miércoles, 29 de mayo de 2013

También tengo pensado leer todo Pío Baroja (lo que no es tarea pequeña)



Lo cual implica que compraré todos los libros que caigan en mi mano por un euro, con la consiguiente obligación de leerlos si la vida me da tiempo; tengo demasiados compromisos de lectura.

Al principio de este blog ya leí la trilogía de “La lucha por la vida” creo que el que más me gustó fue el primero “la Busca”. A consecuencia de ello  puse a Baroja en un pedestal y decidí que un día fuéramos al cementerio civil de Madrid donde está enterrado, pero su tumba es tan discreta y está tan escondida, que nadie que no sepa puede encontrarla, sin recorrerlo de cabo a rabo. Allí vimos a muchos republicanos, La Pasionaria, que está al principio, con su enorme lápida blanca, Largo Caballero, Besteiro, Fernando de los Ríos, Institución libre de enseñanza, Residencia de estudiantes, presidentes de la Primera República etc. Baroja tiene una tumba en común de los mortales, que no fuimos capaces de hallar.

 

Acabo de leer “Las veleidades de la fortuna” acabado en 1926, que es el último libro que cayó en mis manos. No es una buena novela: carece de acción. Resulta una continua divagación sobre el modo de ser de los europeos, los españoles, la recién acabada primera guerra mundial, la literatura, la filosofía, la naciente psicología de Freud....  la inacción se sitúa en una Europa burguesa, entre Suiza, Alemania y París, donde una mujer española que viaja “a la buena vida” ha tenido problemas con su marido, un hombre falso, que le ha sido infiel y para ello acude Larrañaga, un primo, a mediar en el asunto. Llevan una vida de hoteles y cafés donde hacen amistades singularmente con un alemán Stolz.

El libro me ha sorprendido por su antisemitismo. Uno, gracias a decenas películas como la Lista de Sindler, Holocausto, La vida es bella, etc, tiene desarrollados anticuerpos contra el antisemitismo y me resultan pastosos, hirientes, corrosivos, los comentarios que aunque sea en boca de personajes, salen hacia los judíos, los intelectuales judíos, hasta el olor de los judíos, que quedan flotando en el ambiente  por no haber sido suficientemente rebatidos. Para mí este libro deja sentado (lo comparta o no el autor en su fuero íntimo) el “lugar común” que en la mentalidad colectiva de la época era considerar  a los judíos, falsos, apestosos, traidores, manipuladores... Y es un reflejo del antisemita ambiente de entreguerras que ha impregnado a la  sociedad, que fue, sin duda, el caldo de cultivo del nazismo genocida que triunfará poco después con Hitler en 1933 y que se expandirá con sistemática saña por toda Europa bajo el liderazgo militar,  económico y social, de la arrolladora Alemania.

 

Claro, que todo el libro es pesimista y no deja a “títere con cabeza”: ni a franceses, ni a alemanes, ni a españoles, ni a suizos. Lo único a lo que es fiel es al desengaño: aquí os copio un certero análisis de la condición humana.

El hombre generoso, de buenas intenciones, es verdaderamente raro. Yo conozco alguno y, naturalmente, lo estimo mucho por su rareza. La mayoría es gente envidiosa, atravesada, embustera. Un amigo mío, de Bilbao, que no veía más que gentes de mala intención, me dijo una vez: He encontrado el mirlo blanco: es un médico de pueblo que hablando de un compañero de Bilbao, me ha dicho que es un gran médico, hombre de ciencia profunda, que cada día aumenta. Me ha chocado su buena opinión y su buen deseo. Luego he sabido que el médico de pueblo está enfermo y ha ido a consultar con el médico sabio.

 

-Yo no sé si es verdad o no tu mala opinión de la gente y del prójimo, pero es cosa que no me hace gracia –dijo Pepita-.

 

-¿Qué quieres? Yo no soy optimista. Intento ver las cosas como son. Hay una época en la vida en que el prójimo nos molesta porque es nuestro rival; luego, ya cuando perdemos esta idea de la rivalidad, más que nada porque no aspiramos a nada, comprendemos que el prójimo, como uno mismo, no  es un ejemplar raro, sino un ejemplar vulgar y corriente de una edición de millones.

domingo, 26 de mayo de 2013

COMPRÉNDALO: ASÍ EL CIELO ES MÁS CELESTE Y EL INFIERNO MÁS INFERNAL

El blog ambigo, La g del Grillo publicó este articulo:  http://lagdelgrillo.blogspot.com.es/2013/05/manana-de-un-sabado-de-mayo.html 
y me inspiró este cuento:




COMPRÉNDALO: ASÍ EL CIELO ES MÁS CELESTE Y EL INFIERNO MÁS INFERNAL.
Aniano nunca tuvo temor a la inminencia del infierno. Conocía que la estadística otorgaba a los varones de su país una esperanza de vida de 70 años, de manera que iba aplazando la observancia del decálogo de Moisés. Calculaba que a partir de los sesenta no tendría corazón para incurrir dignamente en ilícitos del sexto mandamiento, ni tampoco para soportar las taquicardias que le atacaban al perpetrar  una estafa, o negar indebidamente un derecho. Para esa edad ya tendría una vida bien corrida y un arreglado patrimonio así que sería, según él, el momento procesal oportuno de ponerse a bien con Dios y arreglar lo de su vida eterna.

Pero los hombres proponen y Dios dispone, y dispuso esta vez que el corazón de Aniano estaba abusado, y el altísimo iba (respetando la estadística) a robarle doce años de vida para dárselos a uno de tantos prudentes para que llegara a los ochenta y dos. La disposición vino a sorprender a Aniano en un prostíbulo mientras holgaba a sus cincuenta y ocho con una fogosa mulata de veintidós. Llegando al cénit del placer, el hombre se encontró con un frenazo de ventrículo izquierdo que le precipitó al famoso túnel de la vida, dándole tiempo sólo a voltearse y decir:

-“¡Cagüendios, no jodas que me muero!”.


Y estas fueron las palabras que repitió, como prueba de cargo irrefutable, el arcángel-fiscal en el juicio  a que fue sometido,  el pobre Aniano. (Como puede verse los juicios en el Cielo son rapidísimos, a diferencia de la penosa lentitud que domina en los de la Tierra).

Aniano fue condenado al infierno. Allí no le sorprendió ver a unos feroces diablos con pata de cabra que, alternativamente, le torturaban con garfios, hielos, hierros candentes mientras le sodomizaban, pero hubo un momento en que miraron al reloj y se retiraron a comer. Aniano quedó unos minutos en paz , dolorido, pero recuperando el resuello, acababa de quedarse dormido cuando de pronto sonó el timbre de su celda infernal, y tuvo que levantarse a abrir.

Allí estaba una señora de como unos cuarenta y tantos muy correctamente vestida con una revista en la mano. A su lado, un caballero, también de atuendo impecable, que portaba un maletín.

-Buenas tardes. Disculpe la molestia. No sabe que el reino de Dios va a llegar...

-¡Carajo! –exclamó Aniano- ¡Testigos de Jeová! ¿Ustedes también vienen a dar por culo por aquí?¿Pero no eran tan buenos, tan sinceros y tan observantes de la ley de Dios? ¿Qué hacen aquí abajo?

-No, si a nosotros nos tocó ir al reino de los cielos -faltaría más- pero es que allí también intentamos mostrar a los bienaventurados nuestros libros y revistas. Hubo protestas, decían que ¡vaya cielo éste! se escucharon palabras mayores, un conato de huelga.... de pronto, se oyó un clamor general:

-¡Pues que se vayan a dar la brasa al infierno!.

