Leo en un cuento de Faulkner que sale una iglesia sin torre. Una iglesia norteamericana, por supuesto.
Recuerdo cuando vivía en mi pueblo que los domingos subían los monaguillos a tocar las campanas; no sé con cuánto intervalo, quizá diez minutos: la primera, que era más grave, luego la segunda que tenía otro toque, y para terminar la última que era aguda y que significaba que, inminentemente, en cuarto de hora empezaba la misa. Era el reloj de los domingos, la gente mientras tanto se aviaba, dejaban sus ocupaciones y se lavaban, se vestían de bonito, se peinaban y algunos acudían algo antes de que comenzara la misa para hacer tertulia.
Teníamos un sacristán, Tío Sacris, que además tocaba el órgano y dirigía los cánticos desde la tribuna donde subían los mozos, para estar más cómodos, Tío Sacris los controlaba lo que podía. Cuando los niños pasábamos a adolescentes nos escapábamos a ver la misa desde la tribuna, y a veces nos subíamos desde allí a la torre.
Pienso en lo caro que fue en su día construir una torre, y comprar y subir las campanas, todo para ordenar la vida de cada pueblo de España. Las campanas también doblaban: tocaban a duelo para avisar que había muerto alguien, o que se avecinaba una misa de difuntos, la gente al oírlas salía a la calle y preguntaba ¿Quién se ha muerto?
No sé cuánto queda, ya nadie sabría tocar los toques de campana, porque la tradición se rompió. Si volviera a hacerse manualmente tendrían que buscar como tañerlas en Youtube, porque alguien en algún lugar, se habrá encargado de grabar lo que se hacía. Tampoco sé si habrá cuerdas de esparto atadas a los badajos. Entonces los monaguillos se transmitirían las campanas y los ritmos que había que tocar, oralmente, como el resto de las cosas que se hacían en mi pueblo, ordeñar, cortar y tallar piedras, segar y hacer gavillas y haces con lo segado.
Por cierto, contaré que cuando se tocan las campanas hay que abrir la boca para no quedarse sordo. Una vez, teniendo yo quince o dieciséis años estuvimos tocando las grandísimas campanas de la catedral de Ávila porque nos invitó un compañero de instituto que vivía en la sede episcopal. Fue el que me dijo lo de abrir la boca.
Sé que ahora hay sistemas mecánicos que alguien entendido habrá programado, en mi pueblo existen muy pocos niños, y hace tiempo que no hay monaguillos, pero hace todavía más que dejaron de subir a tocar las campanas. Hoy la torre está cerrada con llave, para que nadie sin control se aventure por allí.
Una iglesia sin torre: ¡Qué aberración!
No hay comentarios:
Publicar un comentario