Mi mujer no quiere que coja gente en autoestop, pero yo, que lo he practicado algunas veces en mi vida, sé lo que es esperar, lo hice la última vez en 2020 cuando no había algunos transportes públicos por el covid, después de la primera avería seria de mi coche. No sé si lo conté aquí: alguien me llevó desde Ávila a Piedrahíta, en Piedrahita alguien me llevó a Guijuelo, y desde Guijuelo un matrimonio me trajo a Béjar. Me sentí bien, y seguro que ellos también.
A pesar de todo, mi mujer es muy simpática y atenta con los autoestopistas que recojo una vez están dentro de nuestro coche.
A la salida de Órgiva, pueblo alpujarreño de los jipis, una mujer delgada nos hizo la señal. Inmediatamente paré. Resultó ser una polaca de, más o menos, nuestra edad, muy delgada y curtida por el sol, con un excelente vocabulario pero un acentazo tremebundo. Así se lo alabé: resulta curioso escuchar hablar tan bien con un acento tan extranjero. Llevaba veinte años en España, enamorada de la luz: aborreciendo el frío y la lluvia de su país natal, y vive aquí prácticamente en medio del campo, pero no nos acercamos a su casa porque era por un camino bastante pedregoso.
El encuentro nos descentró: primero nos pasamos del sitio de pararla y regresamos, luego continuamos por donde la habíamos parado hasta un pueblo muy alto donde según el hombre con el que hablamos, solo llegan los que se pierden y los que tienen casa allí, porque la carretera no sigue más.
fotografié su iglesia, no obstante.
En la base de la mentada iglesia hay una enigmática imagen que no dejé de fotografiar, más adelante sabremos lo que es.
Desde un mirador de ese pueblo se ve el hermoso azul de un pantano que también veremos en otro artículo más adelante.
Y volvimos atrás. Retomando el camino hubo un momento en el que al pasar por otro pueblo de los que no íbamos a parar, un hombre volvió a poner la mano, y paré. Se subió también su compañera. Esta vez era una pareja de alto nivel económico. La noche anterior habían salido a cenar nos comentaron, nosotros solemos comer, pero cenar nunca: es más burgués, más "von vivant", más de ligoteo , luz de las velas, vino a elegir, y más caro (vaya, que no hay "menú del día"). Siempre tiramos de las provisiones. Pero esta pareja, que eran de Vélez Málaga, salían a cenar. Él nos habló de un sitio para bucear en la costa, y se subían a la montaña granadina por desconectar, por variar. Esa mañana habían bajado por un sendero desde Pampaneira y el calor y el cansancio los había sorprendido y prefirieron poner el dedo (aunque decían esperar un autobús que no llegaba) para no darse más paliza-palizón al sol.
Íbamos a ver Pampaneira, Bubión y Capileira, pero mañana os lo explico. A esta parejita solo la subimos a Pampaneira. Nunca habían montado en un Dacia Sandero.
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