Algunas veces cuando estoy cavando en mi huerto me asaltan recuerdos de tonterías que hice en mi juventud y que me hicieron quedar mal con alguien o alguien quedó mal conmigo. Afortunadamente desde los veinte años y medio tengo novia y aprobé aquella asignatura que me tenía tan incompleto, tan intranquilo. Desde entonces ya respondo por ella y, aunque todavía cometí estupideces e imprudencias, a partir de ese momento fueron menos y la responsabilidad hacia ella y hacia mí reforzó el músculo de la prudencia, la cual se incrementó exponencialmente cuando fui padre quince años después. Ya tenía treinta y seis años.
Pero los recuerdos están ahí y cuando la mente está ociosa por estar trabajando sin delicadeza con el azadón, vienen a (perdón por la palabra pero no la encuentro mejor) putearme. Entonces me pongo a argumentar, a defender mi posición, a excusarme, a salir airoso en un hipotético reencuentro, (más bien sería un tropiezo involuntario actual) con esa persona.
Es una pérdida de tiempo: no sé si podría incluirlos en alguna eventual novela que escribiera, la escena o sus reflexiones, estas que algunas veces saltan a burlarse de mi razón en la cancha de mi cabeza. Pienso que sería una manera de exorcizarlos, o de hacer una llave de judo convirtiéndolos en buena literatura, literatura que hasta podría venderse, como me imagino que hacen otros literatos, entre ellos mi admiradísimo Luis Landero.
Si no lo hago, -que no lo hago- aquellos momentos bochornosos consiguen amargarme una tarde y después de haber cavado vuelvo a casa como si hubiera metido la pata recientemente, como si hubiera hecho algo malo. Por eso tengo la costumbre de mirar desde casa la tierra removida, los hierbajos arrancados o los surcos marrón oscuro que he regado. La realidad me sirve de flotador contra la ficción, o contra los recuerdos traicioneros.
La foto tiene un par de meses: ahora hay plantas de patatas en el segundo bancal y también podrían verse en la actualidad berenjenas, pimientos y tomates en el cuarto que por estar a la altura de nuestros ojos no se aprecia lo grande que es.
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