-Y aquí estamos. Compréndalo, es nuestra misión. Hubo un acuerdo entre Dios y Lucifer y nos dejan entrar por aquí a visitar gente. Después nos vamos a dormir al cielo, Todos dicen que así el cielo es más cielo y el infierno más infierno.

Nosotros somos voluntarios, nos gusta nuestra tarea y no le vamos a pedir dinero. Pero... no nos cierre la puerta, ¡quédese al menos la revista Atalaya!

jueves, 23 de mayo de 2013

Mi hucha de sentimientos.


Escribo mucho y con gran impresión, de los libros de literatura que voy leyendo. Reflejo sinceramente lo que siento en esos momentos que es agradecimiento, por el arte, por la sabiduría, por el sentimiento vertido en tan hermosos moldes; pero no menos sinceramente vengo hoy a declarar que para mí el mejor libro que he le leído es ese que aún no he escrito: el que muchas gentes, con tanto sentimiento, me han contado en estos seis últimos años de búsquedas sobre su guerra civil.

Mi admirable amigo de San Esteban del Valle Valentín González, decía que con su vida se haría “una novela cojonudísima”. Lo creo de verdad, no sólo por su peripecia en la guerra sino por otras muchas de la vida civil que me mencionó, y se ha quedado sin escribir, guardada  en su memoria que murió con él, como tantos libros de vidas repletas de vida y de muertes. Quizá yo no me atreva o no sea capaz de alumbrar mi libro al público, y termine muriendo conmigo, sin embargo, yo lo siento muy vivo dentro de mí, me he alimentado con él a lo largo de estos seis años: es una sopa a base de tropezones de recuerdos, con caldo de lágrimas; es una sopa caldosa, porque he visto llorar a mucha gente y he querido llorar junto a ellos al recoger la crepitación del manantial de sus lágrimas en mi hucha de sentimientos: junto con sus verdades, sus leyendas, sus investigaciones, sus tergiversaciones, sus acusaciones, sus elucubraciones..., y también las fichas, actas y declaraciones que, a pesar de ser papeles, son tan verdaderas y tan mentirosas como todo lo que expresamos los humanos.


Descubrí el nombre de Licinio Morales en un manojo de copias de interrogatorios que me fue dado leer, y que eran los que se recogían a los vencidos del ejército rojo que volvían a sus pueblos del Barranco de las Cinco Villas a partir de abril de 1939. “Cautivos y desarmados” tenían que declarar, denunciar a “los revoltosos” o a “los cabecillas” a los que cometieron los saqueos, asesinatos y profanaciones de agosto y primeros de septiembre de 1936, pero también a los que organizaron la resistencia armada al ejercito sublevado. En los días en los que se les tomaba declaración, esos derrotados debían intentar buscar, desde el calabozo de su pueblo, avales entre gente significativa “de orden” que consiguiera que en el informe del alcalde (entonces todos los alcaldes eran militantes de Falange Tradicionalista de las JONS) se dijera simplemente “puede quedar en libertad, no es peligroso para la Nueva España”.


Uno declaró “que los que organizaron la resistencia en el Puerto del  Pico eran el comandante Guillermo Plaza de Santa Cruz del Valle y Licinio Morales de San Esteban del Valle”. Yo había revisado los libros de defunción de San Esteban y ya tenía varias horas de grabaciones con viejos del lugar con las que iba pergeñando la historia, pero nadie me había dicho todavía este nombre tan importante.

Inmediatamente lo busqué en Google y entonces descubrí la página “quienes eran” que alimentaban dos personas: Tomás Montero y Eva, ambos nietos de fusilados en Madrid. La página es parte de un hermoso y necesario proyecto que se llama Memoria y Libertad. Eva me animó mucho a seguir.



En esta página aparece una foto lejana y difusa de Licinio Morales, a quien señalan como médico y como alcalde de San Esteban del Valle, (los familiares siempre quieren mejorar su pedigrí) aunque ejerciera subalterna y transitoriamente ambos cargos, no fue ninguna de las dos cosas en propiedad: era el practicante y el teniente de alcalde.


Cada dato que se obtiene en una investigación como la mía funciona (además de cómo ánimo) como una semilla, porque al sembrarlo produce una espiga de datos en las siguientes entrevistas, proporciona nuevas preguntas, que iluminan el recuerdo y el relato de los viejos, y también los datos que se puedan buscar en Internet o en los ficheros de los archivos. Tengo bastante en mi hucha sobre Licinio Morales, que fue un republicano rico, con inquietudes empresariales, destacado innovador en la apicultura. Los beneficios de su industria mielera, (que su familia  tuvo que liquidar, en parte para pagar los abogados que trataban de retrasar su fusilamiento), pocos años después provocarían la codicia y el asesinato en Madrid del nuevo propietario (pero eso es otra historia, otra novela).

Vuelvo a Licinio Morales. Escribió esta angustiosa carta que he copiado de la página “quienes eran”  http://quieneseran.blogspot.com.es/2008/09/licinio-morales-gmez-11-06-1943.html

Ahora salgo para Yeserías y seguramente mañana me trasladan a Porlier a la provisional donde solamente comunicamos los lunes y por tanto me alejo de vosotros, mañana por la mañana podemos aún comunicar en Yeserías. Lo primero que tenéis que hacer es ir al defensor y que él os oriente de lo que tenéis que hacer. Como es abogado él mismo tiene que hacer escrito para el Capitán General de indulto. Lo primero que hacen es pedir informes al pueblo y si informan bien me conmutarán y si informan mal, me fusilan.



Hace un mes descubrí esta foto en el Archivo de Salamanca, le hice llegar la referencia a mi amiga Silvia, que es pariente de Licinio Morales, y que consiguió su copia y la ha hecho llegar a la hija del fusilado que aún vive. Esta señora, que rondará los 80 años,  muy emocionada,  llamó por teléfono a mi amiga con las lágrimas  agradecidas de poder ver a estas alturas de la  vida, esta foto de su padre, la mejor y la más clara que jamás ha tenido de él.




Y esto es una gran riqueza para mi hucha de sentimientos.

lunes, 20 de mayo de 2013

Que no se me olvide este nombre: Alberto Méndez



Diréis que no tengo criterio, que soy el colmo del entusiasmo, esto caliente e impresionable. No sé si es verdad. Lo cierto es que ahora mismo estoy teniendo un orgasmo literario son las tres primeras hojas del libro “Los girasoles ciegos”.

 

Desde que perdí mi trabajo tengo una exaltación y una impaciencia por leer  que no tiene nada de mesurada, de manera que entre los libros que no ceso de  comprar, (obligándome a leerlos, posternando así una vez más mi deuda con los ya comprados), se producen luchas violentas por mi conquista.

 

 Me obligo a digerir siquiera una media hora los recién acabados: una manera es escribir sobre ellos, dar cuenta en este blog, -que no es para que me envidiéis los que no tenéis tiempo de leer tanto-, sino un miliario en mi camino, una especie de huella tatuada de que estoy viviendo. También es un homenaje a los autores que me atrapan.

Cuando estoy terminando un libro, estoy mirando de reojo al siguiente, a los siguientes. Y los emprendo. Por mi impaciencia,( a veces empiezo con sueño, o con el listón muy alto), me rechazan, cojo otro, y otro, hasta que  me asiento en la lectura. No siempre es fácil, después del “síndrome de Estocolmo” que me puede durar del anterior libro cautivador.

