Por eso nunca entré a un puticlub. Tampoco me ha entrado ninguna puta ofreciéndome sus servicios. Una vez en la Gran Vía de Madrid a mi amigo Javi y a mí que andábamos un poco distanciados de mi mujer y mi hija, un hombre nos ofreció algo así como putas, aunque no recuerdo la literalidad de las palabras, -lamento ahora no recordarlas-; creo que el hombre era extranjero, rumano o así. Estoy casi seguro que no reaccioné como un hombre de mundo, sino como un señor ofendido, pero tampoco pienso que lo hiciera tratando de ofender a mi ofensor, porque como he dicho en el título, soy temeroso de Dios. (Y de todo lo de esos sitios y oficios oscuros por añadidura).
Soy tan legal que nunca he visto ni comprar droga. Tengo la vaga idea de que llegados a determinados ambientes se preguntaba a alguien ¿Quién pasa? y te indicaban, o una aproximación de a quién o por dónde. Yo, que soy un hombre cívico a quien suelen preguntar muchos destinos y calles, nunca recuerdo que me hayan preguntado ¿quién pasa?, o por dónde hay una casa de putas.
Cuando vinimos a Béjar en 2003 todavía la economía de la ciudad, o las malas costumbres, daban para mantener un puticlub, estaba enfrente de la fuente del Regajo, de fresca y abundante agua, donde coincidí y vi por primera vez en persona a Roberto Heras, exactamente dos días después de que ganara una vuelta ciclista a España. El ciclista iba a recoger agua de esta fuente en unas garrafas como tantos bejaranos y forasteros, lo que me pareció un refrendo a mi afán. No sé si entonces estaba en funcionamiento el puticlub o si al poco cerró. Sé que lo era porque no tenía ventanas abiertas y había una enorme esfera roja en el tejado que se iluminaba de noche. Siempre he tenido prevención y nunca osé o coincidió que pasara al anochecer por ahí, y de día nunca advertí movimiento.
Supongo que en los alrededores de esta envejecida y depauperada ciudad habrá algún establecimiento de este tipo, que será bien conocido por los usuarios y, por tanto, desconocido totalmente por mí. En nuestros viajes se ven edificios en algunas carreteras, pero cada vez veo menos o los veo más cerrados. Imagino que el Covid habrá mermado éste como tantos otros negocios.
Se me ocurre el tema porque estoy leyendo Los helechos arborescentes de Umbral, que transcurre fantasiosamente en un puticlub de la guerra civil o de la posguerra, un delirio estético, un quedarse con el lector, un chorreo intemporal de imágenes remezcladas: un puro umbral, vaya.
Creo que este hombre si que ha sido frecuentador de estos ambientes, porque era un hombre de mundo, y un literato tiene licencia y ha (o había) de dedicar presupuesto para ilustrarse sobre este oficio y sus aledaños. Tomar apuntes del natural, diría por ejemplo Toulouse-Lautrec.
Por supuesto, temeroso de Dios y sus castigos venéreos, como sigo siendo en estos momentos, soy incrédulo de la poesía o del bienestar que puedan en algún momento haberse vivido alrededor de aquellos negocios sobre carne de mujer; las "obreras" que decían en Argentina.
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