ocurrido nunca como acabar esa historia.
- Y tiene un éxito más que contrastado.
Mercedes llamó a sus hijos para una reunión insoslayable: no nos han diagnosticado un cáncer, pero tenemos que decir algo que no se puede tratar por teléfono.
El domingo siguiente el patriarca tomó la palabra. Se sintió mal teniendo que hacer un primer exordio defensivo para cimentar que no era ninguna chochera lo que iba a exponer.
Entendieron las razones. Para ellos siempre ha sido dificil ser hijos de Gabriel García Márquez, y comprendieron que su padre tendría más razones para estar escocido del propio corsé.
Alguno bromeó: “también es un aliciente saber como se vive siendo huérfano de García Márquez”.
Sobre la mesa de aquel salón se diseñó el teatro de operaciones. Había que ejecutarlo bien, primero llamar al abogado de la familia. En aquel momento Gabriel se le vino a la imaginación El Padrino, testigos falsos, contratos de silencio, encontrar algún maestro escultor de cera que hiciera su apócrifo. Habrá que hablar con el presidente de la Republica; debiera conocerlo.
Porque me harán funerales de estado. Imagínense una tregua de respeto entre las FARC y los paramilitares.
También puedo elegir mi enfermedad fatal, incluso puedo elegir la más conveniente para la conciencia sanitaria. Habrá que consultarlo con el ministro de sanidad.
¡Qué omnipotencia poder supervisar la imagen de mi cadáver!. Ahora me veo faraón.
Está empezando a crecerle, el relato tomaba cuerpo de novela.
“Esta tarde me siento muy pagado de esta familia siciliana que hemos hecho, Mercedes.”
Creo que lo más placentero será tenderme en la hamaca escuchando los epitafios de los amigos y de los enemigos. Vargas Llosa ya no me podrá empatar el Nobel en vida. ¿Por qué no darle ese disgusto?
Considero que no me apetece brindar al mundo otra agonía papal. Mejor una muerte repentina, dejar la idea de que estuve gozando hasta el penúltimo día. Si quiero escribir, mi ordenador podrá volcar en la impresora obra póstuma. Y si fuera decrépita los culpables serían los herederos espoleados por los editores ansiosos de hacer caja con los despojos literarios del genio.
Me voy a reír mucho. Los ditirambos finales me darán un subidón de ánimo. Debería tener un cardiólogo cerca esos días. Puede que me muera de éxito.
Papá tú eres el único en el mundo que puede permitirse protagonizar ese sentimiento.
Su mujer y sus hijos contemplaban la última obra del genio.
Démonos prisa, no vaya a sorprenderme la verdad.
P.D. Evelinda, manifiéstate.