En el año 1964 nací en un pueblo, en la casa de mis abuelos donde se asentaron mis padres al casarse. Vivían en ella mi abuela mi tía y mi tío, mi padre que trajo a mi madre que venía de casa de mis otros abuelos, y yo, que llegué a mi tiempo. Todos girábamos en torno a una lumbre baja que proporcionaba el calor durante el largo invierno castellano, y la cocina donde se elaboraba la comida todo el año. Éramos herederos del lar, el hogar romano, que a su vez vendría de la hoguera de los clanes familiares que hubiera antes. El fuego, su energía, su luz nos unieron durante siglos, allí las familias dialogaron y se contaron historias contemplando las brasas. Mas tarde mis padres construyeron una casa donde nacieron mis hermanos en la cual también comenzamos con una lumbre baja para calentarnos y cocinar. De ella se podían extraer tizones para un brasero que había que dejar reposar a la puerta para que no nos "atufáramos" con monóxido de carbono. Esto permitía llevar calor a los pies en otra habitación diferente de la cocina.
Un día de los años setenta apareció el gas butano. Esa comodidad marginó el centro de la casa. En verano ya no había que poner lumbre, bastaba girar la llave del gas y encender una cerilla para cocinar.
Emigramos a la ciudad en 1978. Allí no había lumbre, tampoco calefacción. Nos arreglábamos con un brasero eléctrico bajo una mesa camilla, estaba frente a la televisión que ahora era el centro de la casa, había una cadena y media que no emitía por las mañanas y desconectaba por las noches. La magia de la conversación mirando a los abstractos tizones se convirtió en información y entretenimiento elaborado lejos de nuestra casa. Pero todavía podíamos comentarlas en familia.
Tiempo después conseguimos un piso con calefacción en todas las habitaciones, por entonces ya había en casa radiocasetes y libros. Al poco comenzaron las televisiones privadas, y el mando a distancia para hacer fácil el cambio de canal. Las diferentes preferencias familiares y las alternativas hicieron que la ceremonia familiar se disipara. Los diferentes horarios ya motivaban que los días laborables no comiéramos juntos. Los domingos aún
Había aparecido el frigorífico, donde teníamos comida guardada, eso acabó con la disciplina de comer juntos. En algunas casas aparecieron pequeños aparatos de televisión en algunas habitaciones, la familia se disgregaba, la comodidad de no confrontar y discutir, y el egoísmo, triunfaron.
Mi hija cuando viene a mi casa se atrinchera en su habitación. En las pasadas vacaciones de navidad no vimos ni un minuto juntos la televisión. Cada cual mira su pantallita y abre el frigorífico cuando le da la gana.
No cabe duda de que es cierta la teoría de que el universo se sigue expandiendo desde el lejano "Big Bang"
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