lunes, 23 de junio de 2025

CONFIESO QUE HE BESADO MUCHAS VECES LA MANO DE UN HOMBRE

 

Parece increíble a los ojos de hoy. No sé si me lo inculcó mi madre, o fue él, en la catequesis previa a la comunión, aunque ya venía antes a la escuela a darnos catecismo. El caso es que si pasaba por la puerta de la iglesia donde él deambulaba fumando los cigarrillos “Ideales” que se liaba, (y yo pasaba mucho, porque me pillaba de camino al centro del pueblo) tenía que ir a darle un beso en la mano: él ofrecía el dorso y se llevaba mi besito de ocho años.

A mí no me gustaba, pero siempre he sido dócil, bien mandado; creo, que por esta razón, ni siquiera me molestaba en evitarlo dando un rodeo.

¿Qué sentiría él? Puede que pensara que era una codificada señal de respeto que yo debía rendirle. Pero es posible también que le despertara malos pensamientos: ¡Joder! Si nos hicieran esas sumisas caricias todos los tiernos niños y niñas de un pueblo, no pudiendo desahogarse sexualmente con una cónyuge, como hacen los protestantes, o con unas putas caras como Koldo y Ábalos…


Lo más normal es que aquel besito le llenara de ternura, o le reforzara en que era un ser divino llamado por Dios que había aceptado su vocación porque era un discípulo de los discípulos de los apóstoles que fueron a su vez discípulos de Cristo. Pero quizá se sintiera un impostor, supongo que si yo hubiera sido cura me asaltaría muchas veces la sensación de ser un impostor.


Tengo idea de que las mujeres también le besaban la mano, a lo mejor todavía se hacen estos gestos. Desde luego no está en la Biblia; es/fue una costumbre, un uso.

                                                                      ***

No. El cura de mi pueblo, Don Macario, no abusó de mí. Y eso que yo andaba suelto, como la mayoría de los niños de entonces, sobre todo en los pueblos. 

Había muchos curas y muchos niños a primeros de los setenta. En mi pueblo no tuvimos mala suerte, pero esa “puta” costumbre..., ¿cuánto pederasta habrá promovido?: Corderillos y El Pastor, a quien además había que llamarle, en soledad y al confesarse, padre…

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