viernes, 16 de febrero de 2024

Manuel Vicent "Contra Paraíso"


 Hermoso libro iniciático, densa poesía recreativa de los sentidos. Manuel Vicent en sus páginas de El País ha hecho cátedra de buen oído, de muy buena y minuciosa vista, de los tactos de todas las texturas frutales, minerales y textiles de su Mediterráneo, y con un olfato exquisito de azahares y olivos y mar, mucho mar. 

Otra vez que no sé cómo alguien pudo desprenderse de este tesoro de palabras.

Voy avanzando hacia su iniciación sexual, y pienso que es más literario se cuenta mejor lo que no se tiene, lo que se perdió, lo que se imaginaba y se malconquistó palmo a palmo, con el conocimiento y el goteo de retales y experiencias propios y ajenos, inciertas siempre. Reales e inventados, en las narraciones ajenas, porque hay mucha falsa moneda en la adolescencia cuando alguien quiere venderte sus logros, sus aproximaciones, sus triunfos.

Si uno hubiera triunfado pronto y mucho contaría, como se cuentan las cosas que se tienen: una, dos, tres cuatro...

Yo llegue con retraso, por soso, por crío, por Werter, por Capitán Trueno, (porque verdaderamente se me ofrecieron varias presas iniciatorias, pero no me di cuenta de ello hasta años más tarde), cuando ya era efectivamente tarde.  

Llegado un momento, en la cúspide de la adolescencia, uno necesita saber si vale, si está homologado, porque vé o le cuentan que otros lo consiguen, que llevan a sus amadas a lo oscuro, o se exhiben morreándose. La urgencia se desboca, porque uno necesita ese certificado, esa convalidación, ese marchamo.

Por supuesto que para la literatura es más conveniente la fantasía, el desgranarse de las oportunidades frustradas de haber encontrado en tiempo y forma los paraísos carnales definitivamente perdidos. Así un fracasado puede sublimar el deseo y los pequeños avances, románticos o carnales. Porque está atravesando la edad de conocer: ha conocido rudimentos de química, y fórmulas de física los límites de cuando "n" tiende al infinito, las declinaciones, los estilos arquitectónicos y los árboles de la gramática. Puede saber algo de electricidad y las aporías de Zenón de Elea, o de Parménides o de Heráclito, que ya no recuerdo muy bien de quién eran, pero sí que eran muy curiosas. 

Pero no sabe nada de la mujer, de la mitad del universo de Laura de Petrarca o de las enamoradas de Garcilaso o de Dante, o de la misteriosa Guiomar de Machado. Entonces mi propio padre sabía perfectamente de eso, que había hecho tres hijos a mi madre, desconociendo casi todo lo que estaba en mis libros de bachillerato. Porque yo me consideraba un buen estudiante, entusiasta de conocer mucho más, aunque no fuera perfeccionista y machacón para obtener buenas notas en los exámenes.

Un día llegamos a Salamanca a compartir piso cuatro jóvenes, de los cuales solo uno había sacado un cinco en el dado del parchís y andaba por ahí avanzando en el tablero de su novia, mientras nosotros tirábamos el cubilete  y no salía la cifra mágica que nos permitía salir a vivir y a aprender cómo piensan las mujeres, y cómo se maneja ese cuerpo peligroso que podía dar placeres inmediatos y no imaginados.


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