martes, 26 de noviembre de 2024

Ojos nuevos.

 Son tan hermosos los sitios que he visto, las luces que me deslumbraron, los arbotantes y las agujas, las cúpulas con sus finos nervios como tendones, los puentes tendidos sobre los ríos, las calles y parques y todos los trabajos humanos. Creo en el trabajo, admiro a los grandes trabajadores: se merecen mucho más que los que no lo somos, y que los que no lo son.

Son tan hermosos los sitios que no debiera volver a verlos, nunca más descender por la calle de la estatua del doncel sentado de Sarlat, ni volver cruzar el puente de Ortez o allanar la plaza de Fregenal de la Sierra, no escocerme más la vista con las rutilantes blancuras de Vejer de la Frontera, no entrar en las sombras de tantos patios, mirar el rojo tan bien dispuesto de los geranios... colocados artísticamente en cualquier parte. ¿Nada puede volver a impresionarme como la primera conquista, el descubrimiento, el primer hallazgo?

Porque ya sé que existen y donde se encuentran los puentes de Estaing, y de Espalión. Y que pocos infiernos habrá como el de la catedral de Albi, o el de la abadía de Conques. 

Yo creí que sabía, y que había visto, pero la vida es todavía muy obsequiosa para mi sentido principal.

Parece que solo se enamora uno una vez de la misma mujer, te corta la respiración, es para mis ojos y la quiero; dichoso el que se ve tocado por Cupido o por Stendal por primera vez. A la vuelta por la autovía catalana que termina el Lérida pensé ¡qué nube más rara apareció en ese horizonte! no imaginaba que aquella nube era una sombra, la sombra de Montserrat. La vi por la espalda y me enamoró camino de Manresa, aunque teníamos que dormir en Zaragoza aquella noche. 

No me importa desmentirme; me enamoró Zaragoza. Y eso a pesar de que hace 25 años viví seis meses allí. 

Pero nunca la vi con gafas. Esta vez, en la semana del Pilar, me pareció más guapa y considerablemente grande que la tenía en mi memoria, cuando viví en ella ya era miope o quizá mis recuerdos eran ya, por el desgaste, miopes.

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