Hoy es jueves, 8 de mayo, (los últimos tres jueves fui al mercadillo de Béjar a comprar libros de segunda mano, también los compré por decenas el 23 de abril, y el 4 de mayo, cuatro.) y  sólo he comprado dos, la verdad es que sin demasiado entusiasmo: uno es un Díaz Plaja, que son variados y entretenidos divulgadores de la historia y de la sociología histórica, si es que eso existe. El otro “Los girasoles ciegos” del que ya he visto la película (que no me gustó mucho) –un fotograma está en su portada-, ésta es la vigésimo tercera edición de un libro que se publicó después de la muerte de su autor (2004) y yo voy por la tercera página escrita.

Pero he encontrado tantos pensamientos antológicos en estas tres páginas, que acudo de nuevo a la portada del libro para que no se me olvide el nombre del autor: Alberto Méndez, Alberto Méndez, Alberto Méndez

 

Trata sobre las postrimerías de la guerra civil. El capitán Alegría que está luchando, -en el arma de intendencia-  en el ejército ganador de la guerra civil escribe esto:

 Aunque todas las guerras se pagan con los muertos, hace tiempo que luchamos por usura. Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio.

 

Y en esta náusea decide entregarse como prisionero al enemigo:

 

La primera vez que el capitán Alegría estuvo cerca del riesgo fue, precisamente, el día que comienza esta historia. Su decisión no fue la de unirse al enemigo sino rendirse, entregarse prisionero. Un desertor es un enemigo que ha dejado de serlo; un rendido es un enemigo derrotado, pero sigue siendo un enemigo. Alegría insistió varias veces sobre ello cuando fue acusado de traición. Pero eso ocurrió más tarde.

 

Se está refiriendo a que los nacionales que al ganar y ocupar “últimos objetivos militares” se encuentran con un capitán de los suyos que se rindió espontáneamente al enemigo; y le piden cuentas.

 

En una confidencia inoportuna que días más tarde utilizaría el fiscal militar para pedir su muerte con ignominia, Alegría confesó a un suboficial intachable que los defensores de la República hubieran humillado más al ejército de Franco rindiéndose el primer día de la guerra que resistiendo tenazmente, porque cada muerto de esa guerra, fuera del bando que fuera, había servido sólo para glorificar al que mataba. Sin muertos, dijo, no habría gloria, y sin gloria, sólo habría derrotados.

 

¡Que hermoso! Comprenderéis que apague el ordenador para marcharme inmediatamente al sofá a continuar la lectura de esta joya.

viernes, 17 de mayo de 2013

STEFAN ZWEIG: OTRO AUTOR QUE, DEFINITIVAMENTE, ME HA SEDUCIDO.


 

 

No sé si alguien de los que me seguís fiel u ocasionalmente os habéis motivado a leer alguno de los libros que yo he alabado aquí.

Acabo de apurar la última hoja de Veinticuatro horas de la vida de una mujer y estoy arrebatado de placer, de solidaridad, de simpatía, de coincidencia; eso es el arte: una vibración conjunta, una seducción.

Supongo que este libro ha permeado la parte femenina que hay en mí, me siento “conmovida” y con ganas de flotar abandonándome en esa conmoción. No estoy saliendo del armario; sigo siendo hombre, padre, amante de mi mujer y atraído por las curvas femeniles. Lo que sucede es que esta novelita, que funciona tirando eslabones de interés, como la mejor  novela policíaca, es un libro sentimental, que transita en las carnes vivas más delicadas del alma humana  y eso parece que no puede causar un masculino estremecimiento. Como que uno debiera distanciarse y no enmarañarse en esas femineidades, aborrecerlo para no hacerme indigno de mi sexo. Mi condición sexual que se hace sospechosa si llegara a llorar como una mujer; ¡maldita sea!, en mi pueblo no lloramos los hombres ¡con lo bonito que es eso!.

 

No, no he llorado, y esto no es una confesión de virilidad. Lo lamento, porque esta obra de arte hubiera merecido arrancarme unas cálidas lágrimas femeninas y todavía la hubiera gozado más.

 

Me ha pasado más veces, ya lo sabéis, y pronto no recordaré bien, (incluso olvidaré) estos arreboles secuestrados que ahora tengo. Me pasó recientemente con “Ardor Guerrero” y me ha pasado con otras muchas obras, cuyos artificios llegan a enredar una natural respuesta química, allá en el trascerebro, que es diferente, que levanta alguna costra y descubre alguna habitación con otras vistas, hermosas, diferentes, otra perspectiva, un yacimiento del alma desconocido, inesperado; entonces uno se alegra de pertenecer al género humano que produce estas excrecencias, que son los artistas; aunque pasado el tiempo, que todo lo mella,  terminará pareciendo un recuerdo más.

 

Si conocéis a alguien que quiere llenar tres horas y media  con esta experiencia, recomendadle esta obra.

 

Por mi parte, me siento recomendado, obligado, impelido a leerme también la obra entera de Stefan Zweig. La iré alternando, con Muñoz Molina, Neruda, Vargas Llosa, Luis Landero, Hemingway, Francisco Umbral... y tantos otros, esto es un sinvivir.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Pablo Neruda: otro argumento de autoridad contra los anarquistas.


 
Quien me sigue sabe que tengo la peor opinión de los anarquistas en la guerra civil. Es algo reciente, simplemente me viene del estudio y se acusa cuanto mayor es mi conocimiento. Y resulta lamentable, porque tengo algunos conocidos y hasta un amigo a quien yo puedo definir (muy anárquicamente) como anarquista -y sé que ha pagado cuotas a la CNT-.

Los anarquistas fueron olvidados en la posguerra, para Franco el enemigo eran los comunistas, -y la conspiración judeo-masónica-. No sé si habrá datos de esto, pero yo me atrevo a aventurar a modo de muestreo, por lo que he visto y leído, que seguramente más de la mitad de los asesinatos y (seguramente exagero, pero poco) el 100 por 100 de los destrozos en iglesias y saqueos en palacios, los protagonizaron los anarquistas, cuyo componente anticlerical era infinitamente más acusado y rabioso que Izquierda Republicana, el PSOE o el PCE.

En anteriores entradas me apoyaba en Azaña y Hemingway; ahora que estoy leyendo a Pablo Neruda quien, aunque  sus enemigos eran Franco y Hitler, no deja de escribir esto:

Los anarquistas habían pintado tranvías y  autobuses, la mitad roja y la mitad amarilla. Con sus largas melenas y barbas, collares y pulseras de balas, protagonizaban el carnaval agónico de España. Vi a varios de ellos calzando zapatos emblemáticos, la mitad de cuero rojo y la otra de cuero negro, cuya confección debía haber costado muchísimo trabajo a los zapateros. Y no se crea que eran una farándula inofensiva. Cada uno llevaba cuchillos, pistolones descomunales, rifles y carabinas. Por lo general se situaban a las puertas principales de los edificios, en grupos que fumaban y escupían, haciendo ostentación de su armamento. Su principal ocupación era cobrar las rentas a los aterrorizados inquilinos. O bien hacerlos renunciar voluntariamente a sus alhajas anillos y relojes.

(...)

Esta atmósfera de turbación ideológica y de destrucción gratuita me dio mucho que pensar. Supe las hazañas de un anarquista austriaco, viejo y miope, de largas melenes rubias, que se había especializado en dar <<paseos>>. Había formado una brigada que bautizó <<Amanecer>> porque actuaba a la salida del sol.

