Llegamos a Úbeda más tarde de lo debido, con tremendas ganas de mear y de aparcar primero. Dos brechas psicosomáticas en el mismo cuerpo. Era sábado por la noche y ahora hay muy pocos bares, y ningún servicio público. No sé cómo me aguanté, quizá actuando dictatorialmente sobre mi cuerpo, combinando respiraciones con autoritarismo y esa la capacidad de olvidar momentánea que tanto me molesta en otros momentos.
Afortunadamente no estaba lejos el hospital de Santiago donde hacen exposiciones, conciertos, etc. Abierto al anochecer. Penetré su puerta resueltamente, sin mirar al conserje, y torcí a la derecha. Lo encontré. Mingitorios. Aunque había otro viejo aprovechando este "servicio". Aguanté un par de minutos más hasta que él salió subiéndose la bragueta y después... el supremo alivio. Es casi tan placentero: un polvo de sexagenario.
El llamador de la puerta al día siguiente, que también estaba abierta.
Preciosa escalinata, con frescos, y elementos traídos de otros lugares
La foto del alivio a la luz del día siguiente.
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