Los boxeadores sudan mucho y en sus rincones siempre hay toallas para secarlos, pero también ese utensilio textil es un medio de comunicación: si el entrenador ve que están matando a su pupilo puede parar el combate tirando la toalla al ring.
Uno lleva todos los tramos de la vida tirando la toalla: de niño hacia el año 74, quería ser futbolista, sabía que ni siquiera era el mejor de mis compañeros pero "alguien me descubriría", parecido sucedió con la guitarra, con los estudios, con las conquistas sexuales o amorosas, hasta con las ilusiones políticas aunque siempre quedó la literatura como reservorio de ilusión de ganar.
La vida es perder, ir resignándose; todo merma, todo defrauda, hasta lo más grande que es la paternidad, la continuación de la apuesta ilusionada por la prolongación de la vida. Al final uno tiene que conformarse con un bastón porque otros llevan dos, o con dos, porque otros van en sillade ruedas, o con ir en silla de ruedas, porque a otros ni les bajan de la cama.
Pero el dramático momento de tirar la toalla dando por muerta una posibilidad duele, es contra natura. Estamos construídos de ilusiones, un niño es un iluso que crece, un viejo, que yo ya lo soy, es un cascarrabias decepcionado.
Aunque siempre vive el iluso reinventándose con el rabillo del ojo.
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