viernes, 19 de abril de 2024

EL HOMBRE RIDÍCULO (Una historia ridícula)

 


Hay un amigo mío, muy prudente, que afirmaba que escribir es desnudarse ante los demás; que él no lo haría. Y no lo ha hecho de momento, aunque sospecho que escribe secretamente, porque todos los que leemos sentimos deseos de emular; como los que vemos fútbol, que desearíamos entrar por la banda y centrar, y hasta rematar de cabeza ese mismo centro. Lo que nunca querríamos es fallar un penalti, que es una forma como cualquiera otra de jugar al fútbol. Creo que mucha gente no escribe o lo hace secretamente, por miedo a fallar el penalti.

Luis Landero, para gozo de sus lectores presentes o futuros, es un escritor de verdad y no tiene miedo de tirar penaltis. Existe otro tipo de escritores que reúnen información y la copian, y hasta hacen de árbitros y deciden cuáles de las propuestas reunidas son las más racionales, es decir: no se mojan, o tratan de no mancharse los zapatos de barro. Landero no, él se moja, no copia: todo lo que escribe ha pasado por su cabeza intensamente, lo ha vivido, o al menos se ha sumergido en ello buscando la máxima complicidad con sus personajes, sin importarle que salga parte de su alma.  No puede ser de otra manera. Todo el que se sumerge -yo lo hago mucho cuando voy a la piscina-,  participa intensamente del agua, incluso ve cosas que no debiera ver, porque no están para ser vistas. Landero escarba entre sus pensamientos más íntimos y los escribe, magistralmente, porque sabe. Pero sus lectores deducimos que él es tan excelente porque escribe desde el magma; no es que no copie alguna cosa como " se soporta mejor la mala conciencia que la mala reputación" pero la mayoría son un estirptís de sus fantasías.

Nosotros, yo al menos, nos damos cuenta de que son verdaderas porque son muy parecidas a las tontunas mías, y por eso nos llega. Por eso provoca sonrisas cómplices.

Parecía que de la novedad habíamos dado un primer paso a la costumbre, y ya se sabe que no hay mayor sedante que la costumbre contra los sobresaltos y angustias de la vida, además de ser el mejor sucedáneo del amor.

Es un valiente: confiesa aproximadamente todos los pensamientos inconfesables de nuestra cultura personal. Ahora estoy desnudando mi alma al invitaros a leer este libro, pero seguramente comprobaréis que se os han pasado por la cabeza fantasías tan ruines y tan infantiles como las del protagonista. Hemos vivido parte de esa vida antiheroica, rabiosamente insulsa o insulsamente rabiosa y ha ocupado pensamientos largos hasta que nos hemos dormido, o peor: nos ha mantenido en el insomnio hasta la madrugada. 

Confesaré antes de que lo haga él (voy por la página 100 de 245) que hay una momento desquiciado de mis madrugadas en el que, habiendo tirado la toalla del descanso uno por fin se queda dormido una hora, hora y  media, dos horas, y ya se levanta tarde y sudado, pero con el benéfico sueño que tiene una densidad reparadora de oro. Seguro que sin esos benditos sueños habría el triple de suicidios, asesinatos y descarrilamientos de trenes y autobuses. 

En algún momento esas confesiones Landerianas, que son la base de muchos espectáculos de monólogos actuales, suenan un poco a eso, pero es que toda la cultura se retroalimenta, estoy seguro de que los monologuistas más inteligentes leen también a Luis Landero. Tonto sería no hacerlo.

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