Hace unos días murió la madre de un amigo. Se me hace obtuso llamar por teléfono para decir la obviedad de que le acompaño en el sentimiento y otras frases al uso huecas o sentidas hacia una señora que pasaba de los 90 años y a quien llevo sin ver más de veinticinco. Preferí mandar un escrito electrónico. Ventajas de estos tiempos que corremos.
Se me ocurrió añadir en el mensaje lo que pensaba de ella: que la recordaba como una mujer guapa, prudente, con clase.
Sin duda, aunque también hay mujeres alborotadoras, verduleras, cotillas, parece que las otras sean las sencillas virtudes de una señora castellana de pueblo. Ahí se quedó su vida, seguida por sus hijos y nietos, no sé si ha alcanzado a conocer biznietos, lo que en la novena década puede ser relativamente corriente (todavía) pero la sola reflexión de la muerte y lo poco que terminamos siendo, y lo menos aún que se nos recordará es lo que me mueve a este artículo. Los hijos de esta mujer dirán por bastantes años, "mi madre decía o contaba esto" y puede que los nietos también recuerden alguna frase que repetía su abuela, pero para hacer esa memoria en primer plano y en voz alta hay que poner voluntad y amor, yo lo hago cuando puedo.
Salvo Savater, Messi, Paco de Lucía y gente así de señalada, casi todos nos perderemos después de que alguien acompañe en el sentimiento, en unas imágenes de fotos impresas, que aparecerán al remover o buscar algo, (porque las que yo acumulo por decenas de millares en el disco duro externo y solo por miles en un puñado de pendrives es muy difícil que sean revisadas nunca por nadie).
Definitivamente hay pocas cosas más veraces que el refrán de el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Diabéticos terminamos con tanto bollo. (no se me entienda en el literalísimo sentido, que siempre estoy hablando de la memoria)
¿Dirán algo original de nosotros el día que muramos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario