sábado, 30 de agosto de 2025

Relojes (2)

 Hace varios siglos era muy importante conocer la hora y se pusieron relojes en las torres de las iglesias que además eran pregonadas con ayuda de las campanas de los campanarios. Para llamar más la atención se pusieron muñecos que escenificaran la hora. Se me ocurre Praga donde hay una famosa torre de muñecos, pero también está, que yo recuerde haber visto, el Papamoscas de la catedral de Burgos, los Maragatos del ayuntamiento de Astorga, y el Mayorga de Plasencia, que tengo tan cerca. Las horas servían para esperar encontrarse, para poder llegar puntual a una cita. Tiempo después se fueron estableciendo los relojes portátiles primero de bolsillo y más tarde de muñeca. Un reloj era una propiedad codiciada quien lo tenía podía dar la hora a los demás, yo he oído preguntar ¿Tiene usted buena hora?, porque antes los relojes adelantaban y atrasaban, había que darlos cuerda si se habían parado y ponerlos en hora, sintonizarlos con la hora común, con una hora fiable.

El reloj era tan importante que mi padre se lo prestó a un primo para que hiciera la mili con él: en una situación tan tediosa como el servicio militar era importante saber que el tiempo pasaba y cada hora era una hora menos de sufrimiento. Cuando yo hacía largos exámenes en la universidad también era importante mirar  el tiempo que quedaba, para calcular lo que se podía escribir antes de que recogieran los pliegos de respuestas.

Hasta existía un oficio cualificado: el relojero, aquella paciente persona capaz de recomponer un reloj averiado. Los había profesionales y aficionados que se sacaban un plus de dinero. Recuerdo haber llevado relojes a arreglar a un empleado de correos en Ávila que lo hacía más barato que en las relojerías. Incluso yo arreglé un reloj a mi abuela Macrina, simplemente lo abrí y toqué la maquinaria y algo se metió de nuevo en su eje. Gracias a ello cogí buena fama en mi casa pero, aunque el milagro no se volvió a repetir, nunca renuncié a abrir la tapa para ver las tripas del tiempo.

Un reloj era algo delicado y que había que tratar con método, dar cuerda a un reloj es algo que mi hija de 25 años no habrá hecho nunca.

Ahora tenemos relojes por todas partes, en todos los teléfonos, en la calefacción, en el video para grabar programas que también quedó atrás. Pero todos los relojes son inarreglables. No creo que queden muchos más relojeros que los pastores que tanta falta nos habrían hecho este invierno para que no hubiera tanto combustible que incendiar en España.

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