-¿No ha sentido usted alguna vez dolor de cabeza?- le preguntaba a la víctima.

-Sí, claro, alguna vez.

-Pues yo le voy a dar un buen analgésico –le decía el anarquista austriaco, encañonándole la frente con su revólver y disparándole un balazo.

 

Mientras estas bandas pululaban por la noche ciega de Madrid, los comunistas eran la única fuerza organizada que creaba un ejército par enfrentarlo a los italianos, a los alemanes, a los moros y a los falangistas. Y eran al mismo tiempo, la fuerza moral que mantenía la resistencia y la lucha antifascista.

 

Pablo Neruda murió el año 1973 muy pocos días después del golpe de Pinochet, en esos momentos todavía vivía Franco, el enemigo. Dejó sin concluir, o al menos, sin ordenar sus memorias, entonces subsistía la guerra fría, y él era comunista, entonces su enemigo era Nixon. Pero casi cuarenta años después, Neruda, que nos confiesa que ha vivido mucho -y muy interesante- en tantísimos lugares del mundo, se acuerda (indudablemente con dolor e indignación) de aquellos “compañeros de bando”.

Y si lo hizo es porque verdaderamente lo sintió así.

 
Pablo Neruda
 

lunes, 13 de mayo de 2013

ARQUEOLOGÍA DEL FUTURO EN BANGLA DESH


En la primavera del año trece del siglo XXI, en  nuestro mismo globo terráqueo –que no todavía universo-, hay un país transitando su anacronía desde la edad media hacia la revolución industrial occidental del XIX: es Bangla Desh, que sufrió el derrumbe de una especie de fábrica -quizá sea sólo un edificio de cuatro plantas dedicadas a talleres de costura- que aplastó a más de mil personas que se ganaban su sustento tercermundista  frente a mil máquinas de coser.

Todo el mundo debería ser consciente de que hay lugares donde, por 30 euros al mes, sin derechos de desempleo, ni salud laboral, ni vacaciones, ni sindicatos,  nos tejen y nos cosen, en jornadas de 12 ó 14  horas diarias, cada vez mayor parte de la producción de prendas de ropas de todo tipo,  pero, singularmente, para las cadenas como Mango, Nike, Zara, H & M, Stradivarius, Adidas, Inside, Desigual...: estos son diseños actuales, para jovencitas occidentales,  que las manos de aquellos hombres y mujeres ejecutan sin imaginar siquiera como deben sentar a las chicas de nuestro mundo, porque su concepto de moda aún dormita en otros parámetros de exposición corporal más tradicionales y recatados. Seguramente las chicas bangladeshíes, que son la mayoría de las aplastadas, -por ser más habilidosas y todavía más baratas que los chicos-, tampoco podrían osar sustraer de la fábrica las prendas que elaboran, porque ponerse semejantes atuendos en sus sociedades podría significar que las violaran más fácil y brutalmente como se ha evidenciado recientemente (en otros sitios incluso las lapidarían).



¿Quién manda en Bangla Desh? Estoy seguro de que ninguno de mis lectores, ni aunque tuviera 5.000, lo sabría espontáneamente, ni siquiera después de esta tragedia de un millar de muertos.
La respuesta que abruptamente os podría dar yo es que “manda el monzón”, ya que Bangla Desh me suena a inundación anual, a ríos desbordados con vacas y cadáveres humanos a la deriva o yaciendo en el barro. También  me trae a la mente un naufragio anual de  barcos fluviales o costeros que transportan miles de cabezas, -cabezas de personas como si fueran de ganado-, aunque fueron diseñados para transportar unos centenares, que  un día zozobran y mueren incontables porque un país tan pobre no es capaz de buscar  y después contar a tanta sobreabundancia de personas sin importancia, y a nosotros los occidentales, (que soportamos una sola noticia tercermundista por país pobre y telediario), nos da igual, o se nos olvidará, si es que algún día pudieran ofrecernos una mejor estimación de las cifras del naufragio.
A pesar de la globalización que reequilibra el mundo a favor de los grandes traficantes de bienes, hundiendo las economías occidentales, hay países a cuyas gentes, desde nuestra todavía riqueza miramos sólo de soslayo. No vamos a perder ni diez minutos de informativos en ellos.


Hace menos tiempo, Bangla Desh volvió a ser noticia porque hallaron a una obrera que había sobrevivido 17 días entre los escombros. Esto acostumbra a suceder en todas las tragedias mundiales,(1) -a mí ya me da por pensar si no es que  habremos celebrado más de una vez algún falso rescatado- (parece que un aparecido, que se convierte en héroe o heroína, culmina la gran tragedia con una buena noticia, actuando como tranquilizante de las conciencias sensibles. Y así, todos los responsables, (nosotros y ellos), damos un hipócrita carpetazo moral: ya no se nos amargará la comida o la cena y podemos salir por la tarde a consumir o disfrutar por la noche en casa de unas cervezas mientras vemos un transcendental partido de fútbol).


Y yo me puse a pensar  –creyéndome la buena noticia-, cual podía ser la razón (teniendo en cuenta el escaso valor que me parece que se da a la gente en esos países superproductores de seres humanos baratos), por la que estaban buscando con el cuidado suficiente como para haber hallado a una mujer con vida.

Y en mi cavilar me ha salido el malpensado, que también llevo dentro y que, a veces alza su voz:

 1.-Tengamos en cuenta que los productos textiles orientales se transportan en barco a occidente; para ello esta primavera las costureras bangladeshíes debían estar elaborando la  moda que en otoño se venderá en nuestros centros comerciales.

2.-Los encargados de las punteras casas propietarias del diseño tIienen que rescatar, no sólo las prendas que pudieran aún venderse, sino todas las demás,  para evitar que caigan en manos de la competencia y contrarreste su diseño con otros modelos.

3. También habrá otros adversarios más modestos en la carrera: desenterradores que tratarán de obtener las prendas para copiar a precios todavía más baratos, los  modelos de otoño de 2013 de H & M o Mango. Pero estas casas comerciales también tratarán de impedirlo: no se puede desperdiciar la promoción de cotizadas modelos en televisiones y revistas (seguro que la campaña ya está filmada y los markentigs “ultimados”).

El interés no se detiene aunque el mundo se pare.


(1) Sólo recuerdo que no sucediera el milagroso hallazgo en las torres gemelas del 11 de septiembre. Qué curioso, en la ciudad con más periodistas del mundo ¿no?

sábado, 11 de mayo de 2013

UN SUCESO DE VERDAD


Un suceso de verdad.

 

De verdad es que yo soy así, un poco cargado de espaldas, -esto me pasa por ser más alto que bajo-, por lo que me encuentro cosas en el suelo con alguna frecuencia.

Estoy en el paro desde hace varias semanas y, sin embargo, mi buen corazón aún tiene unos repentes de ...bobo. O de buena persona, porque me acabo de encontrar 50 euros anónimos y, en un gesto caballeresco, los he “devuelto” a una clínica dental a cuya entradilla, (más bien en el límite de la acera con su entradilla, -la verdad-)  estaban.

He entrado en la clínica, he llamado la atención y ha salido de la consulta un dentista con mascarilla y todo y le he dicho:

 

-Mire: Me he encontrado esto ahí a la puerta y he pensado que se le habrá caído a alguien de aquí.

