Si yo nací como vi nacer a mi hija el primer sentido de mi vida fue alimentarme, trepar a la teta de mi madre para sobrevivir, o para degustar. A lo mejor. Encuentro mucho placer en la alimentación, sería estúpido ponerme a escribir ahora aquí todas las frutas y comidas que me gustan. Para todos la vida es comer y dormir, -de otra manera no funciona-; creo que, aunque no he probado el caviar, ni la langosta ni otros alimentos extravagantes por poco asequibles, he gozado, gozo mucho cada día; no es solo la obligación de nutrirme.
A medida que crecía me fueron surgiendo ejemplos, imitar a Jesucristo siempre fue mucho pedir, nunca lo he pretendido, ni tampoco lo he entendido, porque ahí estaba el ejemplo supremo, el del inalcanzable Dios. Aunque a su lado estaban los santos, y a mí me pusieron el nombre de un santo poeta, pero la poesía tardó en interesarme; he escrito muy pocas poesías; mis ejemplos fueron el Jabato y el Capitán Trueno, que iban por el mundo librando a la gente de sus opresores, y para ello se mantenían fuertes, sabían luchar: por eso siempre he sido deportista.
Lo primero que quise ser es futbolista, desde las eras de mi pueblo hacia la selección nacional. Un día comprendí que no lo conseguiría: se cruzaba ya la literatura, las vidas de los escritores que tan interesantes me hacía el profesor Jacinto Pérez Moreta. Eso siempre podré serlo ¿no?
A los quince me enamoré de la guitarra, y de la música que estudié sin método y sin maestro. No valgo, no aprendí bien y además me pongo muy nervioso ante cualquier público: aunque esté solo, cuando pienso que toco para otros, fallo.
También quise ser político, de izquierdas como lo eran Trueno y Jabato: defender a los oprimidos contra los tiranos, más tarde comprendí que hay muchas clases de tiranos y explotadores: político-escritor- filósofo, por consiguiente; pero también debía cumplir en aquellos entonces lo que se esperaba de mí: conseguir novia para darle besos de película y tener hijos, aunque antes se presentaba otra tarea que se hacía más urgente, ya que no conseguía novia enamorada necesitaba la convalidación sexual, el triunfo para poder contar que yo también había alcanzado esta meta, no necesariamente contarlo, sino que se supiera, o al menos que lo supiera yo.
Con veinte años encontré la mujer de mi vida y el sentido a partir de entonces fue terminar la carrera independizarnos y lo que viniera. Tardamos mucho en conseguirlo, apareció el carnet de conducir, la primera interinidad con su primer dinero, el coche, los viajes, la fotografía, vivir y ampliar horizontes, descubrir mares, sin aplazar el objetivo principal, que era ser funcionario libre de preocupaciones monetarias, pero viajar también. Tuve mala suerte con mis primeras interinidades. En un momento de desesperación escapé de Ávila para trabajar en una fábrica. Allí descubrí que los obreros se lanzaban a tener hijos, y yo temía morir en la furgoneta que me trasladaba a mi fábrica por las calles desiertas de Zaragoza en la madrugada.
Pero volvieron a llamarme para una interinidad de justicia. Me determiné a ser padre. Nació mi hija y el amor cobró su sentido más pleno. También hice a mis padres abuelos. Me tocó otra interinidad de un año.
Nunca lo conseguí, pero mi mujer aprobó una oposición y ello nos bastó compramos una casa. Se me cruzó poco después la guerra civil en las cinco villas de Ávila, pero me da miedo publicar el libro con todos sus nombres.
Creo que nunca triunfaré como escritor, pero modestamente considero que estoy triunfando como bloguero, me gusto y no me mido con nadie, os tomo la temperatura y aprecio que todos los días alguien mire lo que se me ha ocurrido poner aquí. Ya sembré el semillero de tomates y pimientos, tengo cavada la tierra donde irán trocitos de patata esta semana entrante, después las plantitas de tomates y pimientos y las pipas de calabacines y calabazas. Tendré fresas y frambuesas, cerezas y ciruelas, grosellas, melocotones y peras, manzanas y nueces, y peligrosos higos para un diabético.
No espero mucho más de la vida, aunque acepto regalos.
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