Uno recuerda su juventud como algo pletórico, cuando no era así. Yo ya lo sé. Superada la extrema dependencia que fue la niñez, nos afanamos en demostrar al mundo, pero sobre todo (en mi caso) a las mujeres que quería enamorar, que era fuerte, que era bello, hasta que era loco; sí, porque la juventud tiene una parte de locura, de desprendida generosidad física, de autodestrucción por los alardes alcohólicos, hasta los alardes melancólicos servían, o sirvieron a algunos, para ligar. En la juventud uno busca un papel en la vida, que la sociedad para la que quiere actuar le encomiende un personaje atractivo con el que ser poderoso, admirado, temido, respetado, amado, deseado.
La juventud es un despilfarro irracional y también lleva consigo muchas frustraciones. Uno aprende lo que puede querer, va asimilando sus límites, va superando otras limitaciones; se va conformando. Enmedio de todo esto la sociedad le proporciona a uno velocidad automovilística, alcohol, peleas, drogas, sexo para presumir, triunfos o fracasos académicos o laborales. Uno adquiere y derrocha fuerza, testosterona, gritos, redaños, canciones.
Creo que ya no toco la guitarra para exhibirme, ahora que nadie me escucha sigo soñando que alguien podría escucharme y yo seducir o gustar de alguna manera, pero creo que ahora toco mucho más para escucharme yo, para disfrutar con el dominio de las armonías, de las escalas, de las melodías. No me quedan muchas oportunidades en las que alguien venga a mi casa o me preste una guitarra para lucirme. Sí, porque yo quería ser el flautista de Hamelín para las chicas, y que mi destreza fuera capaz de llegar al alma de las que estuve enamorado. No sé por qué todavía sigo empeñándome en tocar, será por conservar las destrezas tan trabajosamente adquiridas para enamorar, quiero decirme a mí mismo que disfruto aunque no me exhiba más. Bueno, está Youtube, pero ahí hay mucho nivel, compiten los mejores, y yo tengo que reconocer que soy de los peores. Si fuera joven rompería mi guitarra después de reconocer esto.
La madurez, o la senectud es comprenderlo todo, o haber comprendido la mayoría. La perfección es inalcanzable. Después, o ya mismo, vendrán los achaques de la edad, las enfermedades, las facturas atrasadas de las tonterías y excesos de la vida anterior.
Menos mal que no he sido excesivo. Solo una vez (después de los 25 por decir algo) he probado alcohol, fue en una visita guiada a las bodegas de brandy Tío Pepe, en Jerez, que nos dieron algo para probar; fuera de eso alguna botella de vino que compra mi mujer muy de tarde en tarde, o las cervezas del verano que apetecen tanto pero que me limito bastante. Dejé de fumar definitivamente en el año 89, el día siguiente al que se mató Fernando Martín en accidente de coche. Ya llevaba 5 años con mi novia, que fue la más grande conquista de mi madurez, porque todo lo anterior a ella, y algo de lo posterior también, era para llegar a esa meta de sentirme querido, amado por una joven bella e inteligente. Me había dado el título que quería de hombre, de macho, de persona cuajada, satisfecha, que ya no revolotea ni sale a por todas las liebres, era ya como mi padre: un hombre con su mujer.
Ahora lo sé todo: la juventud es algo tonto que había que pasar, pero es que el conocimiento puro de ahora es tan aburrido...
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