Conocíamos Cádiz y sabíamos que había razones suficientes para repasarlo. Conocíamos el mar, que siempre sorprende aunque nunca sea una sorpresa, pero no teníamos pensado que desde la carretera nos enamorara ese pueblo blanco tan hermoso. No tengo fotos de aquel enamoramiento porque íbamos conduciendo y no supe donde parar para capturar aquella sugerente panorámica.
Y subimos a él.
Hay gente que desprecia a los andaluces, y más a los gaditanos, porque dice que son vagos. Pero el esmero con que cuidan sus paredes y sus patios es digno de cualquier mejor trabajador que por tal se tenga.
Son calles cualquiera del cogollo de esta localidad, nunca mejor empleada la palabra deslumbrante.
Ya he dicho que lo único que no entiendo de los andaluces es por qué no se comen las naranjas amargas de sus abundantes árboles "ornamentales"Estaba llena de alojamientos rurales, no preguntamos porque teníamos que avanzar hacia el Norte esa tarde.
me despido con este mirador donde vemos una mujer que es el icono del lugar, la que nos mira es el icono de mi casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario