Ya llevo quizá un mes, salvo un helado que me tomé en Granada por pura necesidad, pero me acuerdo mucho de él (olvidaré todo en la vida salvo mi deseo de chocolate). Escribo ahora porque algún arroyuelo de saliva se me desploma garganta abajo de deseo.
Lo he dejado muchas veces. Pero si ahora lo tuviera en casa no habría quién me sujetara. Me han apercibido de insulina y no me vale abstenerme un par de semanas antes de la próxima cita; existe una medición en mis análisis que se llama "glucosilada", que revela si durante los tres últimos meses se ha pasado uno.
Afortunadamente han vuelto a subir el precio que tomaba yo "chocolate negro al 55% " del Mercadona, fabricado en Portugal. Hace un año puede que costara 85 céntimos, después pasó a 1,05 € y ahora está en 1,20. Doscientas pesetas de las de antes. Demasiado para un capricho que no aporta sino maldades a mi páncreas.
Suelo decir que dejé el tabaco, fumaba Ducados, cuando costaba 71 pesetas, en 1989. Ahora puede que esté a 500 al cambio: se ha multiplicado por siete en 35 años. Es una satisfacción para un hombre ahorrador como yo el saber, incluso podría calcular, cuánto me he ahorrado. Por supuesto mi salud es más importante, cuando me entrevista un médico o una enfermera tienen algo menos que reprocharme, y yo saco pecho por esto mismo.
Pero es una droga, siento ahora en el paladar y en el cerebro los sabores ascendiendo, y mucho más si es combinado con un buen trozo de mis hidratos de carbono favoritos, el pan. Después solía entrarme un poco de sed, y aquel agua minutos después también poseía un sabor especial (a pesar de ser insípida).
Voy a beber un poco de agua fresca, que es lo único que debo permitirme a estas horas.
Va a ser un verano duro sin helados.
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