El odio se produce por la frustración del amor: entonces da su salto de sapo el rechazo. Esta frase es de una novela inédita que presenté a un premio que no me dieron en el 97.
Queremos algo o a alguien y nos aborrece, se nos cae algo al suelo, nos pegamos un pequeño golpe con el coche por no tener cuidado, y en la frustración brota violencia, ofuscación. Yo a veces grito y sé que no está bien, pero debemos dar gracias al grito que nos frena de hacer cosas peores. "Cuídame del toro manso, que del toro bravo ya me cuido yo". No sé si los españoles somos más o menos gritones que los otros habitantes del mundo, podríamos pensar que los italianos nos sacan la cabeza y que los portugueses no nos llegan a la cintura en cuestión de gritos. Pero esto lo digo por cómo hablan de ordinario. Nunca me gritó un italiano en la Roma del 2014 plagada de turistas, y tampoco me ha gritado un portugués las ya difícilmente contables veces que he entrado a conocer ese amable país.
Supongo que cuanto más energías gastemos en los quereres, más estridentes reversos odiosos nos brotarán. Porque es una reacción inversamente o directamente proporcional.
Como yo me enamoré de Barcelona cuando la visitamos en agosto de 2008, que fuimos correspondidos por la gente que encontramos, y nos sentimos "en casa", parte de la ciudad, la sentimos simpática y nuestra, me duelen y me frustran todos los "feos" que nos hacen a los demás españoles, ese supremacismo hacia los inmigrantes del resto de España que llegaron allí, que culmina el los procesos del "Procés". Hay evidentes odios cruzados.
La historia racial en nuestro país, como en el mundo en general, se va a empantanar. Este año ha nacido menos gente que nunca y muchos de los que han nacido son hijos de extranjeros cuyos padres son ajenos a nuestra cultura, (los que vienen de países hispanohablantes menos) y la mayoría no van a preservar nuestras tradiciones ni ningún idioma que no les sea práctico. Pronto nadie bailará jotas, ni llevarán santos a hombros, ni habrá público para los toros o la zarzuela. Todos los nacionalismos necesitan niños a quienes inculcar o acoplar valores nacionales. En España, nos pongamos como nos pongamos, no va a ser viable ningún nacionalismo. Los escasos retoños de ahora y los que vengan no es fácil que vengan dispuestos a cargar ni comulgar con nada. Existen millones de canales donde cada cual puede elegir sus preferencias en un mundo globalizado.
Por mucho que nos desagrade, esa es la evolución, líquida, que se escapa de todas las manos.
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