Durante mucho tiempo fui niño y quise que me reconocieran los mayores. Los nacidos con posterioridad a 1964 tenían obligación de admirarme, porque yo era mayor, más fuerte y más sabio que ellos. Siempre quise afirmarme, justificar lo que hacía y pensaba, construir un edificio, un castillo ideológico y estético: esto es bueno, esto es lo mejor, esto es despreciable, esto es aborrecible...
Se trataba de cristalizar una manera de ser, un camino de perfección, lo bueno lo malo lo sublime lo abyecto... y un pequeño margen de mejora, que lo absoluto es inalcanzable; aunque hay que intentar rondarlo siempre.
Así fui dejando atrás modelos, el Jabato, el Capitán Trueno, Andrés Segovia, García Márquez, Silvio Rodríguez, Luis Pancorbo (a estos dos últimos los he conocido y me han reconocido, increíble pero sucedió) pero los modelos fueron caducando. Quizá ahora lo sea un antimodelo, a quien voté en las últimas elecciones, Fernando Savater.
Hoy me levanto de la cama para guardar aquí estas ideas que me despertaron. Ahora que soy viejo sé que uno de los mayores valores de la vida es madrugar, irme a dormir cuanto antes detrás del sol para buscar el sol siguiente, el de la razón, el vigor, la plenitud.
Fueron muchos años y la vida sigue dándome lecciones, llegué este 2024 a la tercera edad y ahora soy más relativista que nunca. Soy infiel a los valores que otrora creí firmes, superiores, perfectos.
Hubo un tiempo en que fui de izquierdas y antinorteamericano. Mi afirmación de la cultura clásica y barroca era integrista. Después me abrí al jazz, al cine, al mejor cine que se acrisoló en aquel país, tuve que reconocer. Quizá la mejor película de la historia sea West Side Story, o El Aparamento, o Fargo, o Sed de Mal...
No sé, ahora no puedo saberlo. La música, lo más divino que hemos hecho los hombres, me satura. tengo acúfenos, amo el silencio... tampoco puedo apreciarla, estoy medio sordo, sobre todo de los agudos. Creo que es justo: pocos han gozado de la música como yo, me he emborrachado tanto con ella que ahora pago los excesos.
La fidelidad, ese solemne valor: uno busca cimentarse, uno busca definirse, dejar clara una imagen para sí mismo y para los demás y cree que por fin lo ha conseguido, que ha logrado la sabiduría. Pero la vida te corrige. Yo tenía como grandes valores La Izquierda..., Cuba; quería tener dinero para comprar las cintas originales de Silvio Rodríguez y poder pagarle los derechos de autor para mantener la Revolución. Uno de los primeros caprichos que tuve con mi primer gran sueldo de profesor fue comprarme el paquete de tres cintas del Concierto en Chile para contribuir. Compré religiosamente el compacto Silvio, me regalaron el Rodríguez, pero fui a comprar el Domínguez para decir que ya lo tenía. La revolución cubana, que ha arruinado a ese país, que ha propiciado una diáspora de la mayor parte de sus elementos más valiosos, y el tremendo exilio interior; Rusia, qué barbaridad de país. El PSOE... qué decir.
Hubo otro tiempo en que sostuve que siempre, siempre y en todo lugar aborrecería al Real Madrid. Esa forma de ser soberbia de sus seguidores, yo con mi "humilde" Atlético. Sigo sufriendo con el atlético pero en muchos momentos prefiero que gane el Madrid.
Por supuesto que era republicano; este rey, que tiene poquitos años menos que yo, es un señorito que nunca ha limpiado una pocilga, ni ha pasado frío o miedo... pues ahora me parece de los españoles más dignos y necesarios. Soy monárquico contrariando todas las razones, porque considero que es lo mejor que podemos tener en España, y hace muy bien su trabajo, que reconozco que es sufrido. Me da repelús haber escrito lo de monárquico, no puedo identificarme con esa palabra.
Sobre los buenos de la guerra civil, hace tiempo que supe que todos eran malos; peor, que todos eran peores, la rabia se apoderó del mundo en aquellos años, porque los japoneses también...
Siempre pensé que mi periódico sería El País, lo veneraba, podría dejar de ser del PSOE, hasta de ser de izquierdas, pero nunca dejaría El País, ahora miro cada titular suyo al trasluz, aunque ni siquiera necesito mirarlos con precaución: son tan evidentes en su manipulación; hay gente que dice que siempre lo fueron, pero nunca así como hoy.
También pensé que siempre sería del supermercado Día, y ahora prefiero comprar en el Mercadona. Antes odiaba a Francia e iba contra ellos en todas las competiciones deportivas, y ahora los amo, quisiera tener la doble nacionalidad.
Y la amistad, aquello incólume, tantos amigos que amé y que pensé que siempre estaríamos, se han distanciado por el tiempo, por la distancia física, por las afectividades, por la política. Ahora tengo la mayor veneración por mis padres, personas que orillé en mi vida ideal, aunque sin nunca faltarles al respeto. Soy el representante en la tierra de Librado Mayo, y nada me hace más orgulloso. Reconozco que no era Juan Sebastián Bach pero le quiero más que a él.
La razón es relativa. Sé que todo seguirá cambiando y yo con ello, mientras piense.
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