Casi todas las biografías transmiten el amor del biógrafo por el biografiado. Esta también.
Adolfo Suárez nació el mismo día del año que yo, pero cinco años antes que mi padre y ocho más que mi madre. Llegó a ir a unas fiestas de mi pueblo invitado por algún estudiante como él. Cuando se hizo famoso esto se recordó, y después, en el libro de memorias "Cardeñosa desde dentro" se reflejó ese episodio.
Aparte de mi cumpleaños también coincidí con él en alguna misa de doce, en la iglesia de Santa Teresa, donde todavía a finales de los setenta me obligaban a ir. Supe dónde se sentaba con su familia, pero no le distinguí bien nunca porque los guardaespaldas eran bastante más altos que él.
Entonces me caía mal, yo era socialista y los de la UCD, muy importantes en Ávila por ser el lugar donde se crio el político y donde se le apoyó con pasión, eran la clase más alta y presumida; aquellos "pijos" a los que nunca me arrimé; yo era un paleto, hijo de obrero. Las hijas del presidente iban algunos sábados por la tarde a una hamburguesería llamada Magover Burger, donde echaba horas de camarero un amiguete mío de entonces.
Con otro amigo adolescente de entonces odiábamos esa manera de ser y todos sus aledaños. Algo ucediano (de UCD) era para nosotros algo simplón, sin clase, estúpido.
Muchísimo tiempo después empecé a valorar el papel de este hombre. Leyendo este libro lo valoro más. Ignoro qué preocupaciones concretas le bullirían la semana que venía a relajarse al palacete que se construyó en Ávila cerca de esa iglesia de "La Santa", pero todo fueron avatares tremendos en los que se jugaba mucho a cada paso: no es raro que al final de su vida se le fundiera la cabeza con el Alzeimer.
La verdad es que hablaba extraordinariamente bien a la cámara, ahora lo veo claramente, como nadie. Era un seductor, también debía ser muy simpático, por eso dejó muchos amigos. El viejo alcalde de Cuevas del Valle, Licinio Prieto, era uno de ellos, y le llamaba Adolfo, cuando hablaba de él conmigo. Algún hijo de ese alcalde trabajó en televisión española, donde mandó durante un tiempo Suárez.
Este libro de Carlos Abella está lleno de nombres, de los cuales quedaron veinticinco o treinta en nuestra memoria colectiva. Todos intentaron en ese momento ser importantes, aprovechar el vacío que creó la muerte de Franco, pero solo pudo ser él, con su temple, con su intuición, con su arrojo, con su suerte. Fue un hombre providencial, seguramente el que hacía falta. Merece la estima que ahora definitivamente se le ha concedido. Incluso ganó una batalla a través de su hijo que apoyó a Pablo Casado en el PP, venciendo a Soraya Sáenz de Santamaría. El hijo es una copia mala del padre.
El libro explica toda la coyuntura de prensa, terrorismo, ruido de sables, y presiones del rey, que ya quería cambiar de caballo. Su dimisión, tan incomprensible, está requeteexplicada en este libro: aguantó mucho. Fue una época muy difícil, sobre todo por el terrorismo, que quería excitar un golpe militar como el que se produjo.
Considero que no debió intentar volver. Luego le cayeron los cánceres de su mujer e hija; también algo le "compró" Mario Conde, aunque eso no sale en este libro.
Para los de mi edad es lectura recomendable, aunque yo me he saltado las historias de la vuelta de Tarradellas y alguna otra cosa más.
Yo tenía 16 años cuando Tejero y otros dieron el golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Estaba de bibliotecario en el instituto y fui a buscar a mi madre que aprendía escultura en el horario nocturno de la escuela de Artes y Oficios. No había nadie por la calle. Volvimos juntos, y yo quise pasar por la academia de intendencia. No vi nada extraño. Recuerdo que aquella noche pusieron una comedia de Bob Hope pirata. Después salió el rey con su famoso mensaje.

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