miércoles, 21 de mayo de 2025

Un día, próximo a su fin, el Sol se agrandará de tal manera que devorará a la Tierra

 Esta historia gráfica que una vez de mi adolescencia vi en algún libro o revista, me persigue. No me da tanto miedo mi muerte como la muerte de toda la humanidad, la de toda la memoria; que todos los saberes y pensamientos acumulados por las culturas se esfumen como si nunca hubieran existido. Entonces en algún lugar del universo alguien inventará los preludios y fugas de Bach, o las actuaciones  de Cary Grant, o las luces laterales de Vermeer, porque nunca habrán existido, como los universos anteriores al Big Bang si es que los hubo.

Escribo esto pensando en los aranceles de Trump, y en las rupturas económicas o culturales que nos podrían llegar contra Estados Unidos porque esto que ahora leéis pasa y se distribuye por Estados Unidos. Alguien gana dinero por permitirme hacerlo,  yo me creo que es mío lo que escribo, pero es suyo. Hubo un tiempo en que guardaba copias o borradores, pero hace siglos que no lo hago, fiado de que esto existirá siempre, de esta misma manera, cuando podría desaparecer.

No hay nada eterno, la vida es sueño, la futilidad expresiva de las lágrimas bajo la lluvia, la tierra un día chiscará, pero mucho antes los humanos habremos envenenado todos los mares y desconcertado todas las tierras y su atmósfera.

Un amigo trata de convencerme de que mande imprimir mi novela, para que quede algo de mí, algo tocable, porque este blog no existe, son electrones organizados que se almacenan en algún servidor del precario Estados Unidos, en manos de un conductor de autobuses loco y octogenario. Pero yo digo que no: que esas imprentas que por 1.000 euros te mandan una caja de libros para que acoses hasta aburrir a amigos y familiares, y después de aburrido estén ahí para tropezar con ellas, o cambiarlas de sitio para intentar no verlas, es la misma muerte que nos espera a nosotros y a nuestra cultura.

De cualquier forma festejo este blog, porque es un sueño del que algún día despertaré, como de todos los viajes que hago. Mi mujer recoge conchas de las playas, y algunas piedrecitas también, pensando en enseñárselas a los inciertos nietos y jugar con ellas, pero no sabe a pesar de que yo se lo he hecho ver alguna vez, que todas esas conchas que brillan hermosamente en la orilla son como las sirenas, que no pueden cantar lejos del mar, porque en esas tarrinas que se guardan están oscuras y ajadas, exiliadas de esa felicidad efímera que fue su vida. 

Lo más vivo ya lo vivimos, nos queda el rescoldo del recuerdo mientras seamos capaces de avivarlo. Creo que si viajo es contra la muerte que nos acecha. Y sigo viajando mientras escojo fotografías para contároslo. 

Reivindico mi vida, por eso lucho por estirarla.

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