He estado leyendo el libro con la cabeza confundida en que su autor había estado casado con Marilyn Monroe. La Wikipedia me lo desmintió tras consultarlo a las cien páginas, el guapo escritor era Arthur Miller. Como esta novela está pringadísima de sexo, mientras yo pensaba que este Mailer había sido un marido de Marilyn, se me iba la mente a las yemas de sus dedos rozando a esa mujer que hacía y se dejaba hacer tantas cosas. El libro está publicado en el 85, veintipico años después de la muerte del mito sexual. Narra de todo, sin preservativo, y sin luces especiales o planos al perrito bebiendo leche. Sin transparerencias edulcuradoras, con pelos impúdicos y recorriendo las señales más recónditas, no como en Hollywood que las mujeres se levantan y no hay manera de que las sábanas dejen escapar una teta por mucho movimiento y giros que se den.
Es una novela para adultos, bien madurados; café cargado sin azúcar, sal gorda, orujo, chocolate con cacao al 110 %... con mucha pintura viril y fogosamente aplicada como los cuadros a espátula, o los de Van Gogh. Siendo así contiene imágenes literarias muy rugosas. La trama ya es más difícil de creer pero no importa, ¿acaso es creíble la trama de Casablanca, o la de Con la muerte en los Talones, o Retorno al pasado?. Son cuadros es pintura, pintura literaria como E Juicio Final o el Cambio de Guardia o la Balsa de Medusa son golpes estéticos. Pero estropea la faena con la espada: mata mal y no le concedo más que vuelta al ruedo.
Aunque al final aparece un padre con mas cojones todavía que el hijo. Pero, ya lo he dicho, lo jugoso de la novela está en las imágenes del principio.
Nos peleábamos como el perro y el gato, pero me consolaba pensando que al menos había derrotado al tabaco. ¡Vana esperanza! Dos horas después de la marcha de Patyy saqué un acortador de vida de un paquete que se había dejado olvidado, y al cabo de un par de días de dura batalla volví a fumar como un carretero.
Lo único que subrayé en mi libro fue este recuerdo marino
sus bajíos todavía brillaban al amanecer con la húmeda y profunda inocencia de la tierra que recibe la caricia del sol por primera vez
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