El dentista ha cogido el dinero y lo ha metido en un cajón de la oficina del recibidor diciendo:

-Será del cliente anterior que acaba de salir.

Y yo he necesitado una excusa más para justificar mi gesto altruista (o bobo) y  he añadido:

-Es que pienso que a mí me daría mucha rabia perder este dinero, más que la alegría de encontrármelo. Devuélvanselo por favor.

 

No sé si el dentista me ha dicho gracias o simplemente ha vuelto a su trabajo.

 

Al salir he pensado: pero si yo soy un parado, pero si el billete estaba en la calle y podía ser de cualquiera. Y también que puede que los de la clínica digan, (sin molestarse en sondear al cliente anterior): si nadie viene preguntando por el dinero, para nosotros.

 

Creo que lo suyo es que el dentista me hubiera mirado extrañado, con los ojos muy grandes, para recordar mi cara de samaritano, un hombre de aproximadamente cincuenta años con bigote, gorro, y las bolsas de la compra en las manos. Pero no lo ha hecho, como si mi acción sucediera todas las semanas.

 

Mientras me acercaba a mi casa lo he venido pensando, pero no he sentido pesar por el bello (quizá estúpido) gesto; al fin y al cabo, el dinero no era mío. A lo mejor es una inconfesable superstición atea: a veces me da pensar que un extraño equilibrio del universo me podría compensar este enriquecimiento injusto con una desgracia. Pero también en la argumentación han sacado pecho mi bondad, mi desprendimiento, mi alegría.

 

Pero... la falta de reconocimiento, el guardarse sin más mi dinero como si fuera una donación anónima, me ha seguido dando qué pensar. Por eso, al llegar a casa, se lo he dicho a mi mujer,

(...)y  no sé muy bien por qué lo he hecho.

 A lo que me ha respondido:

            -Pues yo sí sé por qué has hecho esa tontería: para poder publicarla en el blog.

 

jueves, 9 de mayo de 2013

UN DIARIO DIFERENTE: JOSEF GOEBBELS (2)


Goebbels es muy culto. Por ello desprecia desde arriba a los generales que rodean a Hitler, -que para él  son brutos y carecen de su sensibilidad intelectual-, sin embargo odia todavía más esta vez “desde abajo” a los otros intelectuales, (en términos actuales de España, yo diría que odia a los “intelectuales progres”).

Y de una conversación con Hitler  nos recoge estas palabras:

 

Los judíos fueron también los primeros en emplear la mentira como arma política. El hombre primitivo, según cree el Führer, no conocía la mentira... Cuanto más se desarrolla intelectualmente al hombre, mayor habilidad adquiere para ocultar sus íntimos pensamientos y expresar algo totalmente distinto a lo que de verdad siente. El judío, como criatura absolutamente intelectual, fue el primero en conocer este arte. Podemos considerarle, por lo tanto,  no sólo como el portador, sino como el inventor de la mentira entre los seres humanos. A causa de su pensamiento materialista, los ingleses son muy semejantes a los judíos. En realidad son los  arios que más se han contaminado de las características  judaicas..., la nación que ha descubierto las intenciones judías y ha sido la primera en luchar contra ellas, será, naturalmente, la que ocupe el puesto de Inglaterra en la dominación del mundo.

 

Por supuesto que la nación es Alemania. Los mejores soldados, los únicos que saben por qué luchan, son los alemanes (sólo que siempre por culpa de un inepto -que nunca es Hitler, se ha descuidado la aviación y les han ganado la batalla del aire los ingleses, a  quienes ama, odia, teme, admira)

Son un pueblo especial con el que resulta difícil razonar. Son testarudos  hasta el extremo de que, a la larga, alteran los nervios a cualquiera. Posiblemente se trata de una ventaja nacional más que una desventaja.

 

Pero a los que no puede ver es a los italianos, sobre todo cuando cambian de bando; solo salva a Mussolini:

 

La única cosa cierta en esta guerra es que Italia la perderá. Su pusilánime traición a su propio Duce fue el preludio de la cobarde traición a sus aliados. Mussolini pasará a la Historia como el último romano, pero tras él se verá un pueblo de gitanos incapaces de toda grandeza...

 

Las demás ciudades, pero sobre todo Berlín, fueron bombardeadas intensa y repetidamente porque ya los nazis el 29 de noviembre de 1943 no tenían aviones ni cañones antiaéreos con que defenderse efectivamente. Las bombas están causando importantísimos destrozos y dejando sin casa a la mayoría de la gente, pero lo que ve este hombre es esto:

 

En la Gartenplatz presencié el reparto de alimentos. Hombres y mujeres me recibieron con un entusiasmo tan increíble como difícil de describir. (...)


Tuve que comer con la gente y me llevaron a un banco para hablarles. Pronuncié un discurso certero y enérgico que ganó el corazón de los trabajadores. Todo el mundo se acercaba a llamarme por mi nombre de pila, dándome el calificativo de “Du”. La gente quería pasearme en hombros por la plaza y me costó trabajo impedirlo. Las mujeres me besaban. Tuve que darles autógrafos. Se distribuyeron cigarrillos y fumé uno en su compañía. En resumen, la gente estaba alegre y divertida como si nos hallásemos en un carnaval.

Naturalmente los destrozos son enormes, pero la gente más directamente afectada por ellos los toma con el mejor humor. Están firmemente convencidos de que lograremos superar todas las dificultades. Sólo tienen palabras de alabanza para las medidas que hemos tomado hasta ahora.

La mayor parte de Wedding está en ruinas. Lo mismo ocurre con Reineckendorf.

Me despedí de la gente.  Hubo escenas conmovedoras. Una mujer dio a luz a un niño durante los bombardeos aéreos hace dos o tres días; sin embargo, insistió en levantarse cuando supo que estaba por allí y corrió a la plaza. Desde luego, no perderemos esta guerra porque falle la moral del pueblo.

Discutí extensamente con el doctor Ley la manera de hacer que retornen al trabajo los obreros que aún no han vuelto a sus fábricas. Tendremos que hacer algo para estimular su regreso. Daremos raciones de cigarrillos y licores a los obreros que vuelvan a tiempo, aparte de hacer un llamamiento a su sentido del deber, lo cual no deja de producir grandes efectos en el caso de los trabajadores berlineses. Es preciso reanudar el trabajo lo más rápidamente que sea posible. Los obreros han de ayudar, también a limpiar los escombros. No deben dejar que hagan esa tarea los soldados que no saben una sola palabra acerca de las fábricas y posiblemente estén destrozando más de lo que arreglan... ¡el obrero berlinés es capaz de jugarse la cabeza para conseguir un cigarrillo!

 

Este era el concepto final de la raza aria superior que tiene uno de sus principales mentores: capaces de jugarse la cabeza por un cigarrillo.

 

Yo no creo que la mayoría de los berlineses  se comportaran como describe Goebbels  después de lo que estaban sufriendo. Uno de los delirios de este hombre es interpretar pequeños gestos, que puede que efectivamente le hicieran arribistas (que siempre los hay) o gentes forzadas o miedosos o fanáticos, como representativos de la ciudadanía. Me atrevo a diagnosticar que se producía en su mente un bloqueo, un intento de menoscabar la cruel  realidad, diciéndose que era la voluntad del pueblo, la que junto a él estaba asumiendo estos destrozos, y descargándose de la responsabilidad, plena en su caso, de haber hecho la guerra y de estar perdiéndola de esta manera tan impotente y dolorosa. 

