viernes, 20 de septiembre de 2024

El temblor de la falsificación.



 Acabé de leer esta novela cuyo final me parece excesivamente rematado. No obstante la recomiendo como todo Highsmith por todo lo que se agita dentro de uno al leerla. 

No puedo evitar compadecer con el protagonista y tener una sensación de haber cometido algo malo, habérselo ocultado a mi mujer, que, además, está a punto de adivinarlo. 

Sí, como Don Quijote, confundo la literatura con mi propia vida, y eso es algo que me gusta; involucrarme, no leer a distancia palabras que me dejen frío. Lo que me fastidia un poco de esta lectura pasional es que no me entero del mecanismo, ni de las figuras literarias, porque hay un momento vertiginoso en el que tengo la necesidad de acabar como sea, quizá para que no me líen más antes del punto final. 

Creo que sí me gustaría escribir con preciosas palabras, con una prosa que fuera para chuparse los dedos, pero preferiría atrapar al lector, conmoverle, embaucarle, atosigarle pero eso está al alcance de muy pocos pulsadores de teclas de ordenador. Ahora que escribo la palabra que en otras partes de nuestro idioma se tradujo o no se tradujo cumputer, computadora, (que es una contadora, del verbo contar con los dedos, aunque también podría irse a contar cuentos)... a mí me gustaría mandonear, ordenar desde arriba como hace la Highsmith con sus lectores. Es curioso, esta mujer nunca me defrauda, soy incapaz de encontrarle un fallo, aunque haya comenzado este artículo criticando el final, según lo termino pienso que el final es justo lo que en justicia debió suceder.

(lo que hace el amor verdadero -o mejor, el enamoramiento-: uno justifica todo a la persona amada)

Y ahora me atrapa la palabra enamoramiento. Efectivamente está en su interior, enamorarse es mentirse. La vida desvela con los años esa mentira que nos infligimos.


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