lunes, 8 de enero de 2024

Yo debía de saberlo

 


Viví los primeros catorce años de mi vida alrededor de este magnífico edificio. Allí me bautizaron y allí recuerdo haber ido todos los domingos y fiestas de guardar, además de muchas tardes de rosario, viacrucis, flores de mayo, novenas de difuntos y temibles minutos de confesión y penitencia.

La vida de mi pueblo giró siempre alrededor de este edificio: bajo su arco entraban, entonces, que estaba todo el día abierta, personas a misas diarias, o a hacer una visita al santísimo, pero los domingos era la misa mayor, la fiesta principal donde en este recinto se congregaba la multitud muchos minutos antes de empezar, para ver y dejarse ver, para comentar y para ver desfilar los trajes y vestidos de domingo. Porque entonces se vestía de diario, con cualquier cosa remendada; y de domingo, con las mejores galas y los más lustrados zapatos. Entraban los novios a hablar con el cura y, después de los plazos de amonestación ella entraba de blanco del brazo de su padre o padrino en el día más glorioso de su vida.

Hoy, salvo en los entierros y en las fiestas señaladas de las cofradías, entra muy poca gente. Las octogenarias suelen quedarse ya a ver la misa por televisión y no sé si existe gente por debajo de los sesenta que acuda al sacrificio dominical. Hoy vienen párrocos ambulantes, de diversos colores y nacionalidades, mientras que yo solo tuve a Don Macario que echaría sus buenos 30 años viviendo en la casa curato que hay al lado; huelga decir que nos conocía a todos directamente y por confesiones ajenas. Un día escribí un relato sopesando el inmenso e interesantísimo saber que se han llevado los curas católicos a sus tumbas.

Hoy no sé que porcentaje de españoles se confiesa, no sé si alguien se confiesa en este edificio. Perdimos el sacristán que tocaba y así limpiaba los tubos de su órgano,  y los curas foráneos no dicen nada en el sermón (si es que lo dan) de los sucesos del pueblo porque todo lo desconocen, antes entre líneas se colaba alguna vez algo, que luego era objeto de comentario en los corros de la salida. Habrán desaparecido las catequésis y la iglesia entera se va muriendo con sus muertos.

Pero yo esto debía de saberlo. En medio del campo de mi pueblo desde hace siglos estuvo este arco desnudo, equilibrio esquelético de otras vidas que vivieron alrededor de su iglesia y que desaparecieron como haremos nosotros acosados por tanta melancolía y desesperanza que nos aborda en la tercera edad.



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