 

 

Viendo la derrota de la racionalidad, de la perspectiva, de la realidad, se columbra el trastorno mental que originará que cuando los rusos estén entrando en Berlín no sólo se suiciden él y su mujer, sino que también envenenaron a sus hijas.

 


P. D. Este libro tiene 640 páginas, pero se lee volando.

Pero no sé si los alemanes de la posguerra, o incluso los actuales, serían capaces de enfrentar una lectura tan descarnada de su pasado. 

miércoles, 8 de mayo de 2013

UN DIARIO DIFERENTE: JOSEPH GOEBBELS.


Diferente al de Ana Frank, no tanto al de Manuel Azaña, al que se parece mucho en la agudeza de la observación, en la potencia (valga la redundancia) que proporciona el poder frente a la vida cotidiana, y en lo fragmentario, lo cual es una lástima, porque también es muy interesante.

Goebbels era un intelectual, asistió a varias universidades y se doctoró en Filosofía en Heilderbeg en 1921. Le gustan entiende y critica la música, el cine, la pintura. Da muestras de saber mucho de literatura, geografía psicología... Al principio no se entiende como alguien con tan vastos conocimientos pudo fascinarse por Hitler, que no poseía ni de lejos su cultura, pero algo tendría aquel liderazgo, cuando también logró fascinar mayoritariamente al pueblo alemán y a sus hermanos austriacos; países donde se junta la mitad de la mejor música del mundo de todos los tiempos. Según va uno leyéndolo -y él perdiendo la guerra- aflora su visceralidad, su voluntarismo y su falta de objetividad, su fanatismo, su delirio.


Frente a un libro “literario” como pueden ser El viento de la Luna, Ardor Guerrero, o El Jinete Polaco, en todos ellos Antonio Muñoz Molina donde nos cuenta magistralmente sus vivencias lucubradas, fantaseadas, ampliadas por los bordes, llenas de vida interior, de condiciones humanas donde nos reconocemos, este diario de Goebbels está escrito desde el mismo centro de la historia mundial, con una perspectiva de protagonista activo e influyente. Lo recuperado cuando se publica este libro son fragmentos entre los años 1942 y 1943, de un hombre que está en el análisis, en la inteligencia de lo que se cuece en todo el mundo.

Con su ministerio de propaganda, Goebbels jugaba varias partidas simultáneas de ajedrez, de mus, de poker, de parchís, de tute, y a la vez se preocupaba también de la cultura y de entrevistarse con personajes que no deja de analizar subjetivamente para este diario. Es curioso, porque  el diario no está corregido y en muchas ocasiones tiene a priori una idea despectiva de alguna persona, pero cuando se entrevista con él y oye sus argumentos, le comprende, le valora y, a veces, le pone a su nivel. Con tantas cosas en la cabeza no tenía tiempo de leer este diario, eran apuntes que dictaba a su secretaria.

Siempre se trasluce un complejo de superioridad (o de inferioridad sublimada) sobre las otras razas o naciones, sobre los alemanes que no son del partido, y por último, sobre cualquier miembro del partido, salvo Hitler. Peor a medida que van surgiendo los fracasos se acentúa más, los únicos que valen son los nazis, los demás son traidores, vendidos, cobardes...

En cuanto al diario, sin duda pensaría Goebbels que sería muy útil para ser publicado medio siglo o un siglo después, cuando “el Reich” hubiera triunfado y cambiado la historia y él se hubiera convertido definitivamente en uno de los míticos artífices de ese “magno imperio”.

 
Una persona tan inteligente como él no deja, sin embargo, de anotar (quizá quisiera quedar bien con la mecanógrafa), que recibe cartas elogiosas, que sus discursos y publicaciones tienen  honda repercusión en el extranjero y que en sus mítines o en las reuniones de jerifaltes nazis, cautiva a las audiencias masivas o selectas. Esto, si es objetivo, no debiera ser necesario para una persona inteligente. La historia, el periodismo, la propia gente que le escuchaba o leía, ya lo estarían anotando por él. Sin embargo lo refleja en su diario, lo cual denota, a mi parecer, que necesitaba retroalimentarse aún de sus propios elogios. Por lo tanto, tan clara no debía tener la importancia de su papel y la brillantez de sus actuaciones.

No existe la autocrítica, ni la crítica a las desmesuradas y simultáneas ambiciones territoriales del Fürher, que fueron su fracaso. Porque Hitler se comportó como un jugador de casino que al principio lo gana todo y, embriagado por el éxito, sigue apostando a su suerte y seguirá apostando hasta la camisa, completamente enloquecido, pidiendo crédito a los que le rodean, mientras le bombardean ciudad tras ciudad y pierde, por ejemplo, 3.000.000 de soldados en la campaña rusa.


El libro está plagado de datos, de miles de informaciones de todo el mundo y de las cosas más variopintas, que Goebbels como Ministro de Propaganda recibía a diario. Administraba tanto la verdad como la mentira. Según creyera que interesaba a su causa, ordenaba silenciar o publicar con énfasis en los absolutamente controlados medios de comunicación alemanes o en los medios extranjeros de países neutrales: España, Portugal, Suecia, Suiza, Argentina... que controlaba más o menos, (no lo dice pero imagino que engrasándalos con dinero).

 




Nos cuenta a su diario qué decide y por qué lo hace, lo que consulta o comenta con Hitler o lo que comenta con Goering, Himmler, Speer y otros gerifaltes nazis.

 

Voy a copiaros su pensamiento más famoso:

 

La propaganda debe ser primitiva e insistente. A largo plazo, únicamente consigue influir en la opinión pública quien es capaz de reducir los problemas a sus más sencillos términos y tiene el valor preciso para repetir una y otra vez esta fórmula simplista pese a todas las objeciones de los intelectuales.


PD en Blogger ya me han dejado de poner trabas para subir fotos. Lo notaréis.

lunes, 6 de mayo de 2013

Globalización de los símbolos capitalistas.

Está muy claro que la globalización llega a todas partes. No podemos ignorar quien ganó la guerra fría. Ni siquiera resisten los despuntes que quedaron tras la caida del telón de acero: hace poco supimos que el rollizo niñato que gobierna en Corea del Sur es fanático de Disney y de la NBA; deja la pureza estética incorrupta para su mísero y lánguido pueblo llano.
Otro niñato se pasa al golf y pone en evidencia la globalización del savoir vivre: lo he visto en el blog de mi amigo Miguel Grillo Moraleshttp://lagdelgrillo.blogspot.com.es/.
Se vé que el modelo turismo sexual barato no da mucho para mantener al régimen cubano y ahora van a explorar el alto standing de los gordos plutócratas con paradigmático puro (habano, ¿dónde mejor?).
Nuevas sensaciones: "háganse unos hoyos con el hijo del más famoso dictador comunista".
Lo siguiente será que veamos a Sheldon Addelson proponiendo y ejecutando un macrocasino en la Habana. Hay que cambiar todo para que nada cambie; de momento temblad madrileños del PP, antes de que os lo pongan el Alcorcón, volverán a la Habana donde estaba el original macrocasino, pronto resucitarán las ruletas rotas a hachazos por los barbudos.
Y eso que está todavía de cuerpo presente Fidel Castro. La cosa va que vuela.

sábado, 4 de mayo de 2013

BUENA NUEVA, 7 (FINAL)


REMONTANDO. Luz al fondo.

La mañana siguiente ya no llovía y los 70 km. del viaje fue menos penosos. Llegué al aparcamiento y vi el jersey returtuñado y chorreando todavía agua de ayer, lo recogí, lo estrujé y lo eché al maletero del coche.

