Vivo uno de esos días en que resulta que se juntan varios conflictos. Arrastro desde hace meses un asunto de la comunidad de vecinos que presido, ayer resulta que acabo de convocar una reunión peliaguda para hoy, y resulta que hace un mes duplicaron el precio del seguro de la comunidad y lo descubrimos ayer, preparando la reunión. Además, hoy me llama el médico en una consulta telefónica con la amenaza de pasarme a los insulinómanos. Preferiría que no fuera así, pero me hicieron análisis hace justo una semana.
Anoche cerró mal la puerta de mi casa, esta mañana no permite sacar la llave más que en una posición. Menos mal que, al haber comprado el piso de al lado, tenemos dos puertas y puedo salir a comprar la pieza donde se mete la llave, que se llama bombillo, que después de dieciocho años ha decidido funcionar mal.
Parece que para hoy es suficiente, el día acabará a las nueve o nueve y media de la noche, (la reunión de la comunidad de vecinos es a las 8) no sé cómo.
Cabe preguntarse por qué cuando vamos por una carretera estrecha y vemos un ciclista o un peatón, y advertimos que viene un coche de frente a lo lejos, hagamos lo que hagamos, -salvo frenar en seco- nos cruzaremos con el otro coche justo a la altura del ciclista o del peatón. Yo ya lo sé, y no me lo tomo a mal.
Resulta que existe una ley o un magnetismo fáctico, o fatal, que junta los acontecimientos de manera que sentimos un acoso insano y un desasosiego que creíamos no merecer, y miramos para arriba porque nos educaron en la creencia de un dios, aunque inmediatamente decimos y me repito remarcando mi racionalidad, que es casualidad, pura casualidad, y que muchas veces nos pasan cosas -las más- de una en una, lo que pasa es que resulta que no nos damos tanta cuenta.
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