EL FILANTROPOANARQUISMO
Supongo que esto ya lo habrá descubierto muchísima gente antes que yo, que lo hago ahora. Estoy leyendo Resurrección una novela de Tolstoi, poco conocida en relación con Ana Karenina o Guerra y Paz, que compré por el prestigio de su autor, no porque hubiera oído nunca conscientemente su nombre.
El tema es la crítica social a través de la filantropía extravagante. Tenemos un rico aristócrata que ha sido militar, que va a tratar de reparar el abuso cometido en una pobre doncella que viene a acabar unos cuantos años después en la prostitución y en la delincuencia. El militar, que además es príncipe y terrateniente, se da cuenta de su añejo pecado y de la injusticia mayor que ahora padece su víctima y, de paso, de todo lo mal que estaba la sociedad decimonónica: de los abusos, la burocracia y el desprecio al pueblo. Lo hace involucrándose de tal manera que inmola su patrimonio, su prestigio y quiere inmolar su vida…
Resurrección es capital para entender al género humano y sus retorcidas motivaciones muy bien reflejadas, la pereza y la desidia de los funcionarios, lo plúmbeo de la burocracia, que aplasta a quien no tiene "aldabas". Ahora que lo leo no me explico por qué mi cultura general no había llegado a esta obra hasta ahora.
Casualmente el libro se juntó en una mesa con Halma de Galdós, aunque no tan casualmente la lectura ya me estaba recordando mucho al Idiota de Dostoyevski, y até cabos: y es que se produce una corriente en la literatura de finales del XIX en la que aparecen personajes altruistas, entregados a los demás, buenos hasta la tontería, de manera que este lector que os escribe ya está por decirle al personaje: “bueno, no te pases, que te van a pelar”.
Así pasa en El Idiota y en Nazarín y su continuación, Halma. Yo, que me tengo por muy bueno, no lo he sido tantísimo, y menos aún con mi patrimonio, como estos protagonistas que se precipitan desde la opulencia al suicidio económico. Nazarín lo hace desde la comodidad de un cura que deriva en ermitaño, en despojado mendicante.
Y esta coincidencia literaria coincide sociológicamente con la llegada del anarquismo a la sociedad, en la abundancia de “apóstoles”, (son llamados así) que van por los lugares donde se reúnen los obreros para contarles mensajes de emancipación y revolución. Entonces eran ideas puras, pero sabéis que yo abomino de esta secta que tanto destruyó en la España del 36. De aquel talibanismo mesiánico que pegó fuego a tanto arte, y mató a tantas personas de orden en nombre de los bienes y redenciones que ninguna revolución alcanzó a traer nunca.
El romanticismo, los socialistas utópicos, los científicos, Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Fidel Castro toda esa deriva de buenas intenciones pero desconocedora de que somos hombres, siempre envidiosos, siempre egoístas, que no nos amamos, que miramos de reojo a los vagos y abusones... ahí está el problema: que preferimos luchar a conformarnos, y que todo el mundo, y en todo el mundo, se aprovechan de lo que puede de lo de todos.
Aunque el libro Resurrección acaba mal: extraliterariamente, como la Lista de Schindler que lo hace extracinematográficamente. Chejov se lo criticó y yo también critico que al final se ponga a copiar la biblia como si ahí estuviera toda la verdad.
Más o menos recomiendo mucho leer las primeras tres cuartas partes del libro; luego se hace muy repetitivo, casi panfletario, y acaba con el evangelio más social y perdonador. Literal.
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