Y además os contaré que hoy debo mi vida a un presidiario con quien compartimos piso en el año 98 y que volvió a prisión el año 99 después de atracar una sucursal de la Caja Rural de Salamanca.
También que tengo unas ganas tremendas de comer tortilla de patata, pero yace aquí, en el cubo de la basura orgánica.
después de lo que ha pasado he visto un documental sobre suicidios y otro sobre Jorge Semprún, que escribía novelas sobre su vida, como yo hago aquí.
Esta tarde sobre las seis, mientras escuchaba por la radio un programa de guitarra, estuve haciendo una tortilla de patata, empleé tres huevos y cuatro patatas, unos trocitos de cebolla, un chorrito de aceite y muchísimo amor. Cuando terminé, apagué el gas, puse un plato de cristal de duralex sobre ella para que se terminara de pasar y me fui a ver la tele.
De pronto estalló, se hizo cientos de trozos estrellados, que se esparcieron por toda la cocina. Yo pensé en que me la comería, aunque fuera quitando la corteza de arriba, porque todavía pensaba, mientras barría y recogía trozos, que con mis gafas de cerca sería capaz de retirar todos los cristalitos y comérmela entera, como era mi deseo, como sigue siendo mi deseeeeeeeo.
Pero después de recoger los trozos grandes seguían apareciendo esquirlas más pequeñas, y me desesperaba. Recordé entonces que aquel presidiario con el que conviví y exprimí todo lo que pude sus verdades y mentiras en la cocina de aquel piso mientras él fumaba, incluso un día le compré un paquete de Ducados, para que siguiera hablando, es más: estuve a punto de fumar con él aquel invierno, para que se confiara más aún. (Yo que había dejado radicalmente el tabaco diez años antes). Él me contó cómo se suicidaría, y me dijo que ya lo había hecho otro preso, su "maestro", con cuya mujer tuvo una hija que estaba de monja en un convento de Lérida, aunque no tenía trato con él.
No sé si es mentira, porque mentía mucho aquel hombre, a quien le faltaban algunos dedos como a un personaje de la Isla del Tesoro. Fue por ello que alguien nos dijo que había estado en la cárcel, ya que cuando entró en el piso con un joven dijo que los dos eran pintores de brocha gorda y dio algunas señales de un pueblo y gente que conocía. Días después la chica que alquilaba las habitaciones nos preguntó:
-¿Os habéis fijado si le faltan dos dedos?
Yo dije que sí.
-Entonces me ha dicho mi hermano que ya no hay dudas: acaba de salir de la cárcel.
A mí me va la marcha y no soy miedoso, así que no me eché para atrás, si lo aguantaba una chica de veinte años que vivía sola en su habitación no iba a aguantarlo yo que a mis 34 compartía la habitación Amás grande con mi novia, ¿No iba a aguantarlo yo? al contrario, estuve dispuesto a escucharle todo lo que me contara. Incluso cuando volvió a prisión le envié una carta, que no me respondió, pero supe, años después por su sobrino a quien me encontré en la calle, que la había leído.
Volvamos al método cómo tenía pensado suicidarse: siguiendo lo que practicó su suegro, sería comiéndose los trocitos rotos de un vaso de Duralex. Una hemorragia interna imparable. Aunque supongo que no será rápido. Ignoro lo doloroso.
Mientras buscaba cristalitos con mis gafas de cerca, también repasaba con las yemas de los dedos la encimera (y seguía encontrando muchos invisibles) y me iba penetrando ese pensamiento de que lo peor que se puede hacer después de un gran error es cometer otro mayor.
Miraba con unas gafas de cerca, pero entre los brillos del huevo y los brillitos de la cebolla ya no detectaba nada, todo podían ser esquirlas. También barajé cortar la tortilla o darle la vuelta y comerme la mitad de abajo.
Pero tuve determinación para hacer esto, como Alejandro Magno cuando le presentaron el nudo gordiano, con decisión: (después me comí una naranja)
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