Linares le suena a los taurinos a la plaza donde fue corneado mortalmente el torero Manolete, la tragedia más sentida de la posguerra española. Le mató un Miura, de nombre Islero, no necesito consultarlo, me lo contaba mi padre.
Manolete es un torero cordobés, que tiene estatua en su ciudad natal, aunque esta última vez no nos la encontramos. Al morir tenía una querida que se llamaba Lupe Sino, que había sido años atrás amante de un sujeto novelesco del que me gustaría estudiar, leer o escribir su biografía, llamado Roberto Verardini, este hombre en la Guerra Civil era algo así como un comisario político del batallón de Cipriano Mera, un honrado anarquista de profesión albañil también de una biografía interesantísima, que sí está escrita.
Pero a mí Linares me suena mucho, me ha sonado en el radiocasete y seguirá sonando por siglos el guitarrista Andrés Segovia, el abuelo guitarrístico mío y el indudable bisabuelo de los guitarristas actuales.
Aquí le tienen presidiendo el principal jardín-paseo de esta ciudad. Nótese que lleva la capa española, esas que se confeccionaban en Béjar.
Le recordamos viejo; siguió tocando y viajando por todo el mundo hasta los noventa y tantos años. Por supuesto era consciente de que era parte de la historia y, además, había conocido a cientos de grandes personajes del siglo XX y recibido miles de elogios en todos los idiomas y países. Paco de Lucía, a quien Segovia no respetaba, le llamaba el Papa de la guitarra. Debió retirarse mucho antes, y también dejar de conceder entrevistas, porque al final hablaba efectivamente como un pontífice.
Linares suena a lino, deduzco que en su tiempo se cultivaría esa fibra textil por aquí. Hay más linares por España, y también Valdelinares.
Linares ha sonado a minería, ya agotada, y también a industria, porque aquí se fabricaron muchos Land Rover Santana, que era el todoterreno de los sesenta, setenta, ochenta, noventa...y luego compró la fábrica Suzuki, que también fabricó un modelo Santana. Pero ya acabó aquella fabricación y no consiguieron resucitarla.
Más tarde Linares sonó a ajedrez porque aquí se celebraban importantes torneos con las figuras de ese deporte a finales del siglo XX, casi todos soviéticos. Un divulgador del ajedrez lo llamaba el Wimbledon del ajedrez.
A pesar de todo lo que suena no encontramos motivos para quedarnos a dormir allí. El desarrollismo de los sesenta y setenta propició muchos pisos modernos y altísimos acabando con las estructuras urbanas que nos gusta pasear, con lo cual decidimos ir a dormir a Úbeda un lugar seguro, que nunca decepciona.
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