viernes, 9 de febrero de 2024

Hoy es viernes y llueve racheado con fuerte viento del Oeste

En Béjar, donde muchas casas tienen aún tejados al Oeste, lo llaman hostigo.


 No sé vé el hostigo en esta foto que acabo de hacer de mi huerto, pero ahí está, racheando, impidiéndome salir hasta el Mercadona a ver si es cierto que las tractoradas están produciendo algún desabastecimiento, -más bien a comprar, por supuesto- . Mi religión me impide usar el coche para estos fines, y el hostigo dificulta y hace peligrar la integridad de mi paraguas además de inhabilitarme una mano para portar compra, así que estoy retenido con un libro de Paul Auster llamado Trilogía de Nueva York, que me hace recordar que aún no he leído los imprescindibles Mobby Dick, El paraíso perdido, ni tampoco La Biblia.

Cuando un parado (o un jubilado) tiene una sola pequeña cosa que hacer está más incómodo retenido. Hoy tengo también que ir al banco, lo cual añade otro picor más de inquietud. No he podido adelgazar corriendo esta mañana, y adeudo a mi figura trabajo adelgazatorio que tampoco he sido capaz de compensar con bicicleta estática (qué aburrido es eso) además esta mañana ya me he comido una onza del chocolate ilegal que guardo por ahí.

El tiempo feo e improductivo me recuerda a otros viernes, hace cerca de cuarenta años, cuando se implantó la "lotería primitiva". Creo que era por solo cinco duros la apuesta, por la cual uno podía ser gran millonario, mucho más si había bote. Alguien me convenció para echar algunos boletos, entonces soñaba con ser independiente e irme lejos, ser libre. No sabía aún conducir, ni tenía previsto sacarme el carnet, pero quería libertad. 

Ahora soy libre y viajo, tengo la vida resuelta en lo económico y, casi con sesenta años, ya voy a ser viejo. Viajo donde quiero, y este año deberíamos saltar una semana a Florencia y alrededores.

Pero estoy retenido, el Atleti lo tiene mal para pasar a la final de la copa del rey y a los Plácidos domingos los cerraron el paso ayer, pero mi recuerdo principal es que hace años cuando empecé a apostar a "La Primitiva" los viernes estaba de mala leche y era porque tenía fe, "ilusón" en que sería libre para irme donde quisiera, que se estropeaba a las diez de la noche, cuando leían los números. No sé por qué observaba que mucha gente los viernes también estaba del mismo mal humor que yo. Era verdad. Cuando empecé a viajar por España me di cuenta que en todos los establecimientos de lotería aunciaban el mismo bote con letras verdes y blancas para todo el país, entonces me empecé a dar cuenta de que nos engañaban a todos, y éramos muchísimos, con el mismo señuelo. Desde 2013 que empezaron a poner impuestos a aquella ilusión, que antes estaba graciosamente exenta, no volví a jugar nunca más.

Hace menos años escuché a mi hija "los matemáticos no jugamos a la lotería" y su sabiduría me sigue iluminando reforzando secretamente en mi persistencia, aunque el creerme tan listo no ha sido suficiente para evitar que hace quince días me comprara una tableta de chocolate negro al 55% y hoy esté encerrado en casa sin poder escapar a la tentación de ir a buscar otra onza.

Pero ¡qué hermosa está la tierra negrita del cuarto bancal!: la que me dará tomates pimientos, berenjenas y calabacines este verano, premio seguro, y la terminé de cavar anteayer, por lo que estoy un poco feliz.



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