Decidí que a partir del próximo lunes iba a ir autobús, por ecología, por evitar riesgos a mi coche, por descansar, -quizás dormir- en sus asientos, aunque había que madrugar: salía a las seis y cuarto.

Prácticamente nunca, nada, conseguí dormir en el transporte público, pero iba relajado, con los ojos cerrados, con el gorro de lana estirado sobre el rostro, pensando en literatura o en entradas de blog o, simplemente, fantaseando. Vi que la gente pagaba con una tarjeta de abono, pero yo no podía conseguirla sino en horas matinales de oficina o quedándome por la tarde a la hora vespertina de oficina. Estos conocimientos también tienen ensayo y error, también descubrí que debía bajarme en una parada urbana que hace antes de llegar a la estación. Una mañana llovía “a gritos” -como escribió Cortázar- el agua rebotaba en los adoquines y discurría por arroyuelos en las calles de Salamanca. Mi paraguas sólo conseguía salvarme la cabeza y los hombros, los codos los gemelos del pantalón estaban calándose y entonces descubrí, y se apoderó de mí, una pequeña raja en mi zapato derecho que al pisar absorbía como una ventosa el agua del adoquinado, me entraba frío y agua, el calcetín por la capilaridad ya estaba calado hasta por arriba. Al entrar a la oficina a la que llegaba, por ese horario autobusero, siempre el primero, me quité el zapato y el calcetín derecho, chorreante y teñido con el descoloramiento de la plantilla del zapato. Tenía el pie húmedo y empapado, fui al servicio y con papel higiénico me lo sequé, también sequé el interior del zapato, y después metí papel higiénico seco.

Toda la mañana estuve sin calcetín, vencida ya la humedad, pero notando el frío de la ausencia. Creo que no tuve broncas que me distrajeran de esa sensación.

 

Por fin me dieron la tarjeta pagué 6 euros de depósito y una recarga de 100, por la que me anotaban 117 euros, cada viaje, cuyo precio sin tarjeta era de  5,80 me salía a 5 euros. Empezaba a acoplarme a mi situación de viajante permanente, con un ahorro de 1,60 diario.

No fue todo lo bueno de esa semana; el viernes por la mañana llovía y, mojado, vi al borde de la acera un papel rojo con el tamaño de un billete de 10€. Me agaché a recogerlo, efectivamente era un auténtico billete de 10 mojado. Me lo metí en el bolsillo, a 20 metros venía empujando su carrito un barrendero, si hubiera tardado dos minutos más lo habría recogido él.

Lo siento por el barrendero que habría pasado toda la jornada lloviéndole, podría haberla rematado con una propina de 10 euros, pero para mí era una señal necesaria. Un espaldarazo, sin haber cobrado mi primer sueldo, Salamanca empezaba a pagarme. 

Además fue la cantidad que me costó el arreglo del ordenador.

 

Estaba reconstruyéndome física y moralmente, los fines de semana salía a correr, en el trabajo cada vez acertaba más, repartía entre mis seis compañeros una pregunta diaria sobre mis dudas, a veces ni siquiera me salían seis, empezaba a rodar, a coger ritmo, a hacer casi todo mi trabajo. La inspección del Consejo General del Poder Judicial salió bien y el juez y la  secretaria estuvieron contentos. Todos muy arreglados ese día, yo llevé el pantalón negro que me había comprado para la Coral de Béjar.

Todavía quedaban broncas, fallos, inquietudes,  insomnios, pero pronto empecé a disfrutar de conversaciones en los autobuses, incluso una tarde logré dormir diez minutos, me desperté en Guijuelo con el extraño sabor de boca de la siesta. Una gran alegría, empezaba a recuperar tiempo.

En cuanto a mi regularidad intestinal con mis trabajos y muchos empeños fallidos, había conseguido trasladarla, aún sin espontaneidad, hacia las once diez de la noche.

Pero un día, sobre las cuatro de la tarde, estando solo en la oficina, sentí la llamada. Me iba a atrever. No había nadie, acabé un expediente y me dirigí al servicio, me bajé el pantalón, sin sentarme en la taza, con la mano derecha apoyada en la pared, flexioné mis piernas, simultáneamente, como un acordeón, lo hicieron los músculos internos: entonces sentí aquel crujido liberador, apreté a fondo, mis abdominales sacudían alegremente, el colon aplaudía. Me alivié y hasta empezaba a disfrutar de aquel olor a mi poderío, a mi victoria, a mi paz. Pero pulsé inmediatamente, para que empezara a desaparecer.
Tomé la escobilla y concienzudamente lo limpié, lo derroté, lo eliminé, me había librado de ello allí.

Cuando me lavaba las manos, mientras el olor del jabón del dispensador invadía el cuarto y yo al hinchar mis pulmones comprobaba que ya estaba solapando los restos de aquella batalla orgánica, supe que, definitivamente, Juanito sobreviviría a este trabajo, sin más angustias, sin cicatrices significativas.

viernes, 3 de mayo de 2013

BUENA NUEVA 6


TOCANDO FONDO

No sé si alguna vez conté en este blog que en una ocasión me quedé dormido conduciendo. Rocé el coche contra la valla quitamiedos, y desperté maldiciendo mi suerte. Pero pude haber muerto si en lugar de irme contra la derecha me voy hacia la izquierda y me viene un coche de cara. Además de ser una lección, aquello es una tensión adicional, que aumenta mi fatiga y mi vulnerabilidad en cualquier trayecto rutinario. Durante una semana al menos conduje, pero tenía que buscar una solución.

Voy a unir a las desdichas cotidianas que un par de días antes se me estropeó el ordenador y lo llevé a una tienda a que me lo arreglaran. Tardaron y durante todo el tiempo que no lo tuve, además de no poder cumplir adecuadamente con el blog con mi escritura tranquila desde casa, tampoco  podía relajarme y escribir para mí, porque, ya me siento extraño haciéndolo en un papel. Añado la otra incertidumbre que tenía de que en una eventual limpieza del aparato se produjera el formateo de los contenidos, y de la mayoría de ellos no tenía copia de seguridad. Habría sido una tragedia, fotos, escritos acabados, esbozos....

 

Tocando fondo.

Un día se unió todo: a las siete y media no encontraba aparcamiento, después la mañana se me dio mal, el sobaco transpiró, y  noté el reflejo en la faz de la informática. Por algún fallo mío tuve la peor bronca y las más honda amenaza en el despacho de la secretaria. Salí tarde y se puso a llover, sobre la resbaladiza acera del puente de hierro  de Salamanca corría ligeramente y la mochila se me enganchó con un puto candado que los enamorados cursis han dado en moda enganchar a las barandillas de tantos puentes europeos.  Seguía lloviendo y llegué al aparcamiento algo sudado, la llave del coche fue a aparecer en el último bolsillo mientras el agua caía por mi frente. Por no quitarme el jersey dentro del coche, me lo quité fuera, y no sé cómo, pero fuera se quedó; me di cuenta veinte kilómetros más adelante, conduciendo: palpaba y no lo encontraba. Puede que, desordenado como soy, lo hubiera dejado en el asiento de atrás. A todo esto, seguía lloviendo. Aparqué frente a mi a casa y vi que el jersey, regalo de mi madre, no estaba, aunque no recordaba bien si lo habría dejado en el trabajo. Llovió toda la tarde y no tuvieron tampoco arreglado mi ordenador. Llovió toda la noche, y dormí fatal. Pensaba en el jersey, pero también soy positivo y razonaba que si estaba lloviendo nadie lo habría visto o nadie se lo habría llevado, calado como debía de estar, además de que podía ser que me lo hubiera dejado en el perchero del trabajo.

