Mi diccionario de la Real Academia dice que conformar es dar forma a una cosa con otra, o dar forma a algo, o convenir una persona con otra, ser de su misma opinión o dictamen, pero también en forma pronominal dice que es reducirse, sujetarse voluntariamente a hacer o sufrir una cosa por la cual se siente alguna repugnancia, no es necesario, a mi juicio que se sienta tanto como repugnancia para conformarse con algo, basta que sea lo que menos le gusta a uno, habiendo cerca cosas que le gustan más.
La vida nos va conformando a base de que amoldemos nuestras querencias a nuestras posibilidades. A alguna gente parece que le gustan los inconformistas, los permanentemente insatisfechos, los perfeccionistas. Yo prefiero ser feliz, conformarme con aquello que razonablemente puedo conseguir, probablemente me gustaría ir a ver las Cataratas de Iguazú o el Gran Cañón del Colorado, pero me conformo con esos viajes donde puedo ir con mi coche sin sacar pasaporte, ni sufrir decenas de horas encerrado en un avión y gastar un dineral en ello.
Sí porque tal vez estemos hechos para conseguir lo conseguible, no lo muy difícil. Además como dice (creo) la teoría del ying y el yang todo lo malo tiene algo bueno y todo lo bueno tiene algo malo. Pensemos en la tetas de Sofía Loren, grandes y hermosas: sirven para llamar la atención, para dar envidia, para lucir escotes de vértigo, para ser manoseadas con placer por las manos que hayan tenido esa suerte (creo que solo ha tenido un marido). Sí, pero son bastante molestas para correr, incluso para estar en la cama, pueden hasta causar problemas de espalda al pesar demasiado; lo mismo que un pene descomunal, sirve para deslumbrar en las duchas públicas, y para satisfacer teóricamente mejor a una mujer, aunque también en el sexo podría ser un problema (yo no lo tengo) pero fuera de eso es un estorbo, todos los demás momentos de la vida es un colgajo más pesado, más aparatoso. Si Armand Du Plantis tuviera uno así puede que no volara por encima de los 6,20 con su pértiga.
Vuelvo a la vida y a la conformidad, -que me he desparramado como casi siempre-, pensemos como hipótesis de trabajo que todo lo bueno es intrínsecamente bueno, lo mejor; todo lo mediocre, mediocre y todo lo malo, pésimo. Tampoco podemos tenerlo todo, Sofía Loren no puede casarse más que con uno, aunque pueda haberse acostado con más, nunca con todos los que querrían haberlo hecho, y si todos saltáramos 6, 20 con una pértiga, nadie, ni Armand Duplantis, podría vivir de ello. Así que tenemos que escoger por ahí, en la vida, aquello que es asequible, y conformarnos con ello, la vida es así; no tenemos la incomodidad de la fama, ni tampoco sus beneficios (Paco de Lucía dijo que alguna vez un Guardia Civil le perdonó una multa por exceso de velocidad al reconocerle).
A todos nos gusta más el jamón magro que el tocino, la parte blanca más grasienta del jamón. Pero un jamón para curarse necesita estar rodeado de cuanto más tocino mejor. Yo trabajé en una fábrica de jamones en Zaragoza y cuando llegaban de los mataderos los descargábamos y pasaban por una cinta la inspección del veterinario. Rechazaba a los que no tenían suficiente tocino: eran devueltos al camión porque no tenían suficiente tocino que se sudaría en el secadero, porque al carecer de esa parte más despreciable el jamón se convertiría en casi una piedra. Me lo comentó, "los jamones que nosotros rechazamos son los que prefieren los carniceros que venden filetes". Lo mismo sucede con el chorizo, tiene que contener tocino, si es todo magro no es posible, aunque el producto engordara menos y subiera menos el colesterol. La vida ha de tener tocino y hay que conformarse con ello porque es lo más inteligente y práctico.
Y cuando uno se va conformando en la edad y en la sapiencia comprende que tiene que tolerar que no todo sea magro y querer las cosas como son.
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