Me asedian los recuerdos cuando estoy en el huerto: los buenos, los regulares, los malos. Pienso en el paso del tiempo desde aquellos momentos. Fantaseo muchas hipotéticas reuniones, pero son imposibles. Cada uno siguió su camino, y en esas décadas ha tenido tiempo de tener vivencias fuertes y placenteras, vivencias que llenaron de orgullo y otras de bochorno. Yo seguí con las mías propias, y mi memoria subraya las que quiere. Recuerdo las partidas de mus, los partidos de fútbol, los cánticos en los bares, el cinco cero del Milán al Real Madrid, la final de Atenas en la que Drazen Petrovic "burreó" a todo el equipo blanco (ésa la vi solo en mi casa una tarde). Las siguientes eliminatorias con la Cibona de Zagreb. También recuerdo la final de la Eurocopa de fútbol en París cuando Arconada se tragó aquel gol. Muchas reuniones han tenido que ver con el deporte pasivo, con el televisivo. Los de mi piso íbamos al piso de unas chicas zamoranas a ver el baloncesto, también campeonato de Europa de selecciones. Era un pretexto, ni a ellas ni a nosotros nos gustaba tanto el baloncesto como compartirlo. Recuerdo que Checoslovaquia por primera y única vez en su vida nos masacró a triples, y nos cortó el paso a la final. ¡Qué depresión!
También se me viene el glorioso 5-1 a Dinamarca nocturno en el Bar del Atleti en nuestro barrio de Salamanca. Ese día el Rey Juan Carlos entró en el programa de Jose María García. ¿Dónde estarán aquellos seudoamigos y seudoamigas con los que compartí aquellas sensaciones? Algunos sé que han muerto, pero otros y otras ni sé.
Cuanto más solo estoy más me lleno de recuerdos, de preguntas, de justificaciones, ¿pero es que la vida se me fue así? Viendo espectáculos y más espectáculos, protagonizando hechos poco gloriosos, ridículos, desafortunados, siempre pequeños.
He salido bien parado de la vida. Recuerdo una vez, quince años tendría, que mi amigo Luengo y yo saltamos por una puerta de entrada a la muralla de Ávila y subimos arriba del arco de San Vicente. (el más alto de todos) Era por la tarde y estuve a punto de caer por un hueco que por supuesto no estaba protegido. Hubiera caído a un adoquinado por donde además pasan coches. Sucede que la zona no era visitable, por eso estaba cerrada. Hubiera muerto o quedado paralítico si no me llego a dar cuenta y me freno. Otra vez, de niño se cayó el dintel de piedra de una puerta de un huerto que pesaba más de cien quilos y me pilló una pierna que se quedó intacta pero atrapada en un hueco que había hecho el discurrir del agua. ¡El ángel de la Guarda!
Entonces habría sido protagonista. Una tragedia así reúne a mucha gente en los velatorios, muchos de los que me habían conocido entonces, y los familiares y amigos de mis padres se hubieran reunido en torno a mí.
Sería bonito reunir a toda la gente que hemos sido en las clases del instituto, en las de la EGB, en los pisos universitarios, en los equipos de amigos futboleros o baloncesteros. Una de mis películas favoritas es Broadway Danny Rose, en la que un grupo de amigos se reúnen para hablar de otro. Supongo que uno de los alicientes del cielo en el que no creo es reunirse con toda la gente.
Supongo que mucha gente se reunía para ver las etapas del Tour de Francia de mi quinto Miguel Induráin. Nosotros los mortales es imposible que reunamos tanta gente; solo cuando se encuentren dos o tres personas, pienso ahora en las tres muchachas de Zamora, a lo mejor no han vuelto a coincidir, y recuerden cuando íbamos a su piso, pensarán en cada uno de nosotros. ¿Qué habrá sido de ellos?
Nada; yo aquí en el huerto cavando el barbecho para el año que viene.
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