 

jueves, 2 de mayo de 2013

BUENA NUEVA 5


El edificio.

A principios del XXI se emprendieron en España grandes inversiones en edificios funcionales. Durante muchos años, la justicia se había desarrollado en vetustos palacios, atestados de polvorientos legajos, con armarios de baldas arqueadas por el tozudo peso de los expedientes, con alturas y resquicios incorregibles por donde la calefacción huía a espuertas, sin veraniego aire acondicionado. Sitios  donde los ascensores se averiaban y los servicios higiénicos tenían una pátina indeleble de posguerra. Nadie sabe ni quien ni cuando se pagará la deuda que han generado estas inversiones, pero  ahora, aquí en un edificio reedificado nuevo con grises metalizados, pusieron ascensores de subida y bajada, que son inteligentes y parlanchines; también, lejos del público, pequeños ascensores de servicio, para que bajen y suban los jueces a los juicios y no se encuentren cara a cara, encerrados con los justiciables. Armarios funcionales, metacrilatos, PVC, sillas ergonómicas, servicios públicos y privados nuevos donde la higiene brilla aún. Por cierto, los servicios de funcionarios están al lado de los despachos de juez y secretaria, con lo cual puede ser algo intimidante pasar a hacer una necesidad sólida, entretenida, y con una cierta permanencia olfativa. Por lo que hay que venirse indudablemente “cagao de casa”.

 

Ahí estaba uno de mis problemas, mi cuerpo tenía una rutina matinal de desayuno más un poquito de ejercicio -por ejemplo, hacer la cama-, con resultado de una sentada higiénica y aliviante. Pero esto venía sucediendo tranquilamente sobre las ocho de la mañana, sin ansiedad y sin prisas. Desde que tuve el trabajo, tenía que aviarme a las seis y media para tomar el coche llegar a Salamanca, aparcar al otro lado del río y dirigirme andando a la oficina.

Yo soy de familia estreñida y necesito regularidad en esas vías: la presión física y mental es costosa y el sentimiento del “deber incumplido” difícil de sobrellevar. Cuando sucede un miserable salto del necesario escalón diario, se produce en mí un temor al enfrentamiento con lo inexorable, enrojecimiento de faz, ensanchamiento de las arterias del cuello, presión de los tímpanos hacia fuera, extrusión de todos los pelos de mi cuerpo y fluido de sudor por cada vaso capilar. Todo esto sostenido en el tiempo y, muchas veces, estéril. Son etapas oscuras de mi vida, que quiero haber superado para siempre.

Mis crisis en este trabajo no llegaron  nunca a sobrepasar los dos días; mi empeño era a la vuelta, por la noche, todo lleno de estrés, de presión, de ansiedad. No podía soportar también esta otra mochila, junto al trabajo, el viaje, el aparcar, las broncas, las incertidumbres y mi conocimiento de que podía ser expulsado.

El caso es que estando en la oficina, tenía amagos de descomposición, pero mal podía expresarlo en el servicio higiénico en el trajín de la mañana, al lado de la secretaria y el juez. Necesito tiempo, tranquilidad y un recomendable un periodo de espera para que, junto a que haya tiempo para que se disipe un olor espantoso, se restableciera la color en mi rostro pálido y la tensión que podría haber  alcanzado la compresión del cuello de Laoconte con sus serpientes estrujando. Todo ello era incompatible con aquel pequeño departamento que, como todos los de construcción actual, carece de ventilación exterior. Y con esos vecinos.

 

miércoles, 1 de mayo de 2013

BUENA NUEVA 4


 

DESARROLLO DEL TRABAJO

Todo esto va ocurriendo junto al aprendizaje del trabajo,  mientras entran procuradores y procuradoras, abogados y abogadas a preguntar cómo van sus asuntos. Los funcionarios se lo explican, pero si hay algún problema o hay que hacer alguna pequeña reinterpretación en la ley toman el expediente  y van a consultarlo a la secretaria o al juez. Que no siempre, pero la mayoría de las veces, acceden.

 

El juez tiene buena cara, imprime casi siempre un tono paternal a su voz de tenor, habla muchas veces como si aconsejara, como si no diera mucha importancia a la formalidad. Resulta deliberadamente tranquilizador, empleando expresiones impropias como “tirando virutas” o “enchúfalo”, que realmente no le cuadran nada, pero uno termina acostumbrándonse a ellas.

Es de ... como yo, y más joven. Cuando me lo presentaron estreché una mano blanda, cosa siempre que me predispone contra la sinceridad de quien me la da de esa manera. Creo que, a pesar de que con la boca manifestó la consuetudinaria alegría por ser paisano, no le hace ninguna gracia. Sé que la razón, aparte de los complejos que pueda tener como cualquier persona respetable respecto a su pasado juvenil, es que tiene un hermano, en tiempos muy conocido por las calles de Gélida por sus extravagancias. Al hermano le traté en el instituto y durante años conservé su saludo; hace décadas que no le veo, y,  por supuesto, negaría tantas veces como San Pedro conocerle o recordarle, si en algún momento fuera inquirido por ello.

Ante su simpatía, en la primera entrevista, le pregunté ¿cómo debo llamarte de tú o de usted?.

 -De usted, aunque yo os llame de tú: llámame “Don ...”.

 

Hago constar que lo entiendo; es un gesto de experiencia. Como personas, son completamente iguales a los demás, por eso necesitan que todo el mundo, especialmente delante del pueblo llano, les reconozca una altura y una capacidad superior, ya que les ha sido  conferido decidir sobre el curso de vidas y haciendas. Por eso se ponen togas y tienen en su mano el delito de desacato.

Acatar es aceptar una obligación un mando sin razonar, sin poner en duda, sin siquiera rechistar; acatar es obedecer ciegamente. Desacatar sería lo normal en una sociedad inteligente, madura, que no admite imposiciones que no sean razonadas. Pues bien, una persona que replique a un juez sin usar expresiones, como “con la venia” “señoría” está expuesto a ser reo de desacato. El desacato es un pedestal que la sociedad les da, y que ellos, muchas veces, no merecen.

 

No tengo inconveniente en acatar a Don ...., es un tipo capaz para su oficio. Es la confirmación de la teoría lamarkista de la evolución: “la función crea el órgano”. No es que aparente ser un tipo hipersabio en lo jurídico, un cantarín de artículos, pero es solvente. Sin embargo, su especialidad, a la que ha adaptado su memoria, son los asuntos de su juzgado. Lo recuerda casi todo de casi todos los expedientes, si ahí o acullá pidieron una prueba pericial, si el perito vino de Zamora o de Ciudad Rodrigo, si esta empresa va mal y estuvo a punto de entrar en concurso de acreedores. A mí me cuesta trabajo acordarme de los – aunque hayan sido penosos- pasos que di en un caso de cuatro meses atrás, pero este juez sí los recuerda y tiene, aparte de su bagaje de décadas, el de siete personas como yo que se admiran de que sepa mejor lo que tienen entre manos que ellos mismos. Rememora cosas como qué le dijo al funcionario, cuando le planteó una duda, o remite a que busquemos y copiemos lo que resolvió en el juicio verbal nº  569 de 2011, porque su memoria también alcanza a los números.