Una obra magnífica acabó con un escalarecedor epílogo sobre el ser y el quedar.
Y si mis recuerdos entran en armonía con algunos de ustedes, y si lo que yo he sentido (y dejaré de sentir) es comprensible e identificable con algo que ustedes sienten o han sentido, entonces este olvido que seremos puede postergarse por un instante más, en el fugaz reverberar de sus neuronas, gracias a los ojos, pocos o mucho, que alguna vez se detengan en estas letras.
"No somos nadie" se dice todavía en los velatorios por algunas personas más castizas. Héctor Abad Gómez, el protagonista involuntario de esta novela-biografía, aupado por su hijo, dio un paso más en el éter. Gracias a este libro es alguien aunque se borre su nombre de mi recuerdo y del vuestro en pocas semanas: tuvo quien le escribiera.
Colombia es un país en el que matar y morir siempre ha resultado barato. Los muertos, aún los héroes, como lo fue esté médico, no son más que número de muertos, y sus nombres no son más que nombres. Cualquiera es otro de tantos, que no se recordarán por muchos años a no ser que alguien los renueve y los vuelva a dar vida escrita.
Hubo una gran novela de Vázquez Montalbán, llamada Galíndez que también resucitó a un muerto, y luego vino Vargas Llosa y rodeó la historia con la Fiesta del Chivo, con lo que volvió a revivir colateralmente. Sin estos dos grandes escritores no habría nada vivo de aquel hombre, más que para algún historiador de tésis de las tantas que el tribunal no se lee. Gracias a los eximios escritores saldrá aquel nombre por muchos años en los crucigramas y en los concursos televisivos de cultura general, y alguien más leerá su historia literaria para conmoverse y disfrutar de la narración.
Héctor Abad Gómez, el padre de Faciolince, hubiera sido una muerte inútil más, un nombre en la ristra, una suma. Ignoro si sirvió de algo su vida de luchador público, de valiente, de líder heróico. Creo, después de leer la novela, que no, y está de acuerdo conmigo el autor (y yo con él).
Lo único para lo que sirve la novela es para que yo, que hoy la acabé de leer, recuerde y sienta su ejemplo: soy uno más, aunque compré el libro de segunda mano así que ya contó otra persona por mí antes. Mi blog es poca cosa pero algo extiende ese ejemplo de amor y sacrificio. El hijo puede estar hoy un poco más feliz por la breve resonancia que le añado ahora a su padre en vosotros.
Y todo sucede en Medellín en del famoso cártel, el del más famoso muerto -gran atracción turística- Pablo Escobar, que no llega a salir en sus 274 páginas. Parece que en Colombia hay o hubo hasta violencias paralelas.
Que le maten a uno a su padre brutalmente, con seis balazos, de un minuto para otro arrancado de la vida con muchas asuntos pendientes de hacer y muchos deudos, tiene que ser lo peor, de lo más horrible e incomprensible; de lo que te despierte muchas veces en la cama y te preguntes, ¿por qué? o si pudiste evitarlo tú en cualquier momento. Una dolorosa zozobra de años, que tampoco se puede (aunque yo creo que la escritura sí ayuda) exhorzizar, racionalizar, transformar en algo bueno, positivo valioso literaria, filosóficamente. Pero siempre parecerá para algunas personas (para mí no) que el autor no lo sufrió tanto cuando ha sido capaz de escribirlo coherentemente, con oficio, jugando con los tiempos y con las escenas: el hecho de que el sufrimiento de un asesinato haya sido manipulado envuelto y presentado, no quita un ´ápice del dolor que sintió su autor y sigue sintiendo, seguro. Sería tanto como decír que lo único lícito sería dar gritos y alaridos, porque montar frases con sujeto verbo y predicado ya es demasiado racional.
Yo defiendo la literatura, y espero que lo que escribo sea leído por vosotros como parte de mis verdaderos sentimientos, porque es así, aunque les dé forma, manipulo.
Siento una gran solidaridad con Héctor Abad Faciolince.
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