Es un verso de una de las mejores canciones de Joaquín Sabina, y yo lo cito con frecuencia.
La primera vez que vi con mis segundos ojos, -que fueron los de mi hija-, el mar, fue en Huelva, en Mazagón, una playa que no nos gustó para debutar. Nos desviamos hacia ella porque, bajando, fue el cartel más próximo que se nos apareció, y que además nos alejaba de las humaredas que emanaba el polígono químico de Huelva capital. Aconteció en 2007. Recuerdo que era una playa pequeña con un gran espigón, donde no entraban aquel día más que olas flojuchas y se veía un mar estrecho, recortado: un gilimar.
Después fuimos a comer y a buscar alojamiento en el primer hotel que encontramos, sin entrar a fondo en la ciudad (ahora que he regresado de haber estado de verdad en ella lo sé). Supongo que al volver de Mazagón veríamos la dirección a Punta Umbría, palabras que yo conozco porque son el título de un tema de Paco de Lucía: allí teníamos que ir. Y allí fuimos, aunque hubo que dar mucha vuelta, rodear todas las marismas del Odiel, se nos hizo larguísimo; hace unos días se me hizo muy corto.
Fue fabuloso: un mar ancho, viril, con un poco de oleaje para que mis chicas jugaran a que les empujara su vigor. Nos encantó.
Desde entonces pensé que si algún día tenía dinero y una jubilación me gustaría pasear por allí muchos días al cabo del año, con los pies descalzos mirando a América, que debía comprarme alguna casita en ese sitio para tener cerca ese mar y esa playa.
La tercera playa que veríamos -al año siguiente- sería La Barceloneta, playa masiva, también de miras recortadas, con lo que el recuerdo de Punta Umbría fue haciéndose mítico, quizá la siguiente fuera Salobreña, que tiene piedrecitas quemantes, y después la de San Lorenzo en Gijón también masificadísima... a bocajarro de una gran ciudad.
El recuerdo del diálogo íntimo y la anchura de la arena se me atrincheró en el alma. Después vimos y disfrutamos muchas playas, ahora mi antología está en la playa de Guerro, en la santanderina península de Oyambre, la de La Barrosa en Cádiz, y las playas al norte de Nazaré en Portugal. Pero seguía aquel recuerdo gozoso.
Así que volvimos a Punta Umbría, sin niña -que eso aporta mucho- y la objetividad nos venció, la arena tiene muchas conchitas rotas con lo cual nuestros pies sibaritas (la suavidad de mis citadas playas favoritas no tiene parangón) y había como demasiada gente y los horizontes no nos parecieron tan gloriosos.
A mí se me cayeron los palos del sombrajo, ya no me compraré una casita allí, No me importaría vivir en la urbanización de Santi Petri, que es lo más cercano a la Barrosa, pero aquello tiene pinta de ser carísimo con su seguridad privada y pijerío. Sobre la de Oyambre me da miedo que el invierno sea muy largo. y en Nazaré hablan portugués, aunque con el mar me entendería perfectamente.
Así que ajamos un recuerdo hermoso por no hacer caso a Sabina.
Y eso que ahora que la remiro: no está tan mal como la he puesto aquí. Defraudó mi recuerdo, una tercera visita resolvería el silogismo. Las ilusiones maceradas son peligrosas